viernes, 28 de septiembre de 2012

Vídeo resumen por el Cañón del Colca

A partir de aquí, nuestro viaje ya ha tomado cuerpo y seguirá subiendo de nivel.
El resumen con nuestra vídeo cámara del Trekking que hicimos por el Cañón más profundo del planeta junto al de Cotohuasi, también en Perú, en el que filmamos entre otras cosas, nuestro primer avistamiento de los cóndores andinos desde el mirador de Cruz del Cóndor, comentando el descenso hasta el Oasis de Sangalle, recorriendo curiosas aldeas como Malata, donde reside la Virgen de la Candelaria, una entrevista a Marijosé en nuestro básico alojamiento, mis comentarios durante el duro ascenso a pie, en mula por parte de Mari, nuevo y mejor avistamiento de los cóndores, y paradas en las comunidades de Maca con su bonita iglesia y Virgen de Santa Ana, y por último, Chivay, antes de retornar a Arequipa para continuar nuestra "ruta con los gringos", rumbo al Cuzco...

lunes, 24 de septiembre de 2012

El cañón del Colca.

Panorámica del Cañón mientras lo descendíamos.

Fue una de las paradas estrellas, sin duda, en nuestra ruta en tierras peruanas, pero se podría haber convertido en una fatal decepción, si no nos lo hubiésemos tomado todo con el mejor de los talantes posibles.

Cuando contábamos esta historia vía emails a nuestros amigos y familiares, todos creían que lo habíamos pasado fatal, culpa de los repetidos enfados por la desidia, por las cosas mal hechas, de las malas maneras y de toda la chapucería con la que se hicieron las cosas por parte de absolutamente todo el mundo. No fue así, y ahora recordamos los paisajes por los que anduvimos con cierta añoranza, pero bien podría haber sido una de las peores experiencias vividas en nuestros viajes por el mundo.
Remontándonos un poco atrás en la historia, cuando negociábamos en la agencia para hacer el tour por el Cañón del Colca, recordarán que aunque la chica que nos atendió nos recalcó tanto a nosotros para que esperásemos puntuales a las 3:00 a.m. en Plaza de Armas, como al conductor, para que nos recogiese a nosotros dos en primer lugar, comentábamos que éste, no hacía mucho caso al estar entretenido besándose con la otra chica de la agencia.







Nos levantamos a las 2:00 a.m. para preparar nuestras cosas y ducharnos, pero aquí ya descubrimos como se las gastan en Perú con la propaganda que dan todos los hostales y hotelitos de poca categoría donde nos alojamos acerca del agua caliente las 24 horas. Directamente, eso es mentira, y cuando les interrogas por el asunto, te comentan sin tapujos, que tienen que decir eso porque si no, los clientes no vendrían…y digo yo, que sería lo lógico ¿no?

Con un frío que pelaba, a esas horas y en esa ciudad en concreto, me bajé a la recepción a ver qué pasaba, y allí me encontré con un jovencito de no más de 20 años, algo más que ebrio, que me contestó con la verborrea típica de todos los borrachines, que él no trabajaba allí, sino que estaba sustituyendo un rato a su amigo, el verdadero recepcionista.


Le ordené de muy mal tono, que fuese a su encuentro para que nos solucionase el asunto del agua, y se fue dando tumbos, tropezándose con las paredes y muebles que se cruzaban por su camino.

Después de unos minutos esperando sin que apareciesen y viendo que se nos echaba encima la hora, me volví a la habitación, donde una malhumorada Marijose, entre “bufidos” y maldiciones, se aseaba como podía.
A mí, me tocó lo mismo.
Unos 15 minutos antes de las 3:00 estábamos en recepción, allí no había nadie.

En la puerta del hostal, escaleras abajo, descubrimos a un hombre joven, que charlaba “en plan ligoteo”, con unas norteamericanas totalmente borrachas. Marijose bajó en su busca, y se dirigió a él, preguntándole si era él el recepcionista, a lo que asintió, y le comunicó que estábamos esperando para que nos guardase las mochilas grandes unos días, tal y como  habíamos convenido con la dueña del hostal.



Él le dijo que sí, pero se volvió hacia las americanas y continuó a lo suyo. Marijose subió a donde estaba yo y me contó lo sucedido. Esperamos unos cinco minutos allí plantados, pero él, seguía a lo suyo.
Marijose, volvió a bajar las empinadas escaleras del hostal, a donde se encontraba el hombre y le dijo ya en un tono un poco más serio:
-  Oye, ¿quieres venir a atendernos que tenemos que estar en cinco minutos en Plaza de Armas, por favor?-
- Sí, sí, Ahorita – y le dio la espalda y continuó animadamente a lo suyo entre risas y fiestas con las borrachas -


Yo me había asomado y tan perplejo como ella, observaba la surrealista situación. Marijose, a punto de un ataque de furia, le agarró del brazo, lo volvió hacia ella y le dijo en voz alta, ya bastante enfadada:
-¡Ahorita no, ya! ¡Como se me haga tarde y pierda mi transporte por tú no estar pendiente de tu trabajo, voy a llamar a tu jefa a preguntarle qué pasa contigo! –

Al “tiparraco” no le gustaron los modos de Marijose, y se soltó su brazo con un gesto bastante chulesco, levantándole la voz y encarándosele le dijo:

- ¿Qué no ve que estoy atendiendo a unas clientas? –

Pero este tío no conocía cómo se las gasta Marijose en una discusión, y pensando quizás que ella se le iba a acobardar, se llevó algo más que una simple sorpresa cuando se le impuso en una acalorada conversación, obligándolo a dejar lo que estaba haciendo para subir a atenderla.

Cuando llegaron hasta donde estaba yo, atento a todo lo que sucedía, escaleras arriba, le solté “la parrafada”, en voz tan alta y de tan mal humor, que las americanas continuaron su camino:

- ¡Mira a ver que si encima que nos has hecho ducharnos con agua fría vas a seguir tocándonos las narices! -

Misterios de la naturaleza, que no tanto, cuando vio que era un hombre (medio metro más alto que él) el que le estaba hablando enfadado, se achicó, y cambió su actitud cual niño al que le hubiesen dado dos nalgadas en el culo. Entonces raudo, y entre sonrisas se disculpó porque no le hubiesen dejado el calentador del agua conectado y blablaba, y amablemente, nos guardó las mochilas en el mejor rincón posible para que nadie las tocara y blablaba…patético.


Con el "mosqueo" por el madrugón, la ducha fría y el imbécil de la recepción, corrimos hasta la Plaza de Armas, donde in extremis, llegábamos a tan solo 3 minutos de las 3:00 a.m.
Hacía un frío matador, y a pesar de que vimos muchas furgonetas de las distintas agencias de viajes pasar, la nuestra no llegó hasta pasadas las 3:30 a.m. Éramos los últimos pasajeros a los que el conductor pasó a recoger.


Cuando el guía se bajó de la furgoneta y nos preguntó que si éramos Pedro y Mari, yo le contesté:

-  ¡Sí, los mismos a los que tenían que haber recogido hace media hora, tal y como le dijeron al conductor, y no haberlos dejado aquí media hora para que se congelaran! –

- Lo siento, yo no sabía nada – Replicó Pablo, quién sería nuestro guía esos días -

- La culpa es de este tío – le dije señalándole al conductor, que me miraba con mucho desdén – que en lugar de estar pendiente de lo que le dicen en su trabajo, está “besuqueándose” como un niñato con la novia… -







El trayecto fue un “palizón” de unas cuatro horas de duración. Curvas y más curvas que no permitían ni dar una cabezada, por unas carreteras en un estado lamentable, con un conductor que conducía a “toda pastilla”, mientras buscábamos cualquier cosa para abrigarnos, pues el frío era insufrible y aumentaba mientras ascendíamos.



Sobre las cinco y media de la mañana, llegamos al punto donde hay que comprar el famoso boleto turístico, un robo a mano armada, que ha pasado en unos poquitos años a doblar su coste, 70 Soletes de nada por “guiri”.
A todos los excursionistas, nos pusieron a hacer cola para comprar los boletos. Era una situación inhumana, pues ese punto, esta situado nada más y nada menos que a 3.700 metros de altitud, y corría un fuerte aire helado, lo que provocaba que todos estuviésemos en fila, dando pequeños saltitos, mientras nos frotábamos las manos y tiritábamos inconsolablemente.


Nos dimos cuenta, que éramos, prácticamente los únicos extranjeros de habla hispana, y de que la mayoría de las personas que veríamos esos días por allí, eran canadienses o estadounidenses. Curiosamente a partir de aquí, para relacionarnos con otros viajeros, empezaríamos a tener que usar nuestro “inglés de pacotilla” bastante a más a menudo de lo que en un principio habíamos pensado.








Una hora después de haber comprado el boleto turístico, arribamos a Chivay, donde hicimos parada para desayunar en una pequeña posada, donde tenían acondicionada una fría habitación con un desayuno tipo buffet. Confirmamos, que nuestros acompañantes de la furgoneta, eran realmente nada sociables, cosa que por otro lado, nos daba igual, pero que sinceramente nos extrañó mucho, ya que hasta ahora, en este tipo de situaciones durante los viajes, es donde solíamos hacer la mayor parte de los amigos que tenemos hoy en día repartidos por el mundo. Durante ese desayuno, no nos dirigió la palabra ni uno solo de ellos…



Volvimos a la carretera, que poco a poco, según asomaba el sol, empezó a mostrar a los márgenes del camino el potencial paisajístico del entorno. Ésta, paulatinamente fue dejando el asfalto, cambiándolo por una polvorienta zahorra blanquecina, que nos hacía ir dando incómodos botes dentro de nuestro vehículo, hasta que aproximadamente a las 8:15 a.m. llegamos al famoso Mirador de La Cruz del Cóndor, una de las paradas más famosas y espectaculares en este lugar del mundo, pero el inicial "subidón" de alegría nos iba a durar poco por lo que iba a pasar a continuación.
Los otros visitantes en el mirador, corrieron para subirse a las rocas más altas y más cercanas al precipicio, en busca de la mejor posición para contemplar a los cóndores, cuando estos llegaran. Nosotros, nos alejamos un poco de toda esa algarabía y caminamos hasta las terrazas circulares de piedras que hay un poco más abajo, y contemplamos en silencio la impresionante vista que proporciona el majestuoso cañón.

A pesar de la luminosa mañana, hacía un frío considerable, y la altitud a la que nos encontrábamos, hacía que notásemos la falta de oxígeno en el aire.

Observando en dirección al fondo del cañón, poco a poco, comenzamos a vislumbrar algún cóndor, que de cuando en cuando, cruzaba el cañón, en busca de las corrientes térmicas que utilizan para su ascensión. La gente, cada vez que los divisaba fugazmente, exclamaba de asombro, llamando la atención de todos los demás allí presentes. Por casualidad descubrimos también, recolectando néctar de las florecillas de la ladera, a un ejemplar del difícil de ver, colibrí gigante del Colca.
Sin haber conseguido aún los cóndores alcanzar la altitud a la que nos encontrábamos esperándolos, se cumplió la hora a la que nos habían citado los guías en el microbús para continuar la marcha, y rápidamente, para no perder nuestra posición y poder contemplar a los animales, nos acercamos allí, confiando en que nos darían algo más de tiempo.
Para nuestra sorpresa, se negaron en rotundo, alegando que nosotros habíamos pagado para el trekking y no para ver los cóndores, que ellos nunca garantizaban el verlos y que teníamos que irnos ya.





- ¡Un momento! – le dije al guía – Para empezar, sí que he pagado para ver los cóndores y sí me garantizaron ayer en la agencia que parábamos para verlos. – Proseguí con mi discurso. – Hemos pagado un boleto turístico que vale una fortuna para tener el derecho a verlos, además, los animales están llegando, y en unos diez o quince minutos estarán aquí, ¿Por qué tenemos que irnos a toda prisa, cuando anoche nos tuvieron esperando al raso más de media hora? Además, esta parada es obligatoria en todas las excursiones al Colca

Los demás excursionistas de la furgoneta, ya sentados dentro y “refunfuñando” en voz baja por no haber visto los cóndores tal y como nos lo habían vendido, observaban sin entender nada de lo que hablábamos en nuestro común idioma, pero seguro que se imaginaban cuál era el motivo de la discusión.

Una joven guía que por allí andaba, llamada María, se inmiscuyó en la conversación que yo mantenía con Pablo, y comenzó a decirme en un tono un tanto “chulillo”, que el boleto no era para ver los cóndores, sino para poder pasear por la zona, y que si no nos íbamos ya, alcanzaríamos el Oasis de Sangalle, donde pernoctaríamos, ya de noche.

Mi reacción hacia ella, fue fulgurante:
-  ¿Igual te piensas que estás hablando con algún idiota que se lo cree todo verdad? ¡El boleto es para lo que es, y es demasiado caro como para que ustedes me vengan a tomar el pelo, si llegamos tarde, es vuestro problema, pero yo he pagado por esto, que es lo que me han ofrecido, y si no cumples, yo voy a reclamar! –


Pablo, intentando calmar la situación, relajó su tono, y comenzó a explicarme que en realidad el problema, es que éramos un grupo, que él hablaría con el resto y si éstos estaban de acuerdo, todos esperaríamos a que llegasen los cóndores…

Entonces, se dirigió a los jóvenes canadienses de dentro de la furgoneta, y en su básico inglés con acento peruano, comenzó a decirles, que teníamos ya que irnos, porque si no, llegaríamos de noche al Oasis, y que claro, a ellos nadie les había garantizado ver los cóndores, pues no hay horas fijas a las que éstos lleguen…

Marijose y yo nos quedamos con la boca abierta por la desfachatez que estaban demostrando, ellos dieron por supuesto que no entendíamos inglés y les estaban contando la “milonga” que les daba la gana. Entonces, aparté de malos modos a Pablo espetándole: - ¿Tú te crees que eres el único listo aquí, verdad? – y me dirigí yo al grupo, con mi mal inglés de acento canario, explicándoles que todos los de allí, habíamos pagado por ver los cóndores y que éstos tíos nos estaban engañando y tratando como a idiotas, dando excusas tontas para irnos. Que en quince minutos (ya diez) los pájaros, estarían llegando al mirador…aunque como él ciertamente había dicho, éramos un grupo y se haría lo que todos decidiésemos.

Capilla de la Virgen de Candelaria, Malata.
Pablo y María, los dos guías con los que estaba discutiendo, se quedaron “blancos como muertos” de la vergüenza, al quedar “con el culo al aire”, pero he aquí, que nuestros imbéciles acompañantes, “agacharon la cabeza” y no dijeron nada.
Después de unos largos segundos de reflexión, en los que nadie decía nada, Pablo, se dirigió al grupo con su inglés: - Ok, si nadie está de acuerdo en quedarse a ver los cóndores señor Pedro, pues tenemos que irnos ya  

-  Ok, vámonos entonces – le dije a Pablo, y me volví al grupo, al que les dije en tono furibundo – ¡hay que ser estúpidos para dejarse robar de ésta manera! –

Nadie en la furgoneta dijo nada, todos mantenían la cabeza baja, mientras el chofer arrancó y salió conduciendo a toda velocidad y de malos modos, comentándole a Pablo que si el otro no había aparecido, era su problema…

De repente, una de las excursionistas grita al guía para comunicarle, que se habían dejado a uno de los chicos que venían con nosotros. Él, les dijo a todos que no, que lo que había sucedido con ese pasajero, es que había decidido quedarse allí.

- ¡Serás mentiroso! – Le grité en lengua castellana. – ¡Si tiene su mochila aquí detrás! ¡Estás diciendo esas mentiras porque ellos no entienden lo que están hablando entre ustedes! ¡Vamos, que tú me dejas tirado aquí, y no vuelves a trabajar nunca más, porque te aseguro, que es la última golfada que haces! – Le dije, ya a punto de perder los nervios.

Un minuto más tarde, detuvieron la marcha, y Pablo nos dijo que desde allí, se estaban viendo a los cóndores y que iban a parar unos minutos para que los viésemos.

Llegada al Oasis de Sangalle.
Efectivamente, a la derecha de la carretera, al borde del cañón, un grupo de cóndores andinos, sobrevolaban la zona dibujando los típicos círculos que realizan al aprovechar las corrientes de aire. Seguramente, eran los mismos que ya habrían pasado por el mirador de Cruz del Cóndor, aunque desde aquí, no se les podía observar tan de cerca.

Nuestros acompañantes, corrieron como locos con sus cámaras en mano, para poder observarlos, mientras Marijose y yo nos hablábamos en inglés para que todos pudiesen entendernos:
- ¡Mira como corren estos estúpidos que antes callaron y no protestaron para esperar 15 minutos y ver los cóndores desde el mirador! – Ninguno se atrevió a decir nada.

Mientras esto pasaba, el conductor de la furgoneta, dio media vuelta y haciendo chillar las ruedas, se fue a toda velocidad. Había ido en dirección al mirador para recoger al excursionista allí abandonado, el más listo de todos, a final de cuentas, pues según me dijo cuando volvieron con él, había avistado a las aves de una manera realmente espectacular.


Pablo, me preguntó que si se me había pasado el enfado, ya que habíamos visto por fin a los cóndores aunque desde la carretera, y yo le contesté que en absoluto, que iba a dar quejas de toda esta situación, a lo que me comentó, que al regreso, si podíamos, pararían de nuevo en el mirador, para que pudiésemos verlos bien…

Por el camino, en el pueblo de Maca, recogimos a una pareja cincuentona de alemanes que se unían al grupo, y por fin, llegamos al punto de partida de la caminata, a un centenar de metros del pueblo de Cabanaconde.



El conductor daba prisas a todo el mundo para que se bajasen de la furgoneta, entonces yo, por tocar un poco las narices, comencé lentamente a cambiarme de ropa. Él me señaló su reloj y me dijo con mala cara, que tenía mucha prisa para ir a buscar a otra gente, y yo le contesté en peor tono aún, que se iba a cansar de esperarme él a mí de aquí en adelante, ya que si anoche no había tenido compasión en recogernos a nuestra hora por no estar atendiendo cuando le hablaban en el trabajo al estar besuqueándose con la novia, se iba a tener que fastidiar. ¡Y vaya si se esperó con cara de fastidio! Y cuando me decidí a finalizar mi “pequeña venganza”, arrancó y salió conduciendo como disparado, como si llevase en sus manos un monoplaza de Fórmula Uno.

Pablo y María, dividieron en grupo en dos, y en el nuestro quedamos nosotros dos, la pareja de alemanes y una joven veinteañera canadiense llamada X, por no decir su verdadero nombre.


Antes de empezar, la señora alemana, se negó a tomar la ruta que íbamos a comenzar, alegando que cuando pagó la excursión, había acordado un camino algo más fácil. Pablo lo corroboró por teléfono, mientras X, que se impacientaba, y de malos modos, sin “cortarse un pelo” por los alemanes, preguntaba qué es lo que estaba sucediendo y por qué no empezábamos a caminar. Entonces Pablo, agobiado por la “caña” que yo le había estado dando y ahora este problema, nos indicó el camino y nos pidió que fuésemos avanzando, que ya nos alcanzaría en unas horas, y así lo hicimos, enfadados con nosotros mismos, por haber sufrido todo este despropósito, pues desde el día que discutimos en el hostal Andes House, habíamos contemplado la posibilidad de venir hasta aquí por nuestros propios medios, y al final no lo hicimos por ahorrarnos unos cuantos días (aunque tenemos que reconocer, que al final del viaje nos vinieron muy bien).




Comenzamos a caminar por el sendero, mientras X, nos contaba que había estado de voluntaria en Cuzco dando clases de inglés, a lo que yo le pregunté que cómo podía hacer eso si ella no hablaba español. Ella insistía en que sí que lo hacía, pero en realidad, después de intentar hablar con ella en nuestro idioma, siempre se volvía a su inglés, pues solo manejaba unas cuantas palabras, que no le servían para mantener una conversación.



Alcanzamos al grupo de María, al que X se unió con gran gusto, pues estaba compuesto por otros compatriotas suyos, mientras que nosotros declinamos la oferta, y como pensábamos hacer desde un principio, seguimos el sendero que comenzaba a descender hasta el fondo del cañón, fácilmente localizable, por el gran número de turistas, cosa que aprovechamos para detenernos y fotografiar todo a nuestro antojo.

En éste entorno, una vez más nos sentimos como en casa, como si estuviésemos de caminata por nuestros barrancos de las cumbres de Anaga, (aunque éste fuese mucho más profundo), la misma luz, los mismos colores, la misma vegetación (a lo mejor no tan espesa), un mismo paisaje de rocas volcánicas…

Mientras realizábamos el duro descenso, más de una vez nos tropezamos con X, que le repetía una y otra vez, la misma historia de su voluntariado en Cuzco dando clases de inglés, a todo el senderista que le prestaba atención.

A pesar de lo bonito del lugar, a Marijose le pasó factura el descenso, ya que al contrario que yo, que estaba bien preparado físicamente, ella en el último mes, desbordada por su trabajo, no pudo prepararse como hizo por ejemplo para la anterior ruta que hicimos por el sudeste asiático, en los países de Tailandia, Camboya y Vietnam, y antes de llegar al fondo, ya tenía las rodillas y los dedos de los pies totalmente machacados.

A pocas curvas antes de llegar al fondo del cañón, donde hay un puente de cemento que cruza el río y un señor apostado en él que te pide que le muestres el boleto turístico, Pablo, nos alcanzó, y sonrientemente, no hizo sino pedir disculpas por todo el resto del camino.


Un descanso de unos minutos en el puente seguido de un duro ascenso de una hora por el otro lado del valle, terminaron de “matar” a Marijose, a quién yo trataba de motivar, dándole un poco de “caña”, y en parte lo conseguí, a pesar del enfado que se pilló conmigo por ser tan “picoso”. El mal humor se le pasó rápidamente en la aldea de San Juan de Chuccho, donde paramos para almorzar y descansar durante una hora.


En San Juan de Chuccho, que solo hace un año que disponía de energía eléctrica, solamente convivían cinco familias. Tres de ellas, se dedican activamente al turismo, proporcionándole alojamiento y comida.

Mientras almorzábamos, entablamos conversación con otros senderistas que nos tropezamos por el camino. Una joven pareja de franceses, nos comentó que venían desde la selva, en la zona de Puerto Maldonado, y nos llegamos a plantear si ése sería una parada en nuestra ruta.

Casi todos los “reventados” excursionistas, se quedaban ya allí, no avanzaban más hoy, y es que resulta, que descubrimos que el trekking de tres días es el mismo que el de dos, pero de una manera mucho más pausada, así que como nosotros habíamos elegido la segunda opción, nos tocó volver a salir caminando.
Uno de los varios pueblitos curiosos por los que pasamos en nuestra caminata por el fondo del valle, fue el de Malata, donde hay una pequeña iglesia que alberga a la Virgen de Candelaria, una de las patronas de Perú, curiosa coincidencia para dos chicharreros, que descubrían que incluso su festividad coincidía también con el 2 de febrero, y que a finales de ese mismo mes, se celebraban los carnavales…

Por el camino, Pablo, con intención de hacer algo más amena la caminata, nos iba dando explicaciones acerca de la flora, de la que aún hoy en día extraen remedios caseros para sus enfermedades.


Desde la parte más profunda del cañón, observamos como el sol ya no podía alcanzarnos, dando una imagen curiosa de oscuridad, como si estuviese anocheciendo donde nos hallábamos, pero al levantar la mirada, veíamos la parte alta del precipicio totalmente iluminado. Así, cuando llegamos al Oasis  de Sangalle, sobre las 5:45 p.m., en el fondo del cañón, a la altura del río Colca, era noche totalmente cerrada.

Mientras nos aproximábamos, Pablo me comentaba, que solo una docena de años atrás, antes de la llegada de los turistas, Sangalle, era un jardín de árboles frutales, donde ahora solo hay básicas piscinas de cementos y cabañas de madera. - Es el precio que paga un lugar al reconvertirse como destino turístico – le explicamos dándole como ejemplo claro, nuestra isla de Tenerife.

Llegamos los últimos, pues para Marijose fue una caminata demasiado dura, y apenas tuvimos tiempo de instalarnos en una muy básica habitación de bloques sin revestir y techo metálico, sin electricidad e iluminada solamente con la luz de unas velas, y salir a darnos una ducha en los más básicos aún aseos comunitarios.

Una vez refrescados, nos dirigirnos a una mesa alargada de madera colocada bajo un techillo de madera y paja, para tomar la cena, en compañía de Alex, el marido “cincuentón” de la pareja alemana, que ya se encontraba allí desde hacía unas horas y escribía en su diario mientras su mujer permanecía en cama afectada por el “mal de alturas”, llamado también aquí, “soroche”. Al rato, nos acompañaron a la mesa Pablo y X, y los cinco compartimos una grata y alargada conversación.


Alex como buen alemán, conocía perfectamente nuestras islas, y se deshizo en elogios hacia ellas, provocando la curiosidad de nuestros acompañantes, quienes nos hicieron muchas preguntas acerca de ellas.


Nos enteramos por medio de Alex, que su mujer, Margaret, subiría por la mañana hasta un determinado punto, y a partir de ahí la recogería una mula hasta la cima, y  entonces, Marijose, destrozada por la caminata de hoy, preguntó a Pablo con quién debería hablar para contratar una.

Pablo gritó a un rechoncho señor ataviado como un ranchero, sombrero incluido, que por allí deambulaba ocupado con sus quehaceres, por el nombre de Señor Juan, quien presto, se acercó a nuestra mesa. Después de las presentaciones, nos pusimos a acordar un precio por una mula para Marijose. Tendría que ser una mula grande y fuerte dado nuestro tamaño y peso dijo dirigiéndose a mí, a lo que yo le respondí que yo iba a subir caminando, que con quién tenía que hablar era con Marijose, - Pero no le sigas insinuando que está gorda, porque se acabará enfadando – le dije socarronamente.


El hombre se quedó bloqueado, no sabía ni qué contestarme, y empezó a intentar disculparse hasta que se dio cuenta que tanto Marijose como yo, estallábamos en risas - ¡Qué malo eres! – me replicó Mari, como siempre, acompañando esta afirmación con una colleja. – Disculpe Señor Juan, no le haga caso, es un bromista pesado – le dijo al apurado señor, quién respiró aliviado y sonrió – ¡Ok! Usted me ha caído bien señor Pedro – me dijo – le voy a dejar la mejor mula que tengo a su mujer, por el precio normal, 60 Soles – me dijo con aire solemne. - ¡Pero dígaselo a ella Señor Juan, no a mí! – Y comenzamos todos a reírnos a carcajadas, incluido el Señor Juan
La noche fue extrañamente corta y dura, el cansancio acumulado por la “paliza” de ayer lo notaba en todo el cuerpo a las 4:30 a.m. cuando sonó mi despertador. A las 4:00, ya nos había despertado un escandaloso grupo que comenzaba a esa hora la dura ascensión que nos aguardaba, y a la hora a la que comencé a prepararme salía ya un segundo grupo de turistas. El nuestro, había acordado salir a las 5:00 a.m.

Santa Ana de Maca.
Marijose se quedaba sola, poniéndome cara de triste, en aquella habitación oscura hasta las 6:00, hora convenida con el Señor Juan para subir en su mula.
Después de prestarle la linterna de Mari a X, sin que lo agradeciese en absoluto, puntuales, comenzamos una dura caminata de solamente unos 6,5 kilómetros aproximadamente, pero ascendiendo un desnivel de unos 1.300 metros de altitud, ¡ahí es nada!

X, muy competitiva, cosas de su juventud, intentó seguir el ritmo de otro grupo de turistas que nos adelantaron a toda velocidad - ¡A éste ritmo, haremos cima en tres horas! – le comentó su guía al nuestro. Los alemanes y yo, comenzamos muy despacito, primero por la mujer, que aún se encontraba fatal por el mal de altura, y segundo, yo reservándome un poco, pues he caminado mucho por los barrancos de mi isla y sé bien qué es lo que puede pasar si no se dosifica bien el esfuerzo.

A la media hora de caminata, los alemanes estaban muertos, y mis músculos habían entrado en calor, comenzaba a sudar y a pesar de la falta de aire, podía acelerar un poco más mi ritmo, por lo que Pablo me pidió que siguiese yo solo, que él ya me alcanzaría cuando los alemanes se pasasen a las mulas.

En unos minutos, me encontré a X y a varias chicas del grupo al que se unió, sentadas sobre unas rocas, desencajadas y con las caras coloradas, bañadas en sudor, me preguntaron si sabía si quedaba mucho aún…no puede evitar reírme - ¡Si acabamos de empezar! ¡Tómenselo con calma y vayan despacito! – les dije y continué subiendo manteniendo mi cansino ritmo, controlando la respiración.

En unos minutos, me fui encontrando desperdigados por el camino, a todos los del grupo que nos adelantaron nada más empezar. Habían calculado demasiado mal las fuerzas, y varias chicas se encontraban al borde del llanto sentadas sobre unas rocas. – No pasa nada – Les decía un guía – Si no pueden seguir, ahora pasarán los “muleros” y podrán contratar una mula para subir –
Sobre las 6:00 a.m. me encontré con gente de los otros grupos más madrugadores, que zigzagueaban por el sendero como zombis, totalmente agotados. – A esta hora debería estar empezando a subir Mari – pensé en mis adentros – ¡Como tenga algún problema y tenga que volver a bajar a por ella…!

Centro de Chivay.

Marijose, puntual subió a una pequeña mula marrón. El señor Juan, le explicó que era una mulita joven, que en un rato un primo suyo les estaría esperando con una mula más grande para cambiársela, ya que a partir de ahí, la cuesta sería mucho más dura y empinada.

Ella, quedó impresionada de como esos animales caminan por esos senderos con tal poderío, sin miedo al precipicio y sin problemas con la carga. A la media hora de camino, su mula comenzaba a jadear y paraba a tomar un poco de aire, entonces el señor Juan la animaba: - ¡Vamos mulita, vamos! – le decía, y ella reanudaba la marcha. Cuando se tropezaban en el camino con otros muleros, éstos le comentaban, - ¡tu mulita pequeña está fuerte! - a lo que él asentía con orgullo.

El señor Juan, manejaba un grupo de cinco o seis mulas, a parte de la de Mari, y cuando encontraba gente asfixiada por el camino, les decía: - ¡Servicio de taxi! – Y buscando la complicidad de Mari, le animaba - ¡Dígales lo bien que se va en mula, señora! -  Marijose, muerta de risa, les decía: - ¡Sí que se va bien, son muy cómodas! –
Muchos de ellos, sobre todo en la segunda parte de la subida, pagaban sin rechistar lo que el mulero les pidiese para subirse a una mula.

A las 6:30 a.m., llegaron a donde los esperaba el otro mulero con Alex y Margaret, que acababan de llegar y se encontraban exhaustos. A Marijose, le cambiaron de mula y le explicaron que a la mulita donde la habían subido hasta aquí, la estaban entrenando aún, pero que les había sorprendido por la fuerza que acababa de demostrar. Ésta vez, le dieron una poderosa mula blanca, más alta y más potente que todas las demás, era incluso más robusta que un caballo. Un animal magnífico, al que al reanudar la marcha, el señor Juan, la tenía que ir frenando, - ¡Sóo mula, sóo mula, para, para! - pues intentaba adelantar a la mula que le habían colocado delante para que le marcara la velocidad. 
Más quedó Mari impresionada con las mulas, a quienes decidió nombrar oficialmente aquí en Perú, como a sus mejores amigas. Amigas Animales, claro.

En pocos minutos dieron alcance a Pablo y a la desfondada X, - ¿Y el señor Pedro? – Les preguntó el señor Juan – Está más arriba, va subiendo fuerte – le contestó Pablo.

Se supone que en una hora y media, con la mula buena que le habían proporcionado a Mari, harían cumbre, pero sobre las 7:00 a.m. después de adelantar a una infinidad de agotados excursionistas y de llenar las mulas vacías con los que quisieron pagar por ellas como si les estuviesen salvando la vida, aún no alcanzaban a Pedro.

El señor Juan le repetía a Mari de vez en cuando, mientras intentaba reconocerlo entre los turistas del sendero y no verlo - ¡Su enamorado sí que está fuerte señora Marijose, ya teníamos que haberlo encontrado hace un rato! –

Sobre las 6:15 a.m. ya se podía ascender sin necesidad de la linterna, y empecé a buscar a Mari, mirando abajo, siguiendo el impresionante y zigzagueante sendero en busca de mulas, pero sin éxito, en su lugar un “desparramero”, como decimos en Canarias, de agotados turistas que daba hasta pena verlos.
Yo subía lentamente, pensando en lo mal que me están sentando mis casi casi treinta y nueve primaveras, más aún cuando me adelantaron a toda velocidad dos jóvenes yanquis, que cantaban a modo de una canción militar, con el ánimo de burlarse de los “muertos vivientes” que subíamos por ese sendero.

Con el mismo panorama hasta las 7:00 a.m., pensando ya en cuando acabaría esa tortura, oí casos de mulas que ascendían por el cañón, miré abajo, y divisé un grupo de mulas adelantando a toda velocidad a los caminantes, pero estaban tan lejos que no podía ver quienes las cabalgaban, así que tomé mi primer descanso, saqué la videocámara para enfocar con su zoom y averiguar si era Mari una de ellas, y efectivamente, la conseguí divisar en la pantalla del aparatito.

- Todavía están lejos – pensé. Igual me da tiempo de continuar un poco más y esperarla más arriba, pero, como en una escena del final de la película de Drácula de Bram Stoker, cuando el sol se ponía y un carruaje de caballos que cargaba a Drácula a toda velocidad para llegar a su castillo antes de que cayera el sol, las mulas me alcanzaron antes incluso de reanudar la marcha. Me quedé impresionado por la velocidad a la que pasaron por delante de mis narices esas bestias, con carga y personas encima, y con el agravante del empinado y estrecho sendero de tierra y piedras por el que íbamos.
Marijose me dijo: - ¡Pensé que te habías perdido, no te encontraba! ¡Me acaba de decir el señor Juan que ya no queda nada para llegar! –
El señor Juan que cerraba el grupo, me sonrió al pasar y  me dijo lo mismo: - ¡Ya está llegando, señor Pedro! –

Como veinte interminables minutos después, llegué a la cumbre, donde cuatro o cinco turistas estaban tumbados al sol, agotados por la caminata.

Marijose se reía de mí al verme llegar agotadísimo, pero asombrada al mismo tiempo de que hubiese llegado tan pronto, casi una hora estuvimos esperando a que llegasen Pablo y X, que venía fatal. Después de descansar un rato y recuperarnos algo, comenzamos otra pequeña caminata, de unos 25 minutos, esta vez por terreno llano, aunque siempre con el problema de la altitud y la falta de oxígeno, hasta que llegamos al pueblo de Cabanaconde.
En la plaza, se encontraba sentado en un banquito el señor Juan, al que fui a saludar para darle las gracias por haber subido a Marijose en su mula, y éste, estrechándome la mano me decía:
-¡Se lo venía diciendo por el camino a su enamorada, está usted muy fuerte! - ¡Fuerte trasto señor Juan! - Le contesté, a lo que él correspondió con una sonora risotada.
A lo mejor, si al día siguiente no hubiese tenido las agujetas que tuve, me lo hubiese creído y todo, pero lo cierto es que la caninata había sido realmente dura.

En un bar cercano a la plaza, tuvimos el desayuno. Una agradable conversación con la pareja alemana y una insoportable “mocosa” canadiense, que no hacía sino dar la nota discordante. Primero, se pidió una limonada muy fría, (que no estaba incluida en el desayuno), y estuvo de pesada pidiéndola una y otra vez dando prisa al señor del bar. Cuando se la trajeron, me volvió loco a mí, para que hiciera de intérprete y le preguntara al señor si el agua que habían usado era mineral. Al preguntarle al señor, éste me contestó - ¡hervida, naturalmente! - a lo que cuando se lo traduje, puso muy mala cara y se la tomó protestando. Y a la hora de irnos, se intentó “hacer la loca” e irse sin que se dieran cuenta. Cuando el señor me preguntó que quién pagaría la limonada, - ¡Ella, naturalmente! – Le contesté – y espera un segundo que te la busco para que venga a pagarte – agregué. Volvió y pagó, aunque con quejas…

Serían algo así como las 9:30 a.m. cuando montamos en otra furgoneta diferente para volver. El conductor de ayer, estaba por allí, pero por lo que se ve, prefirió cambiar de grupo, y antes de partir, X, la lió nuevamente.
Habían reservado un asiento en la parte delantera para Margaret, que aparte de seguir con sus problemas de altitud, tenía mal una rodilla, pero a X, le pareció que era el mejor sitio para ella y se lo apropió ante la mirada incrédula del marido.
Por mucho que Pablo le explicase la situación, ella no quería atender a razones, - ¿Por qué? – respondía una y otra vez de malas maneras.

Al final, el paciente marido alemán, dejó la fiesta en paz y se sentó con X y mandó a su molesta mujer atrás, con nosotros. Cuando la furgoneta comenzó la marcha, todo el mundo venía tan cansado de la caminata, que poco a poco se fueron dejando dormir. X, también dormida, sin darse cuenta apoyó la cabeza en el hombro de Alex, quién de un manotazo se la quitó de encima, mientras a mí se me escapaba una sonrisa.

Pasaban unos minutos de las 10 de la mañana cuando nos aproximamos de nuevo al Mirador de la Cruz del Cóndor, y vimos desde la carretera a un tumulto de personas que se apelotonaban junto a él, observando a los cóndores que tendrían que estar pasando por allí. Le pregunté a Pablo que si como me había prometido, iba a parar.
Éste, “remoloneó” un poco, y preguntó al grupo si alguien querría parar en las termas de Chivay, pero todo el mundo estaba tan cansado que nadie contestó. Alex, a quién le había contado durante la cena lo ocurrido, se puso de mi lado y le dijo a Pablo que quería parar a verlos. Ante lo pesado que nos pusimos, no les quedó otra que parar unos minutos.
El grueso de los cóndores ya había pasado, pero aún quedaban dos preciosos ejemplares dando pasadas sobre las cabezas de los asombrados turistas.
Embelesados, observando esas majestuosas aves, reparamos en Sònia Sánchez, una simpatiquísima catalana que viajaba en nuestro transporte y hasta ahora no nos habíamos percatado los unos de los otros.
Queremos saludarla desde aquí y desearle lo mejor. Estuvimos siguiendo su “impresionante ruta” por toda Sudamérica desde el “caralibro” y nos encantó lo que vimos.

Por el camino, paramos en algunos miradores estratégicos a los lados de la polvorienta carretera, y cada vez que nos bajábamos, al volver al microbús, X, le había “robado” el sitio a alguien diferente en busca de su mejor comodidad, lo que molestaba mucho al grupo, pero no hubo quien le dijera nada, por lo que no íbamos a ser nosotros quienes lo hicieran, más, porque por una razón u otra, los nuestros, los respetaba.

 Una de las mejores paradas que hicimos fue en Maca, donde visitamos la Virgen de la  coqueta iglesia, Santa Ana de Maca, y degustamos en uno de los puestitos callejeros, un Colca-Sour, la versión (en tono de humor) de las montañas, del Pisco-Sour.
Paramos para almorzar en Chivay, en uno de esos restaurantes para “clavar” a los turistas. Marijose y yo, como habíamos estado "picoteando" en los puestos de chucherías en Maca, decidimos caminar por el pintoresco pueblo para conocerlo un poco, y pasada la plaza central, nos encontramos con unas calles en las que habían montado un mercadillo de lo más curioso. Una vez más, nos maldecimos por no haber subido con más tranquilidad, a nuestro aire, pero haciendo resumen al final con todo lo que hicimos, hubiésemos necesitado hacerlo con mucho más tiempo, hubiese sido otro tipo de viaje totalmente diferente.
Observamos en esas callejuelas, sobre todo a la gente, y es que a partir de aquí, en nuestra migración hacia el sur del Perú, los singulares y coloridos trajes y sombreros con los que se viste la gente, no nos resultarían extraños a la vista.

Durante dos horas estuvimos deambulando por allí, hasta que volvimos al restaurante donde estaba nuestro transporte, para proseguir con nuestro camino de vuelta a Arequipa.

Los guías decidieron ahorrarse la parada del parque nacional de Salinas y Aguada Blanca, argumentando que a esa hora ya era imposible ver los animales, pero una vez más quedaron “con el culo al aire”, cuando al pasar por delante del lugar, un enorme rebaño de alpacas y llamas corrían despavoridas a los márgenes de la carretera…En fin…
Nuestra amiga X, se pasó todo el camino, incordiando a Pablo, para que éste llamara desde su celular a la agencia para conseguir billete de bus. Éste, llamaba una y otra vez, gastando su crédito en complacerla, pero cuando le daba una respuesta, ella, le pedía que volviera a llamar para preguntar otra tontería. Hasta que a la cuarta llamada o así, ya Pablo comenzó a darle excusas para no llamar mientras ella se iba enfadando y subiendo el tono… - ¿Será posible que ella no se dé cuenta de lo caradura que estaba siendo? – Nos decíamos entre nosotros - A fin de cuentas, éste es un hombre de pocos recursos y no querrá gastar su poco dinero en llamadas para ella…

Otra anécdota, la tuvimos en forma de tremendo susto, y es que a punto estuvimos de tener un terrible accidente. Mientras nuestro microbús efectuaba una maniobra de adelantamiento a un gran autobús turístico de la compañía "El Rey", el conductor de ese autobús, se ve que sin ni siquiera comprobar por sus retrovisores si él podía, se dispuso a adelantar a un camión cuando circulábamos ambos vehículos paralelo, y aunque nuestro conductor tocaba frenéticamente el claxon para avisarlo, el otro ni se dio por aludido y continuó a lo suyo, por lo que gracias a una "clavada" de frenos y la consiguiente derrapada, salvamos de milagro la vida...

Cuando por fin llegamos a Arequipa, habíamos decidido, que aunque la excursión, después de todo salió bien y nos gustó todo lo que vimos, no dar propina a los guías. Nosotros siempre hemos dejado buenísimas propinas en otras partes del mundo, donde a lo mejor tampoco las merecían, así que después de todo, algo dejaríamos. Pero observamos como todos los integrantes del grupo se fueron marchando sin dar nada, ni las gracias, por lo que por esta vez decidimos no ser los únicos bobos.

Caímos en la cuenta de que sin querer, no nos habíamos despedido de Alex y Margaret, y de eso sí que nos arrepentimos, pues gracias a ellos, por lo menos disfrutamos de conversación “con fundamento” esos días. Ellos tienen la dirección de nuestro blog, por eso desearíamos que si algún día leyeran éstas líneas, se pusieran en contacto con nosotros para enviarles algunas fotografías. De momento, les enviamos un abrazo.

Aunque tuvimos la oportunidad de salir en bus nocturno esa misma noche, decidimos quedarnos una noche más en Arequipa, pues necesitábamos algo de descanso, lavar la ropa y demás menesteres. Hasta ahora, llevábamos un ritmo de viaje bastante acelerado, así que reservamos billetes de bus para la noche siguiente, con destino a un nuevo punto en nuestra ruta, Cuzco, paso previo a Machu Picchu, visita ineludible si viajas a Perú.
Esa noche, nuestro restaurante favorito no abría, por lo que cenamos en una pollería de las que tanto les gusta a los sudamericanos, y nos recogimos temprano.

Al día siguiente, aún nos dio tiempo de visitar varias iglesias mientras paseábamos haciendo tiempo hasta la tarde, y de casualidad nos tropezamos con nuestra nueva amiga Sònia, a quién gasté sin ella saberlo algunas bromas. Ella, nos explicaba junto a una amiga suya japonesa, que su ruta por Perú era inversa a la nuestra, iban en dirección a Huacachina.
Al ver que fumaban, les describí el sitio como un antro para “jovencitos fumetas”, mientras ella intentaba ocultar su cigarrillo de mi vista, y a su amiga japonesa, le explicaba que la gente peruana era adorable, encantadores, no como por ejemplo los asiáticos, que solían ser muy bordes…Ellas me sonreían, y seguramente pensarían que estoy loco. Cuando nos despedimos, Mari me dio la típica colleja que me suelta cuando hago el “ruin”, y nos desternillamos de risa al recordar sus caritas inocentes cuando les soltaba mis “barbaridades” tan diplomáticas.

Justo antes de ir a por nuestras mochilas para tomar un taxi que nos condujera a la estación de autobuses, tomando las últimas fotografías en la Plaza de Armas, un señor mayor se nos acercó hablando en inglés. – ¡Señor, si continúa hablándonos en gringo, no nos vamos a poder entender del todo bien! – Le dijimos con una amplia sonrisa, a lo que el señor Abraham, como se presentó, respondió de muy buen humor.
Nos preguntó que de dónde éramos y le dijimos que de Canarias - ¡Ahhh! ¿De Tenerife?- nos respondió. - ¡Sí!, ¿la conoce? – le dijimos sorprendido. – No, solo de oídas. Conozco a un matrimonio oriundo de esa isla que vive aquí, y me han hablado de ella…- Pues fue una pena que ya nos tuviésemos que ir, pues hubiese sido curioso conocer a los amigos de ese señor, Abraham, porque por lo que él nos contaba, su apreciación en cuanto a las similitudes de esa ciudad con las nuestras, coincidía mucho. Tenemos varios amigos además, entre ellos nuestros más íntimos, que ya la habían visitado y nos habían avisado de su sentimiento de "andar como por casa".

Resumen de 142 fotografías nuestras en éste lugar: