lunes, 29 de octubre de 2012

El lago Titicaca

Lago Titicaca desde Isla del Sol, Isla de la Luna al fondo.
Nos levantamos temprano, como ya era costumbre en este viaje, y después de tener que bajar, aquí también, a protestar para que nos conectaran el calentador del agua caliente, preparamos nuestras mochilas pequeñas con ropa para los dos días que íbamos a estar de visita por el lago. No hubo suficiente tiempo para que el agua se calentase, así que una vez más tuvimos que ducharnos como pudimos, con agua congelada y con un frio que había que “pelaba”.
Después del ligero desayuno, nos recogió un mini bus, que nos hizo un recorrido de cinco minutos hasta el embarcadero, comprobando desde la ventanilla del mismo, que Puno, no tiene absolutamente nada que ver. Simplemente, es la mejor puerta de acceso a las islas peruanas del Lago Titicaca.
Presentamos nuestros tickets al primer guía turístico que vimos operando por allí, y éste nos indicó cual era nuestro barco. Lo compartiríamos con varios turistas canadienses, un par de muchachos alegres y divertidos, argentinos, Matías y Rodrigo, y dos jovencitas italianas, Isabela y Julia, de los que nos hicimos amigos en esos dos días.
A pesar del sol cegador de la mañana, salir a la cubierta superior del pequeño barco, fue misión casi imposible, pues el aire cortaba de lo frío que estaba, y fue así durante toda nuestra estancia en el Titicaca. Conviene recordar, que estábamos a 4.000 metros de altitud sobre el nivel del mar, por lo que la combinación del deslumbrante sol junto al mortífero frío, resulta un tanto extraña.
 
Nos tocó en suerte un peculiar guía, un tal Tito Castro, que nos amenizó bastante con su peculiar y divertido acento, la pesadez supina que es la navegación en este tipo de barco, del que nadie habla. Y es que una vez que se te ha pasado el enorme “subidón” de estar surcando las aguas del lago situado a más altitud del mundo y el más grande de Sudamérica, con más de 170 km de largo y 60 km de ancho, tan grande que parece un mar, y que el único paisaje que se puede contemplar durante las varias horas que se necesitan para llegar desde un punto al otro, sea el del agua, los traslados se hacen muy cansinos, la verdad sea dicha.
 
La primera parada que hicimos, después de las presentaciones a bordo, y de una pequeña introducción por parte de Tito Castro, acerca del lago y sus habitantes, de origen quechua y aymara, fue en las famosas y ”turisteadas” islas flotantes de totora.
Los Uros.
 
Desoyendo los consejos de los turistas que nos tropezamos por el camino y haciendo caso de nuestro gran amigo Nacho, un gran viajero, que había visitado estos sitios años atrás, decidimos venir a esta parte del mundo.
 
Y afortunadamente así lo hicimos, pues no estamos de acuerdo con muchos de los comentarios que hemos oído y leído acerca de estas islas y de la vida en el lago en general.
En Los Uros, a pesar de que el turismo hoy en día sea la base de la subsistencia de la gente que vive en estas construcciones realizadas con el junco flotante de totora y evidentemente esto haya obrado un cambio radical en su comportamiento, realmente muchas de las personas que conocimos, sí que viven allí, de una manera y condición, verdaderamente singulares.
 
 
 
Si ahora, su modo de conseguir dinero, es vender artesanía realizada por ellos mismos, mantener a flote sus construcciones al modo ancestral para que los turistas puedan pasear por ellas, o simplemente, ofrecerles paseos en sus barcas realizadas con el mismo junco que el de sus islas artificiales, no creo que nadie esté en disposición de decir, que eso sea menos lícito o auténtico, que por ejemplo, ofrecer sofisticados hoteles de todo incluido a los turistas, para que vengan y disfruten de las Islas Canarias, o del encanto del Caribe, y por ello haya que desestimar su visita. Por lo menos, esa fue la conclusión de nuestra reflexión.
 
 
 
 Antes de llegar al asentamiento, hay un puesto de vigilancia de los nativos de Los Uros, en el que hay que abonarles una tasa de entrada (como en casi todos los sitios del mundo que hemos visitado, por ejemplo, por extrapolar el asunto a otros confines del mundo, en las aldeas de los bancales de arroz del sur de China), y una vez en las islas flotantes, después de una charla explicativa de las costumbres locales y de como se construyen y mantienen estas “islas”, las señoras del asentamiento, te invitan amablemente a conocer a sus niños y a ver por dentro las cabañitas en donde viven, realizadas como todo aquí, con junco de totora, con la intención final de sacarte su mercadería y regatear un poco para conseguir algo de dinero en efectivo, que es precisamente de lo que carecen.
 
 
Tanto se le “llenaba la boca” a los viajeros que nos habíamos tropezado por el camino con lo de que este sitio estaba demasiado “turisteado”, que sinceramente, creemos que si no lo vieron, se lo perdieron.
 
Todos los comentarios que recibíamos iban en detrimento de este lugar, y a favor de la isla del Sol, en la parte boliviana del lago, que precisamente, fue la que menos nos gustó de todas, y precisamente además, por ese mismo tema del “turisteo”.
 
 
 
Nuevamente tenemos que nombrar aquí a nuestro más que amigo, quién un día acertó a enviarnos un mensaje mientras realizábamos este viaje, en el que nos comentaba, que cada cual tiene sus propias vivencias, y que para lo que a alguien, un lugar determinado en el mundo, pueda haber sido una experiencia maravillosa, para otro, el mismo sitio, puede que el recuerdo no sea del todo grato...
  La Isla de Amantaní.
 
Después de permanecer unas pocas en Los Uros, en compañía de sus lugareños, reanudamos la lenta y pesada travesía con dirección al norte del lago, en busca de nuestra siguiente parada, la isla donde pernoctaríamos, Amantaní, en donde viviríamos uno de los episodios más bonitos en el terreno emotivo y sentimental con sus habitantes, que podamos recordar jamás, de los diferentes viajes que hemos realizado.
Panorámica del muelle de la Isla de Amantaní.

Desde el barco, divisamos al llegar al muelle, a un nutrido grupo de habitantes de la isla (que tiene unos 4.000 aprox.), ataviados con sus vestimentas típicas, que por lo visto, también son las habituales, para repartirse entre ellos, mediante un sistema de rotación que se han autoimpuesto para que a cada uno de ellos les toque un poco del beneficio del turismo, a los visitantes que llegábamos hoy a su isla.

La espera fue una situación un tanto incómoda. Mientras que los turistas estábamos sentados en un lado del muelle observando como Tito Castro le daba una lista con nuestros nombres al jefe de la isla, los habitantes de Amantaní, nos observaban a cierta distancia, esperando instrucciones de este hombre, para ver a quién y quienes les tocaban en suerte para alojar en sus casas.

Después de una media hora de charlas, Marijose y yo fuimos asignados a la familia de la señora Lucila, quien después de una tímida presentación, nos invitó a seguirla hasta su casa, separándonos del grupo hasta dentro de un par de horas.














Caminamos en silencio detrás de ella, a través de unos senderos que atravesaban secos huertos delimitados entre sí por muros de piedra, que albergaban cada uno, una pequeña casa rústica, construidas con adobe y piedras, de aspecto muy humilde. Muy a menudo la humildad y el aspecto de sencillo de las cosas, van unidas de la mano con la belleza que un foráneo puede percibir en ellas. Aquí, se daba este caso.

 
 
Entramos a la humilde casa de la señora Lucila, y directamente nos condujo a nuestra habitación, que estaba en la parte alta de la casa y había que acceder a ella, subiendo una destartalada escalera construida con maderos y tablones, desde el un patio interior.La habitación, era muy humilde, pero muy bonita, con una decoración al estilo de las casitas de muñecas.

Lucila, nos invitó a ponernos cómodos, y a que dentro de un rato, bajásemos a almorzar, y se marchó muy sonriente, pues le dimos como regalo de agradecimiento por habernos acogido, unos paquetes de azúcar, café y arroz, que habíamos comprado en Puno con esta intención.









La rústica cocina a donde bajamos para encontrarnos con Lucila, no tenía cocinilla, en su lugar, había un fuego de madera donde colocaban sus utensilios de barro para cocinar. Estaba ubicada junto a la puerta de la salida de la casa, y para llegar al baño, había que salir a la huerta, donde tenían un pequeño cuarto acondicionado, separado de la casa. Si queríamos asearnos, tendría que ser al estilo local, agua el fría almacenada en un cubo, y a tiritar.

A la hora de la comida, la señora Lucia, nos presentó a sus dos hijas, Lisbeth y Noelia, de 11 y 13 años cada una, y a sus dos niños pequeños Axel y Miguel, de 8 y 4 añitos de edad.
En principio, Lucila, sentó a sus hijos a parte, dejando la mesa sólo para nosotros dos, pero insistimos en que los críos compartieran mesa con nosotros, y así, animadamente comenzamos a comer todos, el sencillo almuerzo que nos preparó Lucila, como si estuviésemos en familia.
Las hijas mayores, Lisbeth y Noelia, nos bombardeaban a preguntas, igual que nosotros a ellas, ante la mirada cómplice de su madre, y a los más pequeños, les tomábamos el pelo una y otra vez, con bromas infantiles, que les provocaban risitas.
Después del almuerzo, las niñas, se fueron a hacer sus deberes escolares, y nos quedamos un rato con “los enanos” en la huerta. Ni un minuto tardaron en buscarme para subírseme a las barbas en busca de juego. Menos tardé yo en proporcionárselos.
Puerta del templo de la Pachamama.
 
 
Sobre las 15:00 horas, nuestro grupo de turistas, había quedado en reunirse en la plaza principal del pueblo, para comenzar una caminata hasta la cima de la isla, donde se encuentran los Santuarios de La Pachamama y el de la Pachatata, así que encaminamos nuestros pasos en busca de ellos acompañados por Lucila y Axel, a quien le había llamado sobremanera mi estatura. En cada piedra, murito o cosa que encontraba a su paso, se subía y se comparaba conmigo:
- ¿Ahora soy más alto que tú? – Me preguntaba, y yo me ponía de puntillas o me subía a otra cosa - ¡No Axel! Sigues siendo chiquito…- y él se mondaba de risa y corría en busca de otro sitio al que subirse.
 
La excursión que hicimos con el grupo, fue una bonita ascensión por unos senderos de piedra muy bonitos, pero bastante dura, tanto por lo empinado del terreno, como por la falta de aire en esas altitudes, unos 4.100 m.s.n.m.
Durante el camino, conversamos de manera larga y distendida con el señor Tito Castro, quien a pesar de su aspecto y sus formas un tanto despreocupadas, nos sorprendió gratamente con unos grandes conocimientos sobre las gentes de estas islas y unas mejores maneras de explicarlas.

En lo más alto de la isla de Amantaní, en el Santuario de la Pachamama, obtuvimos unas preciosas vistas del lago Titicaca, y disfrutamos de una preciosa puesta de sol que nos hizo entender algo del porqué viene hasta este alejado lugar tanto tío “místico”, que quiere hacer rituales y sentir todo lo que rodea a la cultura que aquí se dio, pero a cambio, tuvimos que soportar la dura climatología de este lugar del mundo.

A la vuelta, ya de noche, con uno de los mejores cielos estrellados que hemos visto nunca, en casa de Lucila, nos dispusimos a cenar, y conocimos al señor Esteban, marido de Lucila, que había vuelto de la dura, pero cotidiana aquí, jornada en el campo.
Con él nos enfrascamos en una apasionante interacción de tan distantes puntos de vista, y nos quedamos sorprendidos por todo lo que tenemos en nuestra sociedad que no apreciamos y que ellos no tienen ni la más mínima posibilidad de obtener, como podría ser por ejemplo, un médico. Cuando se enteraron de que Marijose es enfermera, Esteban, comenzó a relatarnos que desde que había muerto el chamán que había ayudado a su mujer (y a todas las demás mujeres aquí, en Amantaní) a dar a luz a sus cuatro hijos, se habían quedado sin soporte médico. Y por lo que nos contaba, todo lo que les ofrecía este chamán, no era sino medicina naturalista, a base de hojas de coca y otras así…nos quedamos “flipando en colores”….
Templo de la Pachatata.
Además, Lucila, se encontraba desde hacía algún tiempo un poco mal, con algo de resfriado, y nos preguntaron si habíamos traído con nosotros alguna medicina que pudiésemos brindarles, ya que aquí es imposible conseguirlas. Nos maldijimos, pues sí que siempre cargamos un pequeño neceser con algún antinflamatorio, paracetamol y cosas así, pero nos lo habíamos dejado en Puno, con lo que la pena que nos quedó, fue mucha.
Así que, como consejo nuestro para el viajero que vaya a las islas del Titicaca, es que no estaría de más que les llevasen algo tipo aspirina, paracetamol y cositas así, además del típico obsequio que les llevamos los turistas, como leche evaporada, café y cosas de este estilo, que al final, no son para ellos, porque lo que hacen, es guardarlo para el próximo turista al que puedan acoger.
Enfrascados en esta charla, Lisbeth, se llevó a los peques a la cama, y Noelia, insistía una y otra vez, en que fuésemos con ella al baile que se organizaba en el pueblo para celebrar la llegada de los turistas.
Su carita de pena era todo un poema cuando reusábamos ir al baile, excusándonos con el cansancio y con nuestra edad:
- ¡Es que estamos viejitos Noelia…entiéndelo! –
A pesar de que la vagancia nos podía, cuando intuimos que su madre no la dejaría ir al baile, a no ser que fuese acompañándonos, aceptamos, provocando que de un enorme bote de alegría desapareciera de la cocina, y que en menos de un minuto estuviese de vuelta con trajes típicos debajo del brazo, para que nos los pusiéramos y nos vistiésemos como ellos.
Con ese aspecto más que gracioso, asistimos al evento.
El bailecito que nos brindaron en un pequeño y modesto edificio que tienen como local social, estuvo muy divertido y pasamos un buen rato, saltando y “haciendo el pato” junto a los lugareños, al ritmo de la musiquilla folclórica de una banda local.





Yo me la pasé bromeando a costillas de uno de nuestros nuevos amiguetes argentinos, a quien “al vuelo” pillé infraganti “echándole” el ojito a una de las italianas, como decimos aquí en Canarias, “tirándole los cacharros”, y como buen observador, también me di cuenta que ella hacia más “mutis por el foro” que otra cosa, con lo que aún más me reía de él, mientras Mari, me soltaba collejas por ser tan indiscreto:
- ¿Pero como se te ocurre decirle esas cosas al chico? ¡Se va a enfadar! - ¿Pero es que yo no era así cuando me conociste? ¡Ay! -
 Por suerte, ambos muchachos, eran chicos magníficos, y se tomaron las cosas como hay que hacerlo, con muy buen humor, y tanto recibían bromas como las gastaban, así que mientras yo hice buenas “migas” con ellos, Marijose hizo más de lo mismo con las jóvenes italianas, sobre todo cuando descubrieron que una de ellas tenía, había estudiado para entrar en el mismo gremio laboral que Mari.

A las tantas de la madrugada, nos fuimos con Noelia, a la que ya se le cerraban los ojitos por el sueño (¡no quería fiesta! ¡Eso, por osar picar a dos veteranos curtidos en mil juergas!), y por el camino, nos quedamos anonadados con la cantidad de estrellas que se podían ver en aquel impoluto cielo brillante, limpio de contaminación, en el que parecía, que te ibas a caer hacia arriba y sumergirte en el firmamento.
 Nos despertamos bastante antes que los habitantes de la casa, así que en aquella despejada y fría mañana, nos apañamos como pudimos para asearnos en el baño con aquella agua a punto de congelación.
Desayunamos en la mesa con los chicos de la casa, jugueteando con los peques, hasta que dio la hora de irnos. Nos despedimos de ellos con besos y abrazos, y Lucila caminó con nosotros acompañándonos hasta el muelle, mientras Esteban, se preparaba ya para salir al campo.
Recorrida poca distancia de la casa, vimos a Axel correr y subirse a un muro:
-¡Adiós Pedro! ¡Mira, ahora soy más alto que tú!- decía mientras agitaba su manita despidiéndose. Su padre corrió para sujetarlo y meterlo en casa mientras nos regalaba una sonrisa.

Marijose, con quien me había puesto de acuerdo anoche, llevaba en la mano un dinero para dárselo a Lucila como agradecimiento por su hospitalidad. Quizás para nosotros solo hubiese supuesto una pequeña salida a cenar alguna noche en nuestro lado del mundo, pero para ellos, que no tienen nada de dinero en efectivo esperábamos que fuese una ayudita.
Un tanto emocionada, con los ojos aguados por la reacción del chiquillo al irnos, se dirigió a ella y le dijo:
- Lucila, no sabemos como agradecerte lo buena que has sido tú y tu familia con nosotros, por favor, acepta este poquito de dinero como agradecimiento -
Nosotros creemos que ellos ya estaban contentos con nuestra visita y no esperaban nada más, pero la cara que se le puso a la señora con el regalo, repartiéndonos abrazos y besos con los ojos rayados de la emoción, nos pudo. Es verdad, ambos, somos más bien “blanditos” para las situaciones sentimentales de este tipo, y al ver esta reacción desmesurada por un simple gesto de agradecimiento, nos hizo darnos cuenta de lo que significa para estas personas, algo que parece insignificante para nosotros.
Esta sencilla señora, hizo que se nos saltaran las lágrimas de la emoción también a nosotros, solo por ver la felicidad que le habíamos provocado con prácticamente nada.
Tomamos nuevamente el barco, y Lucila nos despidió agitando la mano desde el muelle, y partimos aún con el corazón encogido, en dirección a la siguiente isla del Lago Titicaca.
 
La isla de Taquile.

Después del inevitable hastío del traslado en barco, llegamos después de poco más de una hora de navegación, a quizás la más famosa isla del Lago Titicaca.
Taquile, es una isla muy parecida a Amantaní, pero la diferencia estriba en sus habitantes que son de ascendencia aymara.
Para llegar al centro de la isla, hasta el poblado principal, recorrimos desde el muelle un empinado sendero de piedra muy similar al de ayer en la isla vecina, que recorre bordeando la costa de la isla, dejando a la vista los campos de cultivo, el agua del lago y la silueta de las islas cercanas.
Ese día la isla estaba en fiestas. Había, no recordamos bien qué hermanamiento de los profesores de Amantaní, y tanto en el colegio como en el instituto, los profesores de ambas islas jugaban un torneo de varios deportes, así que salvo ahí, en donde se concentraba toda la gente, todo lo demás en la isla, estaba prácticamente desierto.


 
Al llegar a los institutos, descansamos un poco y entablamos conversación con los jóvenes alumnos durante un ratito, para proseguir bordeando la isla por el sendero, contemplando el bonito paisaje mientras atravesábamos los característicos, números y tan famosos arcos de piedra de esta isla, hasta que volvimos a la zona del muelle, y antes de tomar nuevamente el barco para finalizar esta excursión, almorzamos en el restaurante de la cofradía local, la típica trucha (introducida) del lago Titicaca.
Durante el almuerzo estrechamos lazos con las jovencísimas Julia e Isabela, y con nuestros entrañables argentinos Rodrigo y Matías, quienes nos prometieron una parrillada al estilo argentino cuando visitemos Buenos Aires. Les informamos desde aquí, que pensamos algún día hacerles cumplir lo prometido.

La vuelta a Puno, fue tediosa como no, y cuando retornamos al hotelito, nos encontramos con que tampoco hoy había agua caliente en la ducha, así que después de unos días de asearnos de mala manera, bajé a recepción hecho una fiera y les exigí que cumplieran con el trato si querían cobrar.
En un momento apareció la dueña del hotel, con dos botellines de agua como obsequio para pedirnos disculpas, y nos comentó que claro, que ellos ponen el agua caliente a determinadas horas porque si no, sería mucho gasto para ellos…- ¡pues no digas que tienes agua caliente las 24 horas…!- le contesté. Y ella alegó que claro, es que si no decían eso, los clientes se le irían al hotel de al lado…
- ¡Pues sería lo lógico…!- le volví a decir.



La anécdota fue que al ratito, volvió la dueña para avisarnos de que ya teníamos agua caliente, y entablamos una pequeña conversación con ella, en la que le contamos que nuestra intención era pasarnos unos días a Bolivia y después volveríamos por aquí, ya que yo estaba preocupado porque nuestro retorno coincidía con las fiestas de la Virgen de Candelaria y no podríamos retrasarnos en volver a subir hasta Lima.
La cosa fue que cuando se despidió la señora, a los pocos minutos, nos tocó en la puerta una joven morena de largo pelo negro, con aspecto, facciones y acento claramente peruanos, y nos preguntó que si éramos españoles.
- Emmm, sí….- le contesté dubitativamente.
– ¡Yo también, de Barcelona! – exclamó.








-Pues ah…-
upusimos que sería la típica doble nacionalidad, y continuó haciéndonos preguntas, porque según ella, nos había escuchado decirle a la señora que nos íbamos a Bolivia, y que ella también querría ir, pero, claro, que estaba sola, y quería saber si podría unirse a nosotros dos en esa parte del viaje…




En principio, no le dijimos que no, (aunque ya estaba decidido que no, pues con nuestra experiencia sabemos que ya a veces es difícil viajar con amigos y personas que conoces, ¡cómo para viajar cargando con una desconocida!) y la excusa que le pusimos, es que todavía teníamos que averiguar cómo ir, que mañana iríamos a la estación de autobuses a preguntar y que cuando lo supiésemos, la avisábamos.
– ¡Ok! - Exclamó,  - ¡Pues estoy en la habitación justo enfrente para cuando lo sepáis! –
   Después de nuestra por fin ansiada ducha con agua caliente, tomamos un taxi, y nos fuimos hasta la estación de autobuses, y preguntamos en varias compañías cómo ir hasta La Paz.
Nos ofrecieron tantas cosas a tan dispares precios, que al final, por lo que optamos fue por comprar un billete muy barato para salir temprano por la mañana, llegar hasta Copacabana, ya pasada la frontera boliviana, y allí ya veríamos si íbamos a ver la isla del Sol, o si hacíamos noche, o si continuábamos hasta La Paz.
Después de comprar los boletos (como le dicen aquí) para el bus, y de pasear un rato por el centro de la ciudad en busca de cena, nos metimos embaucados por uno de esos muchachos que intentan captar turistas, en otro restaurante que no era el nuestro favorito al estar cerrado por descanso del personal. De entrada, a pesar de que el local estaba bien decorado, no nos gustó, pues había dos críos, uno de ellos de no más de 11 años trabajando allí.

Nos escondieron los menús del día y sólo nos mostraron la abusiva carta para sablear a los turistas, pero yo se los pedí, y me ofrecieron uno de 20 Soles cuando el chico de la calle nos había dicho que el menú eran de 12 Soles, así que les llamé la atención y cambiaron el precio, pero después se estaban haciendo los “longuis” con los pisco-sour que nos había ofrecido el captador de la calle y también los reclamé…
 Entonces el crio que tenían de camarero, viene a darme explicaciones alegándome en un tono que no me gustó ni un pelo, diciendo que si el de la calle era esto, o el de la calle lo otro, hasta que me mosqueé:
-¿Usted que está haciendo aquí que no está en el colegio?-
Le grité al chico, que me miró con cara de susto, y continué:
- ¡Usted es demasiado pequeño para hablar conmigo, y menos con esos modos, tráigame a su padre o al dueño de este cuchitril ahora mismo! –

Rápidamente apareció el que se supone que era dueño del restaurante, suponemos que el padre, y mandó al chico, que aún vestía uniforme escolar, detrás de la barra, y nos hizo saber que no habría ningún había problema. Así que comimos lo que nos habían ofrecido al precio prometido, pero hubo que imponerse.
Al llegar a la habitación del hotel, lo hicimos de puntillas para que nuestra vecina no nos oyera, aguantando las risas pues los pisco-sour de la cena estaban haciendo su efecto, pero cuando llegamos hasta la puerta de nuestra habitación, oímos que desde su habitación, nuestra amiga, jadeaba y gemía con alguien, pasándolo bien, por supuesto, con lo que si de verdad estaba sola cuando habló con nosotros, en este ratito ya había encontrado compañía… - ¡Oye! ¡A lo mejor hubiese sido divertido traerla con nosotros! – le dije socarronamente a Marijose y - ¡Ay! – Exclamé cuando me dio mi merecida colleja con una mano y con la otra se tapaba la boca para que no se le oyeran las risas…
 
Bolivia, La isla del Sol.

Al día siguiente, por la mañana temprano, tomamos nuestro bus con destino a Copacabana, con la anécdota de la discusión de Marijose con la intransigente imbécil de los lavabos de la estación, quien a pesar de que habíamos pagado el “impuesto revolucionario” de las terminales en Perú, no quería darle papel para el baño si no era con un Sol de por medio, a lo que Mari por supuesto se negó.
Calle principal de Copacabana.

Después del pesado trámite, y hasta a veces ridículo, de las aduanas, en el que tuvimos que apearnos del autobús, pasar primero por la oficina de Perú, donde el funcionario de turno no quiso mi flamante pasaporte provisional tramitado en Lima, sino que me selló en el roto.

Después tuvimos que caminar y atravesar la puerta de Bolivia a pie, para volver a entrar en una oficina, esta vez boliviana, para el trámite de entrada.

Tampoco quisieron mi pasaporte nuevo, con lo que, por miedosos, se ve que hicimos un poco el “pringui” al haber tramitado el provisional. Aunque a la vuelta, un error nuestro al anotar el número, nos costó tener que dar unas cuantas explicaciones.

 


Apostados a la puerta de las oficinas, muchos lugareños ofrecían cambio de divisas, pero con unas condiciones muy desventajosas, así que sólo cambiamos unos pocos euros para ir escapando hasta llegar a La Paz.
 Nuevamente a bordo del autobús, que nos esperó todo el trámite al otro lado de la frontera, un operador de la compañía, la Titicaca-Bolivia, nos preguntó por nuestros planes de viaje. Le explicamos que no teníamos decidido aún qué hacer, y él nos propuso una excursión desde la ciudad a la que llegaríamos, Copacabana, a la isla del Sol, y al regreso, continuar camino en otro bus de su compañía para llegar por la noche a La Paz, todo por un precio ridículo en comparación con lo que nos habían ofrecido desde Puno, y es que desde aquí notamos cierta mejoría de los precios que hay en Bolivia si los comparamos con los de Perú.


 



Copacabana no tiene nada digno de mención.
Es un pequeño puerto de paso para los viajeros, que se usa tanto para las excursiones por el lago hasta las islas del Sol y La Luna, como para el transbordo de pasajeros de los autobuses que van de Perú a Bolivia o viceversa.
Como dato curioso para dos tinerfeños como nosotros, la historia de este lugar, cuenta que en el siglo XVI, se apareció aquí la Virgen de Candelaria obrando varios milagros, por lo que hoy en día es la patrona de toda Bolivia.
 
 
Hay una pequeña calle principal, que baja desde donde paran los autobuses hasta el muelle, bordeada por, hostales y pensiones, tienditas de souvenirs y restaurantes, que viven de los turistas.
Dejamos nuestras mochilas en la oficina de la compañía de autobuses e hicimos tiempo paseando la calle principal. Almorzamos en un restaurantito junto al lago y a la hora convenida, sobre las 13:00 horas, (a la hora en Bolivia se le suma una, con respecto a la de Perú) subimos a bordo de una embarcación similar a la de ayer, y comenzamos la lenta y tediosa navegación por el lago, de una hora y pico de duración, hasta llegar a la Isla del Sol.


 
Nos bajamos en la zona de la isla, donde está la famosa y empinada escalera Inca, pero antes de entrar en la isla, de manera muy antipática, los lugareños detuvieron a todo el mundo, y comenzaron a cobrar sus 5 (Bs) Bolivianos, por persona como tasa de ingreso, cosa que molestó sobre manera, más por la actitud que por la cuantía, a los turistas norteamericanos y chinos que venían en el barco con nosotros. En general, los lugareños de la isla que nos tropezamos durante la caminata que hicimos por su isla, nos trataron de manera muy áspera, llegando incluso sólo con ver nuestra cámara de fotos, sin ni siquiera enfocarlos a ellos, a ocultarse el rostro con las manos…cuando cruzaban su mirada con nosotros, al contrario que en las islas del lago peruanas, Amantaní y Taquile, lo hacían con muy mal gesto.








Como siempre la altitud, se hizo sentir duramente, nada más comenzar a subir la escalera Inca, así que con un ritmo cansino, tomamos el sendero que nos condujo al pueblo de la comunidad Yumani, donde los lugareños, por motivo de sus festividades, ejecutaban al ritmo de una orquesta de tambores y trombones, un monótono bailecillo, ataviados de una manera un tanto curiosa, mezclando trajes semitradicionales en las señoras y modernos trajes de corbata en los hombres…

Por el sendero que habíamos tomado, se divisan unas bonitas vistas al lago y a la isla vecina de La Luna, pero las imágenes del tipo de construcciones, sin orden y con techos metálicos, afean mucho a esta isla.

Después de un rato paseando por el pueblo, retornamos al barco a la hora convenida, para trasladarnos hasta el otro punto de la isla que visitaríamos, donde se hayan las ruinas del templo Inca de Pilkokayna.

Templo Inca de Pilkokaina.



Hicimos una breve parada allí, pues tampoco es que la visita diera para mucho más, y continuamos la navegación, ya de retorno a Copacabana.

Sin muchas más anécdotas que contar al llegar a tierra, deambulamos un rato por la calle principal de Copacabana, curioseando en los puestos callejeros en busca de alguna prenda de alpaca que no conseguimos, hasta que se nos hizo la hora de tomar el bus para proseguir nuestro camino.
 
 
 

En la ruta, ya sin luz solar, nuestro transporte se detuvo en el estrecho de Tiquina, una franja de agua de unos 800 metros de longitud.
Ya habíamos visto imágenes en televisión de esta curiosa zona, donde los lugareños sobreviven, a base de cruzar a personas y vehículos en sus destartaladas barcas.

Así que mientras nuestro autobús pasó a bordo de una de éstas curiosas barcaza de madera, nosotros tuvimos que pagar una pequeña embarcación para alcanzar la otra orilla.




Fue una situación divertida pero un poco extraña.
Todos los pasajeros que viajábamos en el autobús, nos apiñábamos en la minúscula cabina del bote, debido a la falta de espacio, intentando encontrar algo de calor juntándonos, porque a nivel del agua, hacía un frío más que considerable.
Parecíamos más inmigrantes ilegales que otra cosa.
 
 
Ya de noche, mientras Marijose dormía, como de costumbre, apoyando su cabeza en la ventanilla del desvencijado autobús que nos transportaba, comencé a vislumbrar el paisaje que proporcionan las luces en la noche de una enorme ciudad, que singularmente, se situaba a los pies de nuestra posición, en un impresionante y gigantesco socavón geográfico.
Era la ciudad de La Paz.

Los mejores momentos de nuestro paso por el Titicaca y sus islas en 180 fotografías:




miércoles, 24 de octubre de 2012

Vídeo resumen en la Ruta del sol

Nuestro habitual vídeo resumen casero de nuestra "Ruta del Sol" hasta que llegamos a Puno, a orillas del lago Titicaca, donde desarrollaremos nuestra próxima etapa en Perú, antes de adentrarnos en territorio boliviano.



lunes, 22 de octubre de 2012

La Ruta del Sol. De Cuzco a Puno.


A pesar de habernos acostado tan tarde, seguramente debido al ritmo que llevábamos, nos levantamos muy temprano.
No del todo, pero más descansados que anoche, más una buena ducha y el desayuno, hicieron que hoy viésemos las cosas con otra perspectiva.

Lo que primero hicimos, fue hablar con el chico que había hoy en recepción, para que nos prestase alguna herramienta con la que romper los candados de las mochilas. Nos trajo a la habitación un pequeño trozo de sierra metálica, y con eso y un poco de paciencia, nos apañamos para “liberar” nuestras pertenencias.


 
Antes de salir a pasear por último día en Cuzco, nos tropezamos con el señor Dante, que entraba al hotel con dos nuevos clientes. Cuando nos vio, se apresuró a devolvernos el dinero por el transporte no realizado anoche desde Ollataytambo a Cuzco, puede que por miedo a que le “montásemos un pollo” delante de sus nuevos clientes, y nos pidió que lo esperásemos un poco, para disculparse en condiciones. Cuando lo hizo, realmente nos pareció sincero, así que aunque en un principio nuestra intención no fuese comprarle nada más, al final, le pedimos que nos consiguiera un buen precio, por una manera que habíamos encontrado de llegar hasta Puno, la siguiente parada en nuestros planes, para acceder al lago Titicaca.

 
La manera de movernos hasta Puno, de la que nos habían hablado otros viajeros, no era ni en bus nocturno ni en el público, como habíamos hecho hasta ahora, sino que era por medio de varias agencias de turistas, que se han sacado de la chistera, unos “buses turísticos”, que a lo largo de unas diez horas, van haciendo paradas por puntos de relativo interés, desde una ciudad hasta la otra, en ambos sentidos, así que en lugar de un tedioso traslado, por lo menos, vas viendo algo por el camino.

 
 
 
La compañía con la que más descuento nos pudo hacer el señor Dante, llamando por directamente por su celular y regateando el precio delante de nosotros, fue con la Wonder Perú ( web: www.wonderperuexpedition.com), y le dejamos reservados nuestros asientos para la mañana del siguiente día.

Era domingo, y como ya comentamos en el artículo de Cuzco, ese día lo dedicamos a pasear tranquilamente, a nuestras anchas, por la casi desértica zona centro de la ciudad.

Como anécdota, comentar que encontramos junto a una cafetería de la calle Heladeros, una ferretería abierta, donde pudimos reponer nuestros candados para las mochilas.


A la mañana del día siguiente, justo antes de partir, a temprana hora, nos pillamos dos nuevos enfados monumentales. Primero con la ducha, que como no, a pesar de la publicidad de siempre de agua caliente 24 horas, tenían una vez más el calentador desconectado, y segundo que antes de bajar a desayunar, nos apareció apresuradamente el señor Dante, diciéndonos que se había equivocado con la hora de salida del transporte y que tendríamos que salir ya, corriendo y sin desayunar, por lo que después de que Marijose me contuviese, bajó hasta recepción advirtiendo tanto al señor Dante como al recepcionista, que les hablaba ella, para evitar en todo momento que fuese yo el que lo hiciera con el enfado que tenía, así que resolvió pagarles 10 Soles menos por habitación y noche, cosa que aceptaron sin mucha discusión.
 


A pesar de los enfados de los últimos días, tanto en el de a la vuelta del Machu Picchu, como éste último, entendemos que no todo fue a causa del señor Dante, así que si algún día van por Cuzco y se tropiezan con él, no duden en aceptar sus servicios. Podemos facilitar su email y teléfono, contactando con nosotros por ejemplo mediante este mismo blog.


En el moderno autocar de la compañía, en el que viajábamos junto a tres parejas “sesentonas” de italianos, y otra canadiense, similar a nosotros en cuanto a edad, con lo que estuvimos muy cómodos, sobrados de espacio, hasta que después de casi dos horas de trayecto, hicimos nuestra primera parada.

Andahuaylillas.

Este pueblo de calles adoquinadas no tiene mucho que ver, salvo la principal atracción que es la iglesia.
 
Nosotros la encontramos en plena faena de reconstrucción y mantenimiento, por lo que tanto la fachada exterior como en el oscuro interior, la tenían completamente invadida por los andamios de construcción de los que nunca se hablan cuando llegas a cualquier atracción turística del mundo, y que tanto “joroban”.

 
 
 
 
 
 
Como ya nos esperábamos, por la experiencia que hemos adquirido en otros viajes, como en los de Asia, cuando se quiere comparar algún punto de interés con el verdadero, es porque no se le acerca ni en el más loco de sus sueños. Los peruanos, afirmaban que esta iglesia, era la Capilla Sixtina Sudamericana...decimos nosotros, que eso será porque no han visto la verdadera…
 
 Una iglesia pequeña, de techos altos con vigas de madera, un poco vieja y algo desvencijada, con ese encanto que tienen las construcciones modestas antiguas, con un interior barrocamente recargado de pinturas enmarcadas con retorcidos relieves de escayola bañada en oro, elaboradas por grandes artistas nacionales, que sin duda, era un bonito punto de parada para atraer a turistas, pero de ahí a lo que ellos venden va un abismo.

Las ruinas de Raqchi.


La siguiente parada de esa ruta, la hicimos en las ruinas de Raqchi, que se encuentran en distrito de San Pedro, a una altitud sobre el nivel del mar de 3.500 metros.

Raqchi, son las ruinas del templo Inca de Viracocha, y a su entrada, hay una bonita iglesia, en cuya plaza, frente la fachada principal, los lugareños tienen montado un “tenderete” con “chiringuitos” y música, para atender a los turistas.



 

A pesar de que realmente no hay tanto que ver, a nosotros, nos gustó mucho pasear entre estas ruinas. La pared central que es lo mejor conservado, junto con alguna enorme columna restaurada de piedra, dan una ligera dimensión de lo que pudo llegar a ser en su día este recinto religioso.  
 
Lo que no nos gustó en absoluto, es como el negocio del turismo lo ha corrompido todo, denigrando a la gente a simples mendigos, y es que todo lugareño que volvía de sus quehaceres en el campo, al cruzarse con nosotros, extendía la mano poniéndonosla delante de nuestras narices, y con cara de pena comenzaba a soltar una retahíla de lamentos en busca del dinero fácil del turista.

La tercera parada, a pesar de ser sólo las 11:30 de la mañana, fue para almorzar en un restaurante que la empresa turística tiene habilitado estratégicamente en la aldea Sicuani.

El almuerzo, tipo buffet, no estaba nada mal. Comimos de todo un poco, con mención especial a los bistecitos de alpaca, y nos sirvió para entablar un poco de simpática conversación con nuestros acompañantes italianos, desempolvando un poco nuestro ya casi olvidado idioma italiano.




Después del almuerzo, hicimos la siguiente parada en La Raya, un minúsculo pueblo situado a 4.335 metros de altitud, que hace las veces de frontera entre las regiones del Cuzco y la de Puno, en donde realmente no hicimos nada, excepto bajarnos del bus unos minutos, para soportar el viento gélido y pasar frío al lado de unas señoras, que sentadas en sus alfombras, exponían su mercadería esperando a las paradas que hacen los buses turísticos.




En el terraplén donde se detuvo el autobús, para que sacásemos la típica fotografía de los carteles limítrofes, sólo se divisaba una iglesia, una granja de llamas y una pequeña estación de trenes, donde una de las líneas del PerúRail, justo estaba haciendo su parada.
Todo ello, a los pies de enormes cráteres de los volcanes con nieves perpetuas, que se elevan a más de 6.000 metros de altitud de estas altiplanicies.





Pukara.

A nada menos que a unos 3.900 metros de altitud sobre el nivel del mar, se encuentra Pukara, donde hicimos la última parada de esta ruta antes de arribar por fin a Puno.
Patio del Museo de Pukara.

Allí, nos acercamos a ver unas nada interesantes ruinas preincaicas, y luego fuimos a visitar un pequeño museo, antes de dar un pequeño paseo por la plaza principal de la zona.

Toritos típicos en los tejados de Pukara.






Sin más paradas, nuestro bus continuó su camino, pasando por el centro de la horrible y caótica ciudad de Juliaca, conocida aquí como la pequeña Saigón, al ser un centro importante de mercadería de importación ilegal desde Bolivia a través del Titicaca.




Iglesia de Pukara.



Las imágenes que pudimos ver desde la ventanilla de la guagua, realmente nos evocaron a las ya conocidas por nosotros en Asia, con calles polvorientas repletas de vendedores ambulantes de todo tipo, cientos de moto-taxis azules que correteaban sorteando el numeroso y destartalado tráfico, como si fueran pulgas…

A última hora de la tarde, comenzamos a divisar las aguas del lago Titicaca, proporcionándonos el pequeño ataque de euforia que se siente cada vez que conquistamos un nuevo territorio. Hasta que el autobús, se detuvo en la estación de autobuses de Puno.
Calles de Jualiaca.



En la estación de autobuses, nos estaba esperando una joven, que se nos presentó diciéndonos que el señor Dante la había llamado por teléfono, para que nos ofreciera alojamiento, así que tomamos un taxi con ella y nos dirigimos hasta centro de Puno.


 A sólo unos pasos de la calle peatonal principal, Jirón Lima, nos ofreció un modesto alojamiento, el hotel Arequipa, situado en la calle del mismo nombre, por los 60 Soles la noche, que fue el precio medio que pagamos en Perú por los alojamientos.


Nuestra primera visión de las aguas del Titicaca.



En la misma habitación, la chica que nos esperaba en la estación junto a su novio, enamorados, como se definieron ellos mismos ante mis indiscretas preguntas, nos hicieron varias ofertas por las excursiones a realizar en esa zona del mundo. Las rechazamos amablemente todas, excepto la del tour de dos días por las islas peruanas del Titicaca después de un duro regateo. Averiguamos días después, preguntando a otros turistas, que habíamos salido muy bien parados con el precio que Marijose había conseguido en comparación con el resto, ni siquiera si lo hubiésemos montado por nuestra cuenta nos habría salido más barato.


 Esa tarde-noche, la dedicamos a pasear un poco por el centro de la nueva ciudad, pero realmente Puno no tiene mucho para hacer, excepto recorrer la pequeña calle peatonal del centro, la Jirón Lima, donde encontramos un pequeño restaurante para cenar, que sería nuestro sitio favorito para comer cada vez que volvimos aquí.

Nuestro pequeño resumen de nuestro trayecto desde Cuzco a Puno en 72 imágenes: