viernes, 31 de agosto de 2012

El vídeo resumen de nuestra visita a Paracas.

Alguno de los animalitos que avistamos, como pingüinos, gaviotas, cormoranes, pelícanos o leones marinos conviviendo en el precioso entorno volcánico que les proporcionan las rocas de las guaneras Islas Ballestas y el árido paisaje de la Reserva Nacional de Paracas, resumido en siete minutos por las imágenes de nuestra videocámara.
 

viernes, 24 de agosto de 2012

Paracas


En la moderna estación de autobuses de Javier Prado, tomamos nuestro bus, sin las dificultades que siempre tuvimos en otros países por los que viajamos a nuestro aire, como China, Tailandia, Camboya o Vietnam, ocasionadas con el idioma, y por una vez, no teníamos la angustia de saber si nos estaríamos metiendo en el bus correcto.

En el bus de Cruz del Condor, camino a Paracas.
No obstante, hay que recalcar, de que a pesar de que se supone que tanto nosotros como los sudamericanos, hablamos el mismo idioma, la comunicación no siempre es todo lo fluida que debería ser.
Si muchas veces a los propios españoles peninsulares les cuesta entender a los canarios y viceversa, debido a nuestros diferentes acentos, tonalidades y las palabras particulares de cada región, aquí, en Sudamérica, el castellano parece haberse mantenido más puro aún que en el país de origen, y con la vocalización tan bonita y curiosa, producto sin duda de la mezcla con sus lenguas andinas ancestrales, hace que tanto para ellos como para nosotros, a veces, sobre todo los primeros días en los que aún no habíamos afinado nuestros oídos, bien parecía que hablásemos lenguas diferentes.

Cenando Ceviche.

Marijose, se reía mucho de estas situaciones, y su explicación siempre estaba basada, en mi mala vocalización, demasiado “canaria”, y que según ella, hace que “ni los míos” me entiendan a veces.

Toda esta explicación, viene dada por el “diálogo de besugos” que mantuve con la chica de la recepción del terminal de autobuses, en la que ambos no hacíamos sino preguntarnos una y otra vez: - ¿Qué? ¿El qué? ¿Cómo? ¡¡¡Ahhh!! – y que por supuestísimo, provocó, como de costumbre, sin ocultarse lo más mínimo, las risotadas a carcajada limpia, con lágrimas incluidas, de mi compañera.

Era 30 de mayo, día en el que celebramos la festividad del día de Canarias en nuestro archipiélago. Aquí, en Perú, se celebra otra fiesta, el día de la Papa.

Es muy curioso, ya que ese humilde tubérculo, al contrario que en el resto de nuestro territorio nacional, en donde es llamado patata, en nuestras islas, mantiene su nombre original.
Esto es así, porque cuando fue introducido desde Sudamérica a Europa, se hizo  a través de nuestras islas. Puede que parezca una nimiedad, pero es una cosita más, junto a otro montón de palabras y expresiones heredadas de los tiempos en los que los abuelos de casi todos los isleños canarios, emigraron a toda Sudamérica en busca de mejor fortuna, y que hacen, que las Islas Canarias, tengan esa afinidad tan especial con Sudamérica. El ejemplo más claro sin duda, es Venezuela, conocida en nuestra región, cariñosamente, como “la Octava Isla”.
Era el primer trayecto en autobús de larga distancia que hicimos en Perú, y nos gustó mucho. Lo hicimos con la compañía Cruz del Sur, junto a muchos turistas norteamericanos, y nos tocaron los asientos panorámicos del piso superior del moderno vehículo, con lo que obtuvimos unas curiosas vistas a lo largo de las cuatro horas de trayecto que transcurrieron hasta llegar a Paracas, sobre las 17:30 horas.

El autobús de Cruz del Sur, descarga sus pasajeros justo a la entrada de la carretera costera del pueblo de Paracas, en un terraplén acondicionado por el hotel Zarcillo, que desde que te bajas, te ofrece por medio de alguna de sus empleadas, “paquetes” de habitación y excursiones con actividades.

A nosotros, ni nos gustaron las habitaciones, auténticos cuchitriles, ni los excesivos precios para lo que ofrecían, 25 $ y antes de comprar una excursión, siempre nos gusta preguntar un poco por ahí, para ver sobre qué precios se trabajan.
Así que, nos pusimos las mochilas a la espalda, y salimos caminando por nuestro propio pie por la carretera. Tal y como habíamos deducido, a pocos metros de distancia, se encontraba el pequeño pueblito de pescadores de Paracas.


Vistas de la playa de El Chaco.


A los pocos minutos del paseo, un coche marca Toyota de color gris, paró a nuestro lado.
El conductor, un joven muy moreno, se presentó como Wilmar, y se ofreció, para llevarnos en su “taxi” y ayudarnos a encontrar alojamiento por 5 Soles.
Aceptamos, ya que a pesar de que el lugar no parecía tener ninguna dificultad, solo por lo que nos pedía, menos de 2 €, nos ahorrábamos el peso de las maletas.
Paramos en dos minutos, en el hotel, Brisas de la Bahía, que pedía 60 soles por la “habitación matrimonial”, como llaman aquí a la doble con cama de matrimonio, que es casi lo mismo que los 25 $  del Zarcillo. Pero, la habitación que ofrecía, era infinitamente más nueva y confortable, así que allí nos alojamos.

Wilmar, nos ofreció un lugar donde ir a comprar las excursiones para el día siguiente, la de las Islas Ballestas, y la de la Reserva Nacional de Paracas, pues como estaban en temporada baja, no estaba permitido caminar a tu aire por la zona, ni acampar, como habíamos leído que se podía hacer en verano, y es que después nos enteramos por los cuchicheos de algunos lugareños y guías, que habían ocurrido algunas desgracias en forma de violaciones (y asesinatos) de chicas jóvenes, turistas norteamericanas, que habían tenido la poca picardía de haber acampado solas o poco acompañadas. No sabemos si dichos comentarios eran verdaderos o simples “leyendas urbanas” con las que asustar a los turistas, pero el caso, es que sí es verdad que al día siguiente, no veríamos a nadie caminar “a su aire” por la zona de la reserva.

En principio, deambular a nuestro aire por allí, era una de nuestras opciones, pero como no se podía y los planes están para cambiarlos, decidimos acudir a ver lo que ofrecía nuestro amigo Wilmar, parando antes por las numerosas agencias de la zona para comparar precios.

Wilmar, pedía más o menos lo mismo que los demás tour operadores, así que le compramos a él las excursiones sin mucho regateo, aunque algo sí que nos bajó.

Como ya era casi de noche, le dijimos a nuestro amigo, que nos recomendara un restaurantito para cenar “con las tres B”. ­- ¿Con qué? – Nos preguntó extrañado - , - ¡Sí, sí, con las tres “B”, bueno, bonito y barato! – y entre risas nos acompañó justo a la calle trasera, donde había unos puestitos de comida y nos recomendó el puesto de la señora Doña Isabel para que degustásemos nuestro primer Ceviche.

En la mal iluminada plaza, antes de que se despidiese Wilmar de nosotros hasta mañana, un borrachín con pinta de indigente se cruzó con nosotros, y nos lanzó gratuitamente una retahíla de improperios: - ¡Basura turista, largaos de aquí, inmundos, asquerosos! Etc. Etc.… –
Wilmar nos sonrió, - ¡El es así! – nos dijo, mientras encogía sus hombros. - No te preocupes, borrachitos hay en todas las partes del mundo – Le contestamos.

Ceviche y Chicharrón de Marisco, acompañados de cervecita Cuzqueña, fue lo que cenamos por 39 soles antes de volvernos al hotel a descansar.
Los platos, a base de pescados y mariscos frescos, estaban simplemente deliciosos.

Fue nuestro primer Ceviche, el plato por excelencia en Perú, y en ese momento entendimos porqué gusta tanto.
Se supone que es pescado crudo, aunque en realidad está macerado en jugo de Lima, servido de varias maneras, aquí por ejemplo, nos lo pusieron con cebolla picada finamente, algo de ensalada y yuca, que le daba un toque fresco, y algo picante. Digno de su reputación, un manjar.


Las Islas Ballestas.

Vista de Islas Ballestas, aproximándonos en el bote.

A la mañana del día siguiente, nos levantamos temprano para salir en busca de desayuno antes de las 7:45 a.m., hora a la que habíamos quedado en la oficina donde Wilmar nos atendió para dirigirnos al embarcadero.


En la plaza, donde habíamos cenado la noche anterior, encontramos un puesto ambulante callejero, donde una señora servía jugos y bocadillos a varias mesitas plásticas que tenía a su alrededor. Tomamos una mesa y esperamos a que nos atendiera, pero durante casi un cuarto de hora fuimos invisibles para ella, así que cuando ya se dignó por fin a atendernos, le dijimos que ya se nos hacía tarde y nos fuimos.

Al lado de la oficina encontramos a otra señora sirviendo cafés con leche a los turistas y le preguntamos que si hacían desayunos, pero nos dijo que no le daba tiempo de prepararnos dos desayunos en los 20 minutos que nos restaban para salir…
la verdad es que no tenía a nadie más, y nos sonó a pura vagancia. - ¿Bueno, pero dos cafés con leche sí, o no? – le preguntamos. A eso sí, accedió, y nos sorprendimos de que el café, ni siquiera fuera café, sino que era nescafé instantáneo en polvo, pero algo es algo, y con eso y dos bollitos, salimos por lo menos, en dirección al embarcadero con algo en el estómago.


Bote partiendo hacia las Islas Ballestas en Playa del Chaco.


Mientras tomábamos el ligero desayuno, apareció el borrachín que nos insultó la noche anterior, y se acercó a nosotros pidiéndonos dinero.

– ¿Primero nos insultas y ahora nos pides dinero? –

Le dije socarronamente, así que se dispuso a continuar con su camino con miras en los otros turistas, pero un joven vendedor ambulante de gorros que intentaba vender su mercancía, se acercó a su lado, y con una pícara sonrisa lo llamó en voz baja con un insultito gracioso:

- ¡Roba baldes! –

Eso provocó que el borrachito se volviese de inmediato hacia el muchacho, y a voz en grito comenzara con una nueva retahíla de improperios, que hicieron que a los lugareños que por allí andaban, se les escaparan las risas.


En la entrada de la pasarela para tomar las lanchas que hacen la excursión, donde las diferentes agencias de tour operadores, amontonan desordenadamente a los extranjeros, de repente, nos decían en varios idiomas, que además de lo que habíamos pagado por la excursión, había que soltar 5 Soles más cada uno, en concepto de tasas e impuestos, de los que nadie había hablado hasta ahora, lo que provocó las protestas de muchos de los turistas que allí estábamos.
Nosotros nos sonreímos al acordarnos de los tantos y tan numerosos “pequeños timos” de Asia, y nos dijimos a nosotros mismos meneando la cabeza, que a los turistas se les toma el pelo igual en todas las partes del mundo.

Unas grandes lanchas con dos motores fuera borda, llenas hasta los topes de turistas, nos trasladaron primeramente, desde la playa, hasta la península de Paracas, a unos 15 minutos de distancia.

Grupo de Pelícanos Peruanos.

En la costa de la península de Paracas, y durante el camino, desde que se sale de la playa, donde numerosos barcos de pesca atracan, ya se pueden divisar numerosas bandadas de aves marinas, como gaviotas, y los enormes pelícanos peruanos de la zona, que volaban dibujando curiosas formaciones en el cielo grisáceo, amenazante de lluvia, que nos tocó esa mañana.

Geoglifo de El Candelabro.

Sin salir aún de las aguas costeras, se divisa un famoso geoglifo, conocido como El Candelabro, por su forma de tridente. Es una figura enorme, grabada en la montaña, que mide unos 170 metros de largo por unos 50 de ancho.

Hay muchas teorías, pero ninguna demostrable, de quién, cuándo y por qué se hizo.
Hay quién asegura incluso, que mantiene relación con las famosas líneas de Nazca, aunque hay otros que ponen en duda tal afirmación, ya que la figura en la época de la cultura Paracas, que data desde el 500 a.C. hasta el 200 d.C. esta figura era conocida con el nombre de El Cactus

Pingüinos de Humboldt.

De allí, ya se navega por mar abierto durante unos 25 minutos, hasta arribar al sistema de islotes llamados Islas Ballestas, también conocido como las “Galápagos de los pobres”.

Rocas atestadas de aves marinas.

A pesar de que la travesía fue algo aburrida hasta llegar, debido a que teníamos que ir protegiéndonos del frío y del viento, ya que la embarcación era totalmente abierta, pillamos el mar en calma, y tuvimos la suerte de ver a algún que otro león marino sumergirse cerca de nosotros y a pequeños grupitos de pingüinos de Humboldt, que flotaban tranquilamente con la vista de los islotes a lo lejos.


La aproximación a las islas, fue grandiosa.


El contraste de los colores de las rocas que van bruscamente del rojo volcánico, al verde casi fosforescente del musgo, salpicado por todas partes con los colores de las innumerables aves marinas de todas las formas, tamaños y colores, que pintan con sus blanquecinos excrementos a estas islas guaneras, unido todo esto al sonido estridente de los animales, nos dieron un gran subidón de adrenalina después de todo.

Una de las plataformas que quedan en los islotes, utilizadas para extraer el guano.

 Avistamos miles de gaviotas, cormoranes, gigantescos pelícanos, pingüinos, y lo más espectacular, a pesar de que no era la época, pequeñas colonias de leones marinos que se disputaban los mejores promontorios de las rocas para tomar el sol, todo ello a pocos metros de nuestras narices, mientras nuestra embarcación y otras muchas, se desplazaban lentamente alrededor de las islas, atravesando arcos y acercándonos a playas y cuevas atestadas de vida.


Esta visita, la recordamos con gran cariño, y nosotros la recomendamos como de las mejores que se pueden hacer en Perú.



Nos dejaron de vuelta en la playa sobre las 10:30, donde nos esperaban unos enormes pelícanos peruanos y dos avispados pescadores con unos cubitos llenos de pescado troceado, para que los turistas les diesen algo de dinero a cambio de dar de comer a los pájaros.

Una americana muy espabilada, le acepta comida al pescador, se la da a uno de los hambrientos pelícanos y acto seguido sale “huyendo”.

El pescador me pide a mí su propina…

- ¡Eh, que yo ni soy gringo ni conozco a esa tía de nada! Pero anda, dame un trozo de pescado que le voy a dar yo de comer al bicho…-


Mari, le dio una monedita que llevaba en la mano, sin mirar ni lo que era, y de repente oímos murmurar al pescador.

- ¡Solo dos Soles! –

me giré hacia él y haciendo gesto de quitarle la moneda, le contesté:

-¡Oye! Si no los quieres porque te parece poco, me los das y hago como la americana…

- ¡No, no, no, está bien…!

Solo nos dio tiempo de darnos una duchita en el hotel y volver a la placita a buscar desayuno en un pequeño bar de la zona, ya que raro, pero apareció puntual el microbús que nos llevaría a la próxima visita.


La Reserva Nacional de Paracas.


Nos quedó muchísima pena no poder dedicarnos a pasear la zona tranquilamente a nuestro aire por la prohibición que antes mencionamos, de todos modos, esta visita guiada no estuvo nada mal.

El microbús, nos hizo un pequeño circuito de unas cuantas horas, por los sitios más emblemáticos de este desértico paraje que se encuentra dentro de la península de Paracas.


La primera parada la hicimos en el Centro de Visitantes, donde nos proyectaron un vídeo dedicado a la zona, y después de un paseo por el pequeño museo, Marijose y yo, nos salimos a dar un paseo por un sendero que hay detrás del edificio, que conduce hasta un mirador donde observar flamencos y otras aves.

Ofrendas a la Paccha Mama en los caminos de tierra de la reserva.

De allí, nuestro autobús, nos condujo por unas carreteras de tierra y sal, hasta un mirador desde el que se aprecian unas fabulosas playas y unos Roques. Uno de ellos es muy famoso aquí, tiene como  nombre, el de La Catedral.

Panorámica del roque de La Catedral.
Por lo visto, este Roque, estaba unido a tierra por un arco de roca, pero durante el terremoto de 2007 que afectó gravemente a la localidad de Pisco, éste quebró. Algo parecido a lo que nos pasó hace unos años en Canarias con el famoso Roque del Dedo de Dios, en Agaete, Gran Canaria.


De allí, nos dirigimos a un pequeño pueblo de pescadores, Lagunillas, parando por el camino en algunas curiosas playas de arena volcánica de colores rojizos.


En Lagunillas, almorzamos en uno de los varios restaurantes de pescado fresco que hay, como no, Ceviche y tiraditos de Pejerrey, que básicamente es la misma cosa que el Ceviche, aunque ellos digan que se prepara diferente y que es otro tipo de pez el que se utiliza, el sabor es idéntico. Sabrosísimo, eso sí, y es que como isleños que somos, sabemos apreciar el buen sabor de cuando el pescadito es de playa y bien fresco.


Al regresar de la excursión, nos dejaron en la oficina de nuestro amigo Wilmar y su simpático socio, con los que empezamos a informarnos y a negociar sobre nuestros próximos destinos.


De entrada nos pidieron un dineral, pero cuando sacamos nuestra calculadora y vieron nuestra cara de asombro se descolgaron con otra oferta más asequible. Aún así, les dijimos que era demasiado, que preferíamos llegar por nuestros medios y ver precios sobre la marcha. Cuando nos colocábamos la mochila para irnos, entonces ya sí que nos dieron un precio muy bueno y lo aceptamos, aunque con muchas reticencias, pues con la experiencia que habíamos adquirido en este tipo de viajes, sabíamos que no ver el alojamiento antes de pagarlo, siempre es un riesgo que normalmente sale mal.


También estuvimos hablando sobre los vuelos de Nazca, y las noticias que nos dieron no nos gustaron en absoluto.
En dos años, habían aumentado los precios del vuelo de media hora, desde los 50$ hasta los 90$, eso, con las tasas aeroportuarias por cada uno aparte, ya que por lo visto, el gobierno había metido mano, desmantelando las compañías de dudosa calidad, dejando sólo operativas a las 3 mejores compañías. Ellos mismos, en confianza, nos recomendaron que con ese “dineral”, nos fuésemos a Arequipa e hiciéramos cualquier otra cosa. Lo pensaríamos.


Si quieres ver éstas y más fotos de nuestra visita a Paracas, aquí abajo:

sábado, 18 de agosto de 2012

lunes, 13 de agosto de 2012

Lima



Orientándonos sobre el mapa de papel que nos facilitó la dueña del hostal, dirigimos nuestros pasos a la zona de costa de Miraflores. Por el camino nos tropezamos con un supermercado situado entre las calles de Paula de Ugarriza y la avenida Benavides, el E-Wong, donde nos compramos refrescos y cositas para hacernos unos bocatas para el camino.

Miraflores es una zona residencial que da la sensación de tener un nivel económico alto. Llama mucho la atención que las casas y edificios, estén totalmente rodeadas y cerradas por verjas de hierro, alambres de espino, circuitos de alarmas, etc, y que los edificios de comunidades de vecinos, cuenten con vigilantes de seguridad apostados en sus puertas, que saludan educadamente al acercarte a ellos.
Da la impresión de haber inseguridad, delincuencia y robos, que aunque nosotros nunca lo sentimos en nuestras propias carnes, las personas con la que lo comentamos, así lo corroboraban.


En nuestra primera caminata por la nueva ciudad, terminamos en el Parque Central, donde nos tomamos los tentempiés, compartiéndolos con unos amigables mininos, mientras observábamos a una niñita que andaba seguida por unos cámaras de televisión.
Por lo que se ve, presentaba algún programa  telebasura, y con un micrófono en una mano y una tarta en la otra, realizaba a los transeúntes una pregunta algo boba de cultura general, para acto seguido, estamparles el postre en la en la cara dejándolos estupefactos y embadurnados de dulce. Acto seguido, la "niñita" corría a que le dieran otra tarta para buscar a otro distraido paseante y repetir su bromita...nos dijimos: -" como se acerque a nosotros, le vamos a preguntar ¿dónde están las Canarias? y con las misma, le hacemos la misma "gracieta" que le propina a los demás, a ver si así se le quitan las ganas a esta niña tan repulsiva de ser tan simpática..." -

Antes de que eso ocurriera, cuando ya la habíamos pillado mirando hacia nosotros, nos pusimos de nuevo en camino y descendimos por la avenida Diagonal, hasta llegar a la costa.


El Mirador de los Besos, nos hizo mucha ilusión pisarlo, pues era uno punto turístico que habíamos visto en televisión, en nuestro programa favorito de viajes.
Es más pequeño de lo que nos imaginábamos, pero efectivamente, a parte de unas buenas vistas de las playas de Lima, sirve como refugio para que las parejitas adolescentes acudan a "besuquearse" ante la mirada indiscreta de los numerosos turistas que acuden al lugar.



Este mirador, está ubicado en la zona más "pija" de la ciudad, y a pocos metros hay un gran centro comercial destinado al turismo, donde entre varias terrazas con bares, heladerías y demás, hay grupos de lugareños ataviados con trajes típicos piden fotografiarse con los turistas a cambio de una propina.

Desde el balcón que es en realidad este mirador, se pueden contemplar numerosas actividades de ocio que practican los turistas y los paisanos más pudientes, tipo parapente, mujeres de alta clase patinando, etc.





Antes de que nos cayera la noche, decidimos acercarnos al centro neurálgico de la ciudad, La Plaza de Armas. Para ello utilizamos el servicio público de transporte, el Metropolitano de Lima.



El servicio Metropolitano de Lima, es una moderna y eficaz red de varias líneas de autobuses articulados que recorren los principales puntos de la ciudad de norte a sur, mediante un sistema de carriles exclusivos separados del resto del tráfico limeño. Además, es barato, 1,50 Soles, aproximadamente 0.50 € por trayecto, y rápido, pues en una media hora hace su recorrido completo, lo que no está nada mal, para una mega-urbe de la envergadura de Lima.





 La Plaza de Armas, y el ambiente que se respiraba allí, nos encantaron.
Llegamos con el día ya oscurecido, pero nos la encontramos muy convenientemente iluminada.


 El estilo colonial de los enormes edificios que la rodean, con sus impresionantes balcones de madera, las bonitas torres de su catedral, la bonita fuente de bronce, etc, dan un regusto a nuestras pequeñas, en comparación con éstas, capitales isleñas de Canarias.

No nos dio tiempo de hacer mucho más ese día, y retornamos a nuestro alojamiento, previa parada en un restaurante "medio-mexicano" para cenar, encantados con la exquisita amabilidad de los limeños, quienes a cualquier cosa que les preguntaras, te indicaban con educación y una bonita sonrisa en la cara.


 La mañana del segundo en Lima, después de una noche un poco incómoda debido al cambio horario, la perdimos en acercarnos a la embajada española y hacer tiempo hasta que nos diesen mi pasaporte provisional.
Un par de buenas anécdotas, nos trajimos de esa mañana.


La primera, es que como nos dirigimos con tiempo hasta allí, lo hicimos en Combis, que son toda una experiencia de "retorno al pasado", al tratarse de minibuses viejos y destartalados que trabajan con la gente local. Hacen diferentes rutas por la ciudad, por lo que hay que conocerlos, y cuyo cobrador, va colgado literalmente de la puerta, gritando su destino para captar clientes.
No tuvimos ningún problema para movernos con ellas por Lima, pues los cobradores y los propios pasajeros, nos ayudaban, indicándonos cuál usar y dónde bajarnos, ventajas del idioma y de la amabilidad de los ciudadanos limeños.
Más de una vez, nos vimos sorprendidos de que al preguntarle a alguna persona, derrepente, nos viésemos rodeados de cinco o más personas discutiendo entre ellas para darnos la mejor indicación. Entrañable.

Durante la espera en cola para llegar hasta nuestro diligente Sr. Manuel Sanchez, dos pequeñines de unos dos añitos de edad, que estaban por allí acompañando a su madre montando un pequeño alboroto, se fijaron en mi, y como yo enseguida me presto al juego con los enanos, me montaron un buen show, correteando incansables a mi alrededor, hasta que me tocó mi turno.

Otra anécdota buenísima, fue, que a primera hora no tenían disponible aún el documento, por lo que el Sr. Manuel Sanchez nos citó a medio día, y nos recomendó visitar un museo cercano para hacer tiempo.

El conductor del taxi que tomamos en las cercanías de la embajada para ese fin, por lo que se ve, no sabía la localización de ese museo, y lo que hizo fue llevarnos hasta las inmediaciones de la Plaza de San Martín, donde nos dijo que preguntásemos a alguien donde estaba la entrada. Al preguntar a unos simpáticos policías, nos dijeron que el museo en cuestión se hallaba en la zona de San Isidro, a poca distancia de la embajada española....

Nos lo tomamos con humor, y lo que hicimos fue hacer un poco de turismo por la zona, encaminando nuestros pasos desde esa plaza de estilo arquitectónico francés, a través de la avenida peatonal, repleta de comercios y caza turistas, Jirón de la Unión, hasta la Plaza de Armas, para verla esta vez de día.

En Jirón de la Unión, nos reímos un rato con un bajito jovencito que nos ofrecía tatuajes hablándonos en inglés, y después de una pequeña conversación en ese idioma, le preguntamos en nuestra lengua común si teníamos mucha cara de americanos, con lo que nos reímos un buen rato los tres y dimos paso a una charla de lo más amistosa, en la que descubrimos una vez más, para toque de atención de nuestro orgullo canario, que ni tan siquiera prácticamente la mayoría de los sudamericanos, con los que tenemos tanto en común, sabían donde están ubicadas nuestras Islas Canarias. Muchos incluso, las confundían con las Malvinas de Argentina.



En la Plaza Mayor, como también se conoce a la de Armas, tuvimos la suerte de contemplar un cambio de guardia, muy bonito, aunque quizás algo barroco y largo, pero infinitamente mejor por ejemplo, y es que las comparaciones son odiosas, que el de Hanoi, Vietnam, en el Mausoleo de Ho Chi Minh, autopromocionado por los vietnamitas como a la altura del mismísimo Buckingham en Inglaterra.
El fallo de éste quizás, que sí tiene mucha pompa y es muy vistoso, sobretodo gracias a la banda musical, es que al efectuarse dentro del patio del Palacio de Gobierno, hay que observarlo a cierta distancia y a través de un enorme enrejado, con lo que se dificulta el apreciarlo en toda su magnitud.




Una vez retornados a la embajada española, y con el nuevo pasaporte en nuestro poder, dedicamos lo que nos quedaba de día, en seguir recorriendo la ciudad en las vanes colectivas, que tan buen sabor de boca nos dejaron por poder convivir con la gente más humilde de Lima, los de a pie, como decimos aquí, y la verdad, es que nos dieron una lección en cuanto amabilidad.


En una de las Combis que tomamos para llegar al Museo de la Nación, tuvimos una buena anécdota con el cobrador, que me preguntó que de dónde éramos. Al responderle que españoles, de Tenerife, se quedó pensando unos instantes y me comenzó a explicar que en ese equipo había jugado hacía unos años un jugador peruano, un tal Del Solar...
yo no soy nada futbolero, pero estaba hablando de un jugador que pasó por el equipo de nuestra isla en la década de los 90, época dorada de ese equipo, - Chemo, Chemo del Solar - le respondí. - ¡Siii! - me dijo con una gran sonrisa. - Era muy buen jugador, tomó la manija del equipo llevándolo a jugar la copa de la UEFA cuando se lesionó Fernando Redondo... - le dije. Aquí me quedé sorprendido conmigo mismo por todo lo que sabía de fútbol. - ¡Como jugador sería bueno, pero como entrenador...Es el técnico de la selección nacional de Perú, y han perdido 6 partidos seguidos! - Replicó en tono de broma el joven cobrador.
No nos dio tiempo de hablar mucho más, pues llegamos a nuestro destino. El chico nos explicó como volver y las Combis que teníamos que tomar para llegar después de nuestra visita al museo, a la estación Javier Prado, donde compraríamos billetes para el día siguiente a medio día, y comenzar nuestra ruta hacia el sur de Perú.



El museo de la Nación, dentro de un enorme y modernista edificio de hormigón, nos gustó muchísimo, y eso que nosotros no somos muy aficionados a los museos, pero por 15 Soles que nos costó contratar un guía, hizo que con sus explicaciones, se nos quedara muy corta la visita, ya que a las 17:00h cerraban, y no nos dio tiempo para verlo todo.

Mucho más no pudimos hacer ese día. Continuamos experimentando con las Combis hasta llegar nuevamente al centro, y el Metropolitano para ir regresando hasta nuestro alojamiento.



La mañana del tercer día en Lima, a pesar de que la las 6:00 am ya estábamos despiertos, la perdimos olgazaneando un poco, aprovechando el Internet que brindaba nuestra habitación, para hablar un poco con nuestra gente y dejar preparadas las mochilas.



Salimos a pasear un ratito por la cercana zona de costa, y cambiamos dinero a uno de los cambistas de chaleco azul que hay en casi todas las esquinas de los sitios principales de la ciudad.
No habíamos hablado ahora del cambio de moneda en Perú, y es ciertamente curioso.
Para empezar, siempre pierdes dinero, y mucho.
En otros países por donde hemos andado, siempre hay un método mejor con el que no pierdes mucho, pero el de aquí, es cambiarlo directamente en la calle con esta gente, ya que tanto con los bancos, como con las casas de cambio, se pierde muchísimo más. Aún así, nosotros le calculamos que en el total del viaje, pudimos haber perdido un poco más de 100€ en los numerosos cambios que efectuamos.
Ellos dicen en tono jocoso, que los Euros, cuando bajan del avión se encogen...

A media mañana, retornamos a por nuestras mochilas, salimos a la calle, negociamos un taxi, y nos dirigimos a la estación de autobuses de Javier Prado, donde a las 13:00 emprenderíamos, nuestra ruta, la que nos llevó por la costa hasta el sur de Perú, para luego adentrarnos en Bolivia.

Nosotros la bautizamos como: NUESTRA RUTA CON LOS GRINGOS, ya veréis porqué...

Para ver más fotos, aquí abajo:

sábado, 11 de agosto de 2012

Introducción al viaje.

Nuestra llegada a Lima, fue, por llamarla de alguna manera, algo nefasta.
Para empezar, el vuelo. Nuestra compañía "española" resultó ser por enésima vez, de las peorcitas con las que hemos viajado, a años luz en cuanto a calidad, puntualidad y atendimiento de lo que acostumbran las otras compañías aéreas "no españolas" con las que hemos volado en otras ocasiones.
Incluso, con mediación poco afortunada de una de las azafatas, tuvimos un "pequeño incidente" con otro viajero, un individuo de origen sudamericano, al que por sus maneras, se le intuía cierto tufo a "doble nacionalidad". El señorito en cuestión, cambió su asiento por el que estaba delante del mio, y de golpe y porrazo, sin yo darme cuenta de lo que sucedía, pues estaba medio adormilado, reclinó "a lo animal" su espaldar, de tal modo, que uno de los hierros laterales del soporte, me lastimó la rodilla.
En un acto reflejo debido al dolor infligido, mientras él insistía en tumbarse aún más de lo que su sillón permitía, empujé con las manos el espaldar y lo levanté, dejando espacio para aliviar mi rodilla. No se imaginan la reacción de "chulo de barrio" con la que se nos revolvió el "amiguete".
Encima, la nefasta intervención de la "malcarada azafata", que sin ni siquiera saber lo que pasaba, o sin querer saberlo, pues evidentemente había sido ocurrencia suya que este bajito personajillo cambiara su ubicación, se ve que con la buena intención de que pusiera más cómoda a su bebé, lo cual entendemos, posicionándose subjetivamente a favor del "mini-chulo", casi consiguen entre los dos, y nunca sabrán lo apunto que estuvieron de conseguirlo, de hacerme perder el control y los nervios. 

Nos contentamos con mandar a ambos, azafata y "mini-chulo", a hacer gárgaras, pues ya se sabe que si intentas enseñar idiomas a un burro, por mucho que lo inscribas en una academia de inglés, difícilmente aprenderá.


Al llegar al aeropuerto, aún no teníamos decidido qué es lo que haríamos, pues éste, fue sin duda, el viaje más desorganizado que hemos hecho nunca. Ya en el de Taliandia-Camboya-Vietnam, fuimos habiendo mirado tan solo un poco por encima los sitios que nos gustaría conocer y aquí llegamos, con una guía de viajes prestada por un amigo, que ni siquiera, casi ni la habíamos mirado.

La idea inicial, que se nos pasó por la cabeza oteando la guía de viajes por encima durante la larga y cansina duración del vuelo, era, que al llegar temprano, buscaríamos la estación de autobuses, y nos hiríamos directamente hasta Paracas, ya que la ciudad de Lima, tiene muy mala fama para los turistas y pensamos dejarla para el final del viaje.

Desde que le dí el pasaporte a los agentes de la aduana, observé con recelo que estaban abriéndolo demasiado, y ya tuvimos una mala experiencia con el de Marijose en Turquía. Las solapas del pasaporte español solo están pegadas a las del centro, que curiosamente estas sí que están cosidas, y si se abre demasiado, éstas acaban despegándose, por lo que se malogra el documento.

Pues sucedió, que nada más pasar el control del aeropuerto, justo al ir a salir del mismo, se cayeron las hojas del interior del pasaporte, quedándome con cara de tonto mirando las tapas que aún estaban en mi mano...
¿Y ahora qué hacemos?
Nos quedamos unos minutos en shock, decidiendo qué hacer, mientras éramos acosados por los taxistas buscadores de extranjeros de todos los aeropuertos, que se dirigían a nosotros en inglés, y es que en este viaje, confirmamos que Marijose tiene demasiada cara de yanquie, da igual la parte del planeta donde estemos.


Pues lo que decidimos fue, buscar la dirección de la embajada española, salir al exterior del aeropuerto en busca de un taxi, y preguntar allí que se podía hacer con el pasaporte en ese estado. 

Según sales del aeropuerto, la zona en la que éste se halla, impresiona. La cantidad de gente y el exagerado tráfico de coches en muy mal estado, impone. Pero con aplomo, paramos un taxi, negociamos con el conductor un precio, aproximadamente la mitad de lo que nos pedían los taxistas de dentro del aeropuerto, y salimos hacia el centro de la ciudad en busca de la embajada. Durante el trayecto, atravesamos una zona de suburbios terrible, y paramos a mitad de camino, en medio de todo el meollo, en una gasolinera, para que nuestro gordo, simpático y honrado taxista repostase su vehículo. Gracioso, fue cuando nos pidió que nos bajásemos del carro, por motivos de seguridad, mientras se efectuase la maniobra de repostaje.

En la embajada, en la zona de San Isidro, nos atendió un amable señor, que responde al nombre de Manuel Sánchez, a quién mandamos un afectuoso saludo desde aquí, quien nos ayudó diligentemente y nos aseguró que en dos días, tendríamos un pasaporte provisional, para poder movernos con tranquilidad durante nuestra estancia por sudamérica. El coste del pasaporte provisional, fue de 90 soles.
La tarea de conseguir fotocopias y fotografías en los desconocidos, para nosotros, alrededores de la embajada, corriendo frenéticamente de un lado para otro con las mochilas a la espalda, preguntando a los transeúntes que se nos cruzaban, para poder presentar todo antes de que nos cerrara la embajada y no perder más días de los necesarios, nos daba más la impresión de estar participando dentro de un reality-show, que en la propia realidad. El coste de las fotografías y de las fotocopias, fue de 7 soles.
Una vez todo presentado, el Sr. Manuel Sánchez, nos aconsejó que no hiciésemos caso de la mala fama que precede a Lima y que la disfrutásemos. Haciendo caso de su consejo, nos metimos a la labor de buscar información de la ciudad en un punto de información turística, llamado aquí PromPerú, y desde luego, ¡qué maravilla poder enterdernos en nuestro idioma con la persona de enfrente! Fue una de las ventajas que disfrutamos en este viaje, con la que no habíamos podido contar antes en otros destinos.

Como estábamos agotados por el largo trayecto en el incómodo avión y de la maratoniana sesión de toma de contacto con el nuevo país y el asunto de la embajada, nos paramos en el primer restaurante que vimos. Almorzamos con la guía en la mano, buscando hostales en la guía, y cuando terminamos, paramos un taxi, al que dirigimos a la zona de Miraflores, en busca del alojamiento que más nos había llamado la atención, entre las páginas del libro, el Bred and Breakfast José Luis.

Un ratito tardamos en localizar el hostal, un poco a las afueras de la ciudad. Cuando lo encontramos, dejamos al taxista un momento esperando con nuestras mochilas en la puerta, hasta que nos confirmaron que teníamos habitación, por unos 120 soles. Nos resultó un poquito cara, pero es que aún no teníamos referencias aquí, estábamos comparando aún con Asia, y es que descubrimos que Perú, no es un destino tan barato como nos contaban otros amigos que ya la habían visitado hacía pocos años.
Una vez alojados, y después de una necesaria siesta, a media tarde, nos lanzamos a la calle, para aprovechar el tiempo y conocer una nueva ciudad en nuestra exploración del mundo.