sábado, 11 de agosto de 2012

Introducción al viaje.

Nuestra llegada a Lima, fue, por llamarla de alguna manera, algo nefasta.
Para empezar, el vuelo. Nuestra compañía "española" resultó ser por enésima vez, de las peorcitas con las que hemos viajado, a años luz en cuanto a calidad, puntualidad y atendimiento de lo que acostumbran las otras compañías aéreas "no españolas" con las que hemos volado en otras ocasiones.
Incluso, con mediación poco afortunada de una de las azafatas, tuvimos un "pequeño incidente" con otro viajero, un individuo de origen sudamericano, al que por sus maneras, se le intuía cierto tufo a "doble nacionalidad". El señorito en cuestión, cambió su asiento por el que estaba delante del mio, y de golpe y porrazo, sin yo darme cuenta de lo que sucedía, pues estaba medio adormilado, reclinó "a lo animal" su espaldar, de tal modo, que uno de los hierros laterales del soporte, me lastimó la rodilla.
En un acto reflejo debido al dolor infligido, mientras él insistía en tumbarse aún más de lo que su sillón permitía, empujé con las manos el espaldar y lo levanté, dejando espacio para aliviar mi rodilla. No se imaginan la reacción de "chulo de barrio" con la que se nos revolvió el "amiguete".
Encima, la nefasta intervención de la "malcarada azafata", que sin ni siquiera saber lo que pasaba, o sin querer saberlo, pues evidentemente había sido ocurrencia suya que este bajito personajillo cambiara su ubicación, se ve que con la buena intención de que pusiera más cómoda a su bebé, lo cual entendemos, posicionándose subjetivamente a favor del "mini-chulo", casi consiguen entre los dos, y nunca sabrán lo apunto que estuvieron de conseguirlo, de hacerme perder el control y los nervios. 

Nos contentamos con mandar a ambos, azafata y "mini-chulo", a hacer gárgaras, pues ya se sabe que si intentas enseñar idiomas a un burro, por mucho que lo inscribas en una academia de inglés, difícilmente aprenderá.


Al llegar al aeropuerto, aún no teníamos decidido qué es lo que haríamos, pues éste, fue sin duda, el viaje más desorganizado que hemos hecho nunca. Ya en el de Taliandia-Camboya-Vietnam, fuimos habiendo mirado tan solo un poco por encima los sitios que nos gustaría conocer y aquí llegamos, con una guía de viajes prestada por un amigo, que ni siquiera, casi ni la habíamos mirado.

La idea inicial, que se nos pasó por la cabeza oteando la guía de viajes por encima durante la larga y cansina duración del vuelo, era, que al llegar temprano, buscaríamos la estación de autobuses, y nos hiríamos directamente hasta Paracas, ya que la ciudad de Lima, tiene muy mala fama para los turistas y pensamos dejarla para el final del viaje.

Desde que le dí el pasaporte a los agentes de la aduana, observé con recelo que estaban abriéndolo demasiado, y ya tuvimos una mala experiencia con el de Marijose en Turquía. Las solapas del pasaporte español solo están pegadas a las del centro, que curiosamente estas sí que están cosidas, y si se abre demasiado, éstas acaban despegándose, por lo que se malogra el documento.

Pues sucedió, que nada más pasar el control del aeropuerto, justo al ir a salir del mismo, se cayeron las hojas del interior del pasaporte, quedándome con cara de tonto mirando las tapas que aún estaban en mi mano...
¿Y ahora qué hacemos?
Nos quedamos unos minutos en shock, decidiendo qué hacer, mientras éramos acosados por los taxistas buscadores de extranjeros de todos los aeropuertos, que se dirigían a nosotros en inglés, y es que en este viaje, confirmamos que Marijose tiene demasiada cara de yanquie, da igual la parte del planeta donde estemos.


Pues lo que decidimos fue, buscar la dirección de la embajada española, salir al exterior del aeropuerto en busca de un taxi, y preguntar allí que se podía hacer con el pasaporte en ese estado. 

Según sales del aeropuerto, la zona en la que éste se halla, impresiona. La cantidad de gente y el exagerado tráfico de coches en muy mal estado, impone. Pero con aplomo, paramos un taxi, negociamos con el conductor un precio, aproximadamente la mitad de lo que nos pedían los taxistas de dentro del aeropuerto, y salimos hacia el centro de la ciudad en busca de la embajada. Durante el trayecto, atravesamos una zona de suburbios terrible, y paramos a mitad de camino, en medio de todo el meollo, en una gasolinera, para que nuestro gordo, simpático y honrado taxista repostase su vehículo. Gracioso, fue cuando nos pidió que nos bajásemos del carro, por motivos de seguridad, mientras se efectuase la maniobra de repostaje.

En la embajada, en la zona de San Isidro, nos atendió un amable señor, que responde al nombre de Manuel Sánchez, a quién mandamos un afectuoso saludo desde aquí, quien nos ayudó diligentemente y nos aseguró que en dos días, tendríamos un pasaporte provisional, para poder movernos con tranquilidad durante nuestra estancia por sudamérica. El coste del pasaporte provisional, fue de 90 soles.
La tarea de conseguir fotocopias y fotografías en los desconocidos, para nosotros, alrededores de la embajada, corriendo frenéticamente de un lado para otro con las mochilas a la espalda, preguntando a los transeúntes que se nos cruzaban, para poder presentar todo antes de que nos cerrara la embajada y no perder más días de los necesarios, nos daba más la impresión de estar participando dentro de un reality-show, que en la propia realidad. El coste de las fotografías y de las fotocopias, fue de 7 soles.
Una vez todo presentado, el Sr. Manuel Sánchez, nos aconsejó que no hiciésemos caso de la mala fama que precede a Lima y que la disfrutásemos. Haciendo caso de su consejo, nos metimos a la labor de buscar información de la ciudad en un punto de información turística, llamado aquí PromPerú, y desde luego, ¡qué maravilla poder enterdernos en nuestro idioma con la persona de enfrente! Fue una de las ventajas que disfrutamos en este viaje, con la que no habíamos podido contar antes en otros destinos.

Como estábamos agotados por el largo trayecto en el incómodo avión y de la maratoniana sesión de toma de contacto con el nuevo país y el asunto de la embajada, nos paramos en el primer restaurante que vimos. Almorzamos con la guía en la mano, buscando hostales en la guía, y cuando terminamos, paramos un taxi, al que dirigimos a la zona de Miraflores, en busca del alojamiento que más nos había llamado la atención, entre las páginas del libro, el Bred and Breakfast José Luis.

Un ratito tardamos en localizar el hostal, un poco a las afueras de la ciudad. Cuando lo encontramos, dejamos al taxista un momento esperando con nuestras mochilas en la puerta, hasta que nos confirmaron que teníamos habitación, por unos 120 soles. Nos resultó un poquito cara, pero es que aún no teníamos referencias aquí, estábamos comparando aún con Asia, y es que descubrimos que Perú, no es un destino tan barato como nos contaban otros amigos que ya la habían visitado hacía pocos años.
Una vez alojados, y después de una necesaria siesta, a media tarde, nos lanzamos a la calle, para aprovechar el tiempo y conocer una nueva ciudad en nuestra exploración del mundo.

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