La cuestión era que habíamos visitado ya todos los sitios que creíamos que podríamos ver con el tiempo del que disponíamos, menos la selva en Iquitos, Perú, que ya la dábamos por descartada. Solo teníamos una semana más antes de tener que estar en Lima para tomar nuestro vuelo de vuelta a casa, y en los días que necesitaríamos de trayecto para regresar hasta Lima, se desvanecerían las posibilidades de conocer la selva por la falta de tiempo.
Recorrimos nuestras conocidas calles de La Paz, preguntando en varias agencias por precios de vuelos directos hasta Lima, por si así, habría alguna posibilidad de tomar otro avión desde allí hasta Iquitos, pero los precios eran exorbitados para nuestros bolsillos.
Entonces, nos acordamos de nuestro nuevo amigo canadiense Henry, quién nos había mostrado unas fotos su visita a la selva en Bolivia, antes de ir a las Altiplanicies, donde nos habíamos conocido, y se nos ocurrió preguntar en una de estas agencias por esta posibilidad.
Interior del avión con sólo 18 plazas. |
El muchacho de la agencia nos preguntó de dónde éramos, y cuando le dijimos que de Canarias, nos preguntó que si eso quedaba cerca de Cataluña.
Al explicarle que no, que todos éramos españoles, pero que nosotros estábamos un poquito más alejados del territorio peninsular, en unas islas del atlántico cerca de Marruecos, lo miró en su pantalla del computador a través del Google Maps, y al comprobar lo lejos de nuestra situación geográfica, nos pidió que le señalásemos dónde estaban Cataluña y País Vasco. Entonces más que confuso, nos preguntó con una sonrisa en la boca, que por qué los clientes vascos y catalanes que solía atender, decían que ellos no eran españoles…y nosotros sí ¡con lo lejos que estábamos!
– ¡Chico, nosotros no lo sabemos, ellos lo sabrán! – contestamos antes de que él, nosotros y demás empleados en la agencia estallaran en carcajadas. Fue una buena y simpática anécdota.
El caso, es que preguntando
y preguntando, de repente, nos surgieron dos remotas posibilidades para conocer
la selva del Amazonas, aquí mismo,
en Bolivia. Podríamos hacer un tour
por la selva propiamente dicha, o ir a las
Pampas, la llanura inundable del municipio de Santa Rosa del Yacuma, que después de estudiarlo unos minutos,
decidimos que era lo que querríamos ver, pero, teníamos un gravísimo problema
en contra: Los vuelos estaban bloqueados durante unos días por dos motivos:
Primero, las lluvias de los días pasados en la selva había ocasionado la suspensión de los vuelos, por lo que la gente que tenía billetes, estaba en lista de espera para cuando se reanudaran, y segundo, el presidente boliviano, Evo Morales, viajaba ese día por la zona, por lo que se restringía el espacio aéreo, o algo así nos explicaron.
Primero, las lluvias de los días pasados en la selva había ocasionado la suspensión de los vuelos, por lo que la gente que tenía billetes, estaba en lista de espera para cuando se reanudaran, y segundo, el presidente boliviano, Evo Morales, viajaba ese día por la zona, por lo que se restringía el espacio aéreo, o algo así nos explicaron.
Preguntamos en un par
de agencias más, incluso conseguimos una, la única, que nos ofrecía la
posibilidad de un lodge privado para nosotros dos en la mismísima selva. En las
demás agencias el alojamiento era comunitario, pero a ésta, igual que a las
demás, les ocurría lo mismo con el asunto de los vuelos, hasta mínimo dentro de
tres o cuatro días, nada.
Un poco desanimados, decidimos averiguar donde se encontraba la oficina de la compañía aérea Amaszonas en La Paz, que es quien opera los vuelos hasta el singular pueblo ribereño de Rurrenabaque, punto de partida para las expediciones por las Pampas, a través del río Beni.
Volvimos raudos a
nuestro hotel, donde gracias al Internet, conseguimos una localización algo
inexacta, y preguntando a un par de taxistas, conseguimos a uno, quién en su
destartalado vehículo, nos ayudó a encontrarla, a tan solo unos minutos de que ésta
cerrara por el descanso del mediodía.
Después de “llorar un poquillo”, nos atendió una amabilísima señorita que respondía al nombre de Marcia. Le contamos nuestra historia, y que si no conseguíamos vuelo para ya, desgraciadamente, nos tendríamos que ir de Bolivia sin conocer la selva que tanta ilusión nos hacía.
Ella, nos contó más o menos lo mismo que en las agencias, pero también nos confesó por lo “bajini” algo lógico, que la compañía, antes de desbloquear los vuelos a las agencias, tenía que recolocar a todas las personas que esos días se habían visto afectadas por las cancelaciones. Así que nos dijo, que calculaba que tendríamos alguna posibilidad de que ella nos pudiera colocar para el día siguiente por la tarde. Nos pidió que le proporcionásemos nuestro email y el teléfono de nuestro hotel, y nos avisaría esa misma tarde. Pero también nos advirtió que las cancelaciones de vuelos por las lluvias son frecuentes en la selva, con lo que si pasaba algo, nos la estaríamos jugando para llegar a tiempo a Lima.
Nos volvimos en taxi hasta
el centro y pasamos de nuevo por la agencia que más nos había interesado, y
fuimos claros con las señoras.
Les pedimos precio por el tour sin los vuelos, eso quedaría de nuestra parte y lo confirmaríamos hoy o mañana. Ellas aceptaron negociar, pero afirmaron que no lo conseguiríamos. Nos pusimos manos a la obra con el regateo, y conseguimos un buen precio.
Les pedimos precio por el tour sin los vuelos, eso quedaría de nuestra parte y lo confirmaríamos hoy o mañana. Ellas aceptaron negociar, pero afirmaron que no lo conseguiríamos. Nos pusimos manos a la obra con el regateo, y conseguimos un buen precio.
Para cuando
terminamos, esta pequeña odisea llena de tensión y de nervios que aún nos
tendría en vilo por unas horas, nos acordamos de que habíamos quedado con Henry en la plaza de la iglesia de San Francisco para almorzar, y que
llegábamos una hora tarde, así que corrimos en su busca, pero como
sospechábamos, ya no lo encontramos.
Así que Henry, si algún día llegas a leer esta historia, esperamos que sirva para que nos disculpes.
Almorzamos en un restaurante de menús no muy bueno en relación a la calidad de la comida y su precio, y decidimos ir a nuestro hotel a darnos una siestecilla de homenaje, porque la tensión y las carreras de la mañana, nos habían dejado algo cansados.
Así que Henry, si algún día llegas a leer esta historia, esperamos que sirva para que nos disculpes.
Almorzamos en un restaurante de menús no muy bueno en relación a la calidad de la comida y su precio, y decidimos ir a nuestro hotel a darnos una siestecilla de homenaje, porque la tensión y las carreras de la mañana, nos habían dejado algo cansados.
Al salir de la
habitación, dispuestos a pasear otro rato para ir investigando las
posibilidades de volver a Perú en
caso de que no saliese adelante nuestro plan, en la recepción del hotel nos
informaron de que nos habían llamado de Amaszonas,
y al ver nuestra excitación, entre sonrisas, nos dejaron usar el teléfono para
hablar con Marcia, quién nos
confirmó que si queríamos, tendríamos plazas para el día siguiente por la
tarde, tal y como ella había predicho, y para volver, en cinco días.
Pensamos rápido, si
el mismo día en el que volviésemos a La
Paz por la mañana, buscábamos un bus para llegar hasta Puno por la noche, tendríamos un margen de dos días para averiguar
como llegar desde allí a Lima...siempre
con el miedo que nos daba todo el tema del que nos estaban haciendo hincapié
todo el rato, las frecuentes cancelaciones de los vuelos de la selva por la
cambiante climatología. Nos “liamos la manta a la cabeza”, y corrimos primero a
por los pasajes y a después a la agencia a por nuestro tour con lodge privado… -
¿Con que no lo íbamos a conseguir, eh? -
No hicimos mucho al
día siguiente, sino levantarnos tarde, preparar las mochilas y salir a pasear
un rato por las callejuelas del mercado
de las brujas, cercanas al hotel, almorzar en una cadena de pollo frito
local de las que imitan al KFC, y a una hora prudencial, tomar un taxi para
trasladarnos al aeropuerto.
El avión que tomamos,
era en sí fue de las anécdotas de esta parte del viaje. Era un avión bimotor
moderno, pero en pequeñito, el “Seat Panda”
entre los aviones, con sólo dieciocho minúsculas plazas para pasajeros, un
sencillo asiento al lado de una ventanilla al que había que acceder agachándose
por un pasillo minúsculo.
El vuelo duró más o menos una hora, y a través de la minúscula y sucia ventanilla, comenzamos a sentir de nuevo “el subidón” cuando divisamos las espectaculares imágenes de la espesa selva verde, atravesada en curvas zigzagueantes por un río de color achocolatado.
Me froté los ojos
varias veces, pues no podía creer que pudiese estar captando “in situ”, la
belleza de salvaje de la Amazonía,
que tantas veces había visto en la tele, y soñado con ella desde pequeño.
La llegada al
aeropuerto tampoco tuvo desperdicio.
Aterrizar en el minúsculo y más que básico aeropuerto, que consistía en una pista de asfalto en medio de una zona desforestada para ese fin, y un barracón de chapa para el trámite aeroportuario.
Aterrizar en el minúsculo y más que básico aeropuerto, que consistía en una pista de asfalto en medio de una zona desforestada para ese fin, y un barracón de chapa para el trámite aeroportuario.
Al instante de bajar
del avioncito, los intensos colores y los sonidos de las aves, nos enamoraron.
Un viejo y destartalado microbús, nos transportó por unas pistas de barro, que nos abstrajeron a otro mundo, a otra manera de vivir y entender la vida.
Una vida más humilde, más pausada, menos complicada, hasta que llegamos al tranquilo y encantador pueblo de Rurrenabaque, donde se reune el grueso de los turistas que llegan hasta aquí, mayoritariamente yanquis o canadienses.
Un viejo y destartalado microbús, nos transportó por unas pistas de barro, que nos abstrajeron a otro mundo, a otra manera de vivir y entender la vida.
Una vida más humilde, más pausada, menos complicada, hasta que llegamos al tranquilo y encantador pueblo de Rurrenabaque, donde se reune el grueso de los turistas que llegan hasta aquí, mayoritariamente yanquis o canadienses.
Ya en el pueblo,
después de caminar unas cuantas calles, contactamos con la simpática señora de
la agencia Dolphins, una tal Lucia, en una oficina, que más bien
parecía un garaje que hacía las veces, donde sentados en unas sillas de madera,
familiares y amigos, vestidos con camisillas, estaban reunidos, hablando
tranquilamente de sus cosas. Después de acordar la hora para el día siguiente,
retomamos el paseo cargados con nuestras mochilas, con la misión de encontrar
un alojamiento para esta noche.
El clima aquí, era
diametralmente diferente a lo que nos habíamos encontrado en todo este viaje.
Nos topamos de lleno con el clima tropical, tremendamente húmedo y caluroso, tan recordado por nosotros en Asia, pero todavía más exagerado.
Al final de la calle Avaroa, detrás de la plaza que está frente a la iglesia del pueblo, encontramos un alojamiento, bueno bonito y barato, donde el simpático señor que lo regentaba, acordó con nosotros limpiar la plaga de mosquitos que inundaba la que habíamos elegido, con un producto local que resultó super efectivo, un aerosol llamado Azsesino.
Nos topamos de lleno con el clima tropical, tremendamente húmedo y caluroso, tan recordado por nosotros en Asia, pero todavía más exagerado.
Al final de la calle Avaroa, detrás de la plaza que está frente a la iglesia del pueblo, encontramos un alojamiento, bueno bonito y barato, donde el simpático señor que lo regentaba, acordó con nosotros limpiar la plaga de mosquitos que inundaba la que habíamos elegido, con un producto local que resultó super efectivo, un aerosol llamado Azsesino.
Como con el clima,
también notamos aquí la diferente actitud de los bolivianos. Si bajo el duro
clima de las Altiplanicies, la gente
parecía más áspera y fría, aquí, todo lo contrario. Las personas que aquí conocimos,
por lo general, eran de carácter mucho más extrovertido, charlatanes y
sonrientes.
Mientras dejamos que
nos eliminasen la plaga de mosquitos de la habitación, nosotros salimos en
busca de otro “Moskkito”, el local-restaurante
más publicitado de Rurrenabaque, un
lugar que hace que te sientas más guiri todavía, pero con un ambientillo
curioso, aunque hay sitios mejores para comer en el pueblo.
Al día siguiente, por
la mañana, totalmente sudorosos por el calor-húmedo tan sofocante que pasamos por
la noche, después de tomar una ducha poco refrescante, bajo un artefacto eléctrico
bastante curioso que estaba instalado en el grifo del baño de nuestra
habitación, enchufado directamente a la corriente eléctrica, y que daba más
miedo que otra cosa debido a la letal combinación de agua y electricidad, dejamos
las mochilas grandes a recaudo del señor de nuestro alojamiento, y con lo justo
y necesario en las pequeñas, caminamos en busca de nuestro transporte para ir a vivir una de las experiencias más apasionantes de este viaje, las Pampas.
Nuestra llegada a Rurrenabaque en 28 instantáneas.
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