viernes, 30 de noviembre de 2012

La ruta de la lagunas. La altiplanicie boliviana (2ª parte)

Flamencos en laguna Hedionda.
La noche que pasamos en el “hotel” de sal, se nos hizo durísima. Según nos dijeron, de madrugada, la temperatura exterior fue aproximadamente unos -18 grados centígrados.
Para colmo, la dichosa altitud, nos afectó duramente a los dos, pero a cada uno, de maneras diferentes.
Marijose que ya venía un poco mal desde La Paz, sufrió fuertes migrañas y malestar general. Yo, dolores de estómago y sensación de hinchazón.
Volcan Ollague desde el Valle de las Rocas.

Muy de madrugada, decidí ir al cuarto de baño, a ver si conseguía aliviar la mala sensación en la barriga, y claro, a pesar de lo que uno se pueda esperar de unos retretes comunitarios, lo que no imaginas jamás, es que la ineptitud, lleve a no tener previsto ni un simple bidón con agua, para asear los “cagaderos”. Como decimos aquí en Canarias, ¡Hay que ser “gediondos”!
 Siempre hemos hablado duramente de lo asquerosos que eran los baños en China, pero tener que sentarse en estos retretes usados por más de una treintena de personas, la mayoría también afectada por el mal de altura, doblado por los dolores, sin poder enjuagarlos lo más mínimo, fue una de las experiencias más desagradables de todos nuestros viajes. Y encima, apremiado por los otros compañeros de excursión, que hacían cola, dando saltitos por el frío y sus malestares, ya que, para colmo del desprecio hacia los turistas que les dan de comer, ¡sólo había dos retretes!

Vicuñas salvajes de la Altiplanicie.





A mi salida del repugnante retrete, esperaba Henry apurado su turno. Algo avergonzado, aun sin ser mi culpa, le advertí de que no había agua, -¡Oh my good!- exclamó, ya que tampoco él podía aguantar la necesidad, y con la misma cara de asco que yo, no le quedó más remedio que pasar por el aro del desdén de nuestros anfitriones.
A la mañana, después de un desayuno que casi nadie terminó debido al malestar físico general, reanudamos la marcha en el jeep de Hilario, nuestro gélido guía.
Laguna Cañapa.


En esa parte del mundo, el clima se ha hecho famoso por lo extremo. A pesar de la intensidad lumínica del sol, tanto que ciega, éste parece no calentar, y el aire helado corre a fuertes rachas, golpeando duramente. Tanto fue así, que esa jornada, apenas nos bajamos del coche, lo hicimos en contadas ocasiones, y por periodos no muy prolongados.
 
Salvo cuando llegas a los determinados puntos con interés turístico, el paisaje tampoco es que sea muy ameno. Desde la ventanilla del jeep, solo se pueden contemplar largas y tediosas pistas de tierra, que levantan polvaredas asfixiantes al paso de contados todoterrenos que transportan a turistas, rodeados todo el tiempo, eso sí, por impresionantes volcanes que se elevan con facilidad por encima de los 5.000 metros de altitud sobre el nivel del mar, adornados en sus cimas con perenne nieve.
Llamas domesticadas.
De cuando en cuando, algún rebaño de vicuñas salvajes o de llamas domesticadas nos sacaban de la monotonía, o sorprendentemente, por el lugar del mundo en donde nos encontrábamos, algún obrero solitario, que con maquinaria pesada, adecentaba las pistas de tierra para el paso de los vehículos, en lo que debería de ser uno de los trabajos más duros y solitarios del mundo.
El objetivo de nuestra ruta de hoy, era ir haciendo paradas por las mejores lagunas que hay en esta inhóspita parte del mundo. Tenemos que avisarles, que puede que alguna de las imágenes que les dejamos aquí, puede no corresponder a los nombres que verdaderamente tienen, pues una vez más, la “sapiencia” de nuestro guía, nunca nos dejó claro en dónde estábamos y qué era lo que estábamos observando. Muchas veces los nombres que les adjuntamos a nuestras imágenes, son por nuestras suposiciones, cotejándolas con un mini-mapa de la zona que encontramos abandonado, porque es que ni eso tuvieron la deferencia de ofrecernos…
Laguna Cañapa.
El primer tramo de carreteras, se hizo bastante duro y pesado. Solamente paramos brevemente una vez en algún punto, donde pudimos fotografiar el volcán Ollague al fondo de una árido paisaje de lavas volcánicas solidificadas, tan familiar a nuestros ojos de isleños canarios, para continuar la marcha hasta la primera de las lagunas que avistaríamos ese día, lugar en el que almorzaríamos, La laguna Cañapa.


La Laguna Cañapa, quizás fue la menos espectacular de las que visitamos.

Puede que esa sensación fuese debida al fuerte y frío viento que nos recibió, y por la ausencia de aves al momento de nosotros llegar.

Solo una gaviotilla que nos chillaba y rapiñaba nuestras sobras convirtiéndose en una bonita anécdota, y la aparición tardía de un solitario flamenco fue el total de la fauna que pudimos divisar.

 


 
Todas las lagunas son ricas en apreciados minerales, como por ejemplo el bórax, y suelen tener costras en sus orillas, de diferentes tonalidades blanquecinas por los materiales de los que son portadoras sus aguas, tonalidades que precisamente, muchas veces son las que les proporcionan sus nombres.
En las fotografías, se pueden apreciar perfectamente estas costras.


Laguna Hedionda.

Después del almuerzo, nuevo paseíto en el jeep, hasta arribar a la Laguna Hedionda.

La laguna Hedionda, recibe este sobrenombre, por el hedor azufrado del material del que son ricas sus aguas.
A mas de 4.100 m.s.n.m. a pesar del extremo clima, aquí sí que encontramos una gran cantidad de flamencos, que le daban al paisaje un aspecto realmente imponente.

El conjunto del agua de la laguna con sus costras de mineral, punteada de rojo por las alas de las aves, con la cadena volcánica adornada con nieve en su cresta al fondo, dibuja un cuadro realmente espectacular. Espectacular, pero para fotografiarlo y rápido, porque con el fortísimo viento helado que corría, no había quien aguantara allí más de unos minutos. Al usar la cámara fotográfica, los dedos se me entumecían en segundos.
Laguna Honda.
A la continuación de nuestra ruta por las polvorientas carreteras de tierra, hicimos alguna brevísima parada por otras lagunas igual de espectaculares que la anterior, estamos casi seguros que en La Laguna Honda y en la Laguna Charcota, hasta llegar a unas famosísimas rocas, en las que hay una a la que llaman el Árbol de Piedra.


El Árbol de Piedra, no es sino eso, una roca, que debido a la erosión, a tomado una forma que recuerda a un pequeño arbusto.
Lo que más recordamos de esa breve parada, fue el inhóspito clima. Sol, fuerte viento que arrastraba arena y frío, mucho frío.
Continuamos la marcha, en dirección a la más famosa de todas las lagunas de la altiplanicie, la Laguna Colorada, donde justo a pocos metros de la orilla, hay un puesto de la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa, donde hay que pagar la nada desdeñable cantidad de 150 Bs por persona en concepto de control de ingreso para turistas extranjeros, que bajo nuestra humilde opinión, hubiese sido lo normal si lo hubiesen cobrado antes de comenzar la ruta, no después de llegar hasta aquí, pues sinceramente, todos los animales que avistamos en esta excursión, fueron antes de llegar a este punto. Había gente allí, sobretodo un grupo de norteamericanos con unos enormes jeeps, seguramente de alguna productora de documentales, que discutían acaloradamente con los malhumorados vigilantes.
Laguna Colorada.
Después del trámite burocrático, Hilario, puso rumbo a una zona elevada desde la que poder observar la panorámica que ofrece la Laguna Colorada.
Realmente los colores rojos de la laguna destacan sobremanera, y es una imagen inolvidable.
Igual que el fuerte viento frío, que nos hizo permanecer lo mínimo allí y no nos dejó tomar fotografía alguna que hiciera algo de justicia a la belleza de esa laguna.
Poco más que contar de ese día, excepto que cuando llegamos al alojamiento previsto para hoy, nuestra compañera navarra, a quién se le vio que tampoco no le había hecho mucho “tilín” la pinta del sitio, un cuchitril en bloques con muchas ventanas con sus cristales rotos, le preguntó a Hilario, con todo su desparpajo, si esta vez no podríamos alojarnos en algún lugar que estuviese un poco mejor que el de anoche.
Hilario no se tomó nada bien este comentario, y contestó en un tono algo más que borde, algo así, como que si llevaban abiertos más de cinco años trabajando con turistas, por algo sería…
Ahí, ya no me pude contener:
- ¡Pues por ejemplo, con lo limpito que tienes los baños, no vas a aguantar otros cinco más! –
Su primera intención había sido defenderse atacando, pero entre los “navarricos” y nosotros dos no tuvo nada que hacer, le dimos un buen “zarandeo”. Después de unas palabras, bajó el tono de voz alegando que lo estábamos humillando, a lo que yo le respondí suavizando también mi tono, diciéndole, que se lo tomara como un consejo práctico para el futuro.
Ya algo más relajados, en el nuevo alojamiento, esta vez con dormitorio compartido, Marijose, se encontraba tan mal por el efecto del soroche, que como dice ella, se tumbo en la cama a dejarse morir. No hubo manera de que mejorara en toda la noche, ni con medicamentos, ni mates de coca, y ni siquiera pudo levantarse para cenar alguna cosa.
Yo también estaba fatal, pero me obligué a probar un bocado, y como dicen las madres, comer, no es sino empezar…vamos que me comí lo mio, lo de Marijose, lo del japonés y lo del canadiense. Lo de los navarros no, porque al chavalote también había que darle de comer aparte….
Preocupado por Mari, me retiré un poquito antes para estar con ella, fue justo en ese momento cuando Hilario me abordó para preguntarme con qué cosas no estábamos contentos. Yo le expliqué como consejo, que los baños del hotel, que me confesó que era de su familia, no los podía tener en esas condiciones, dos retretes sin agua para tantas personas…él me alegaba que por las noches, a esas altitudes, les cortaban el suministro, a lo que yo le insistía, en que la cosa era tan simple como tener lleno de agua un cubito y un cacito para poder tirarla por el váter, vamos, que no había excusa…bueno, yo todo lo que le dije fue por su bien y como consejo, pero a veces él no daba la sensación de entenderlo así.
Como pudimos, pasamos la noche en aquella enorme y fría habitación, en compañía de nuestros compañeros, y aunque pudiese parecer lo contrario, a pesar de nuestras molestias, casi que dormimos mejor que en el primer alojamiento.
Al día siguiente, salíamos muy temprano, sobre las cinco de la mañana, aún de noche y con algunos grados bajo cero de temperatura exterior. El motivo era llegar hasta una zona, en la que unos géiseres estaban en pleno apogeo justo en el momento de la salida del sol. A ese lugar lo llaman el Geiser Sol de Mañana.
La verdad, es que a pesar de que ya hemos visto unos cuantos géiseres en nuestra vida, y hasta en nuestras propias islas, como en la de Lanzarote, éstos, impresionan, tanto por el tremendo sonido que emiten como por la fuerza del gas que expulsan, y añadiendo el plus de verlos prácticamente a oscuras, solo con un tímido esbozo azulado del amanecer, les dan un aspecto de lo más tétrico e intimidante.

Proseguimos el camino, hasta llegar ya a unas famosas Aguas Termales, donde tienen acondicionada una piscina para que los turistas disfruten del agua caliente que emana la tierra, pero donde hace tanto viento y frío, que solo algunos intrépidos, más bien jovenzuelos alocados, tienen la valentía de bañarse. Como no sentimos ya que tengamos nada que demostrar, no fue nuestro caso…
En las Aguas Termales, hay acondicionada una casa restaurante, donde desayunamos, con unas habitaciones con suvenires para la venta.
Después del desayuno, a nuestro grupo nos tocó una aburridísima excursión hasta la frontera con Chile, pues nuestro amigo japonés junto a un joven americano agregado de otro jeep, se pasaban al país vecino, con solo una parada por el camino, en la Laguna Verde.
Según Hilario, que ese día se mostraba un “poquitísimo” más hablador, en esta época del año, no se veía claramente la intensidad de su color, pues dependiendo de las épocas de lluvias o sequías, éste se acrecentaba o disminuía.
Aun así, la Laguna Verde, como las otras, tiene una estampa imponente en medio de todo este polvoriento desierto árido que es la altiplanicie.
Laguna Verde.
Después del trámite de nuestro amigo japonés en la frontera chilena, nos despedimos de él.
Le queremos agradecer desde aquí sinceramente su compañía a lo largo de esos días y su papel en nuestra aventura por esas tierras, deseándole lo mejor para su vida.
Remprendimos el último tramo de jeep por la altiplanicie boliviana tomando otra ruta distinta por la que habíamos venido. Por el largo y cansino camino de regreso a Uyuni en el jeep, vimos la formación rocosa llamada las Rocas de Salvador, llamadas así por ser retratadas por el famoso pintor, e hicimos alguna breve parada más, como por ejemplo en una laguna enorme, que creemos que es la Laguna Celeste, done observamos en la lejanía, los trabajos de extracción de sus minerales.
Laguna Celeste.
En un pequeño pueblo ganadero de llamas del que no sabemos su nombre, creemos que Punta Arenas por el nombre de un cartel que tenemos en una fotografía, hicimos la última parada para almorzar antes de partir definitivamente y llegar a Uyuni a media tarde.
Nos sabemos cómo y porqué, pero cuando llegamos al pueblo, con las prisas de ubicarnos para que no se nos escapase el bus nocturno hasta la Paz, no nos despedimos como nos hubiese gustado de nuestros compatriotas navarros, así que también ellos tengan su reconocimiento desde aquí, por esos días que pasamos juntos, y a ver si hay suerte y dan señales de vida, que hemos visto alguna entrada desde Barañaín, que nos hace sospechar que pudiesen ser ellos, y mandarles la foto que les hicimos en la Laguna Colorada. De momento, la dejamos en el slide del final del artículo.

El la calle donde salen los autobuses, localizamos la oficina de la compañía que habíamos elegido esta vez. Nada de autobuses baratos como hicimos a la venida, esta vez, nos gastamos el doble, (200 Bs) y volvimos en un semi-cama turístico, que no deja de ser un cacharro igual que el anterior, pero con unas 20 plazas menos, con lo que hay un poco más de espacio.
En la agencia, nos encontramos con Henry, que también volvía a La Paz en el mismo autobús que nosotros.
Después de otra mala noche en otro viejo autobús, llegamos a nuestra conocida terminal de La Paz, y caminamos con Henry hasta el hotel que él conocía. Él se alojó allí, pero a nosotros, ni nos gustó la actitud estúpida de la recepcionista, ni el precio de la habitación, así que quedamos en vernos con Henry para almorzar al medio día frente a la iglesia de San Francisco, y salimos a pasear cansinamente, en busca de nuestro conocido hotel Majestic, donde el recepcionista nos reconoció nada más entrar, y nos ofreció como en la anterior ocasión, una confortable habitación a un precio módico.
Con el frío que pasamos en la Altiplanicie, y la carencia de infraestructuras en los alojamientos, llevábamos unos cuantos días sin poder ducharnos, así que lo que hicimos gran parte de la mañana, fue darnos una buena y larga ducha con agua caliente. Dormimos una horita, y salimos de la habitación con dos objetivos. El primero, buscar lavandería para la ropa, cosa que fue realmente fácil ya que el propio hotel se encargó por una comisión ridícula, y la segunda, preguntar en las agencias, para investigar qué poder hacer con los días que nos quedaban, ya que sí o sí, tendríamos que estar en Lima justo en una semana para no perder nuestro vuelo de vuelta…
Nuestro resumen de 65 fotografías de esta parte de la ruta:  

martes, 27 de noviembre de 2012

El Salar de Uyuni. La altiplanicie boliviana (1ª parte).


Como resultado de que se adelantara la salida del autobús la noche anterior, llegamos muy temprano al pueblo de Uyuni, sobre las 5:30 am, y aún no había salido el sol en la gélida mañana que nos recibió.


El frío, la incomodidad del trayecto, y la altitud que nos traía medio enfermos, hacían que Pedro tuviera una cara de “mala leche” de cuidado. Las legañas y el peinado matutino debido a la falta de ducha mañanera, lo exageraban aún más.

















Como sospechábamos, a la salida misma del bus, ya había unos cuantos captores de turistas para ofrecer excursiones con las que visitar el Salar, así que hablamos con uno de ellos.


Mientras nos congelábamos esperando a que el individuo con el que habíamos contactado consiguiera algún pasajero más de los otros autobuses que llegaban, se nos acercó una bajita y redondita señora, que muy simpáticamente nos invitó a ir a su oficina para ofrecernos sus servicios, que según ella, serían más baratos y mejores de lo que nos iba a ofrecer el otro señor, y además así, estaríamos a refugio del frío en su oficina. Aceptamos y la seguimos por las callejuelas del pueblo hasta su modesto local, donde nos mostró unos folletos con las diferentes opciones que ofrecía para irnos de uno a tres días a bordo de un jeep a recorrer varios puntos interesantes de la altiplanicie.
Eran exactamente las mismas excursiones que ofrecían desde las turoperadoras de La Paz, pero nos resultó bastante molesto, que la señora, se nos descolgara con unos precios bastante más caros de lo que nos habían ofrecido en la anterior ciudad, y que no habíamos aceptado por caros, al dar por supuesto que negociando directamente aquí, en Uyuni, las encontraríamos mucho más económicas.
Con mi cara de sueño y con tono de muy mal humor, le espeté a la señora:
-¡Vamos a ver! No compro las excursiones en La Paz porque seguro que allí se quedarán con comisiones y a ustedes les darán una porquería, ¿Y ahora tú me vienes a “sablear” con un precio mucho más alto de lo que allá me ofrecieron?-
-Es que si lo compras en las agencias de allá, a nosotros nos dan una miseria…- Nos contestó. – Correcto – repliqué - ¿Y? ¿Por eso me vas a cobrar más? – Bueno, a lo mejor te podría igualar la oferta que te hicieron allá….- balbuceó en voz baja. – Déjalo, no quiero hablar más contigo – le contesté con el mismo destemple que sufríamos en esa mañana.

Nos levantamos, cargamos nuestras mochilas y nos largamos de allí, dejando a la señora casi con la palabra en la boca. Desde la puerta de su oficina, divisamos un pequeño bar-cafetería abierto, y pusimos rumbo a ella para pedirnos algo de desayuno y estudiar qué es lo que íbamos a hacer.
Marijose, que no había abierto la boca desde que habíamos llegado, ni siquiera intervino cuando discutí con la señora, pues tenía aún peor sensación en el cuerpo que yo, por toda la mezcla de circunstancias de esa mañana post-paliza del bus barato. Según daba sorbitos a su matecito, fue entrando en calor y comenzó con su particular y típica burlita hacia mí: - ¡Ños loco, chiquita mala hostia…si te vieras peleándole a la señora con esa cara y con esos pelos que tienes…! –
Aparte de nosotros dos, en el bar solo se encontraba la chica que trabajaba allí, que estaba sentada detrás de la barra jugueteando con su teléfono móvil. Le preguntamos por las agencias y nos dijo que en una hora comenzarían a abrir todas, y nos indicó que justo en la puerta de al lado del bar, había una que trabajaba bien, así que pedimos dos matecitos más de coca e hicimos tiempo.
Cuando abrieron las agencias, preguntamos en unas cuantas, hasta que conseguimos una, en la que después de regatear un poco con las señoras, nos hizo un precio algo inferior al que nos habían ofrecido en La Paz, por el recorrido de tres días y saldríamos hoy mismo, sobre las 10:00 am.




La parte cómica de la negociación, fue que nos pusimos de majaderos con que queríamos pagar con tarjeta para no gastar bolivianos, ya que cada vez que cambiábamos moneda, tanto aquí como en Perú, con las abusivas comisiones, se pierde una buena cantidad de dinero, y las señoras, se volvieron locas usando el datafono más arcaico, prehistórico y lleno de polvo que habíamos visto jamás. Ninguna de ellas parecía saber usarlo, y tuvieron que llamar varias veces por teléfono, lo que durante un tiempo nos dejaron con la incertidumbre de si nos habrían cobrado bien.
Pasamos el tiempo paseando por la fría y triste ciudad de Uyuni, donde no hay mucho que ver. Quizá, lo más interesante para nosotros dos, fue encontrar algunos puntos, que habíamos visto en nuestro programa de televisión favorito de viajes.
Puntuales estuvimos en la puerta de la agencia a esperar nuestro transporte, al contrario que éste, que apareció con una hora de retraso, y allí tuvimos nuestro primer encontronazo con Hilario, nuestro conductor guía, que pretendía mandarnos, empleando un tono que no nos gustó en absoluto, para la parte trasera de su Toyota Land Cruiser, a lo que me negué en rotundo: - A ver, yo soy el más alto de todos los ocupantes que traes, ¿no? pues yo voy delante y ella – por Marijose – irá sentada detrás de mi -.
Él puso muy mala cara y con el mismo mal tono despectivo que empleó de entrada, intentó negarse a mi exigencia, pero no le quedó otra que callarse y aceptarlo, pues esa mañana, aunque no sea mi estado natural, que suele ser dicharachero, (según Marijose, más bien de payasete) no había nadie allí con más malas pulgas que yo.

 
El cementerio de trenes.
 
Así pues, comenzamos la ruta en el jeep, junto a un simpático japonés, a un encantador australiano-canadiense, y una joven parejita de Navarra. Queremos que todos ellos, reciban un afectuoso saludo nuestro desde aquí.



 
 
Pronto, en la primera parada que hicimos, en el cementerio de trenes, descubriríamos que Hilario no hablaba ni “j” de otro idioma que no fuera el suyo, así que para que Henry y el japonés (que no tenemos ni idea de cómo se llama debido la dificultad de su nombre cuando nos lo pronunció) se enteraran de algo, a Mari y a mi, nos tocaría hacer de intérpretes.


Esta gran explanada donde se han abandonado las locomotoras y vagones de los trenes de vapor que funcionaban a carbón de hace unos cien años, aproximadamente, no es si no una enorme chatarrería, que se ha convertido por arte de magia, en una atracción para los turistas que llegan hasta esta zona del mundo, porque realmente, no tiene un gran interés. Además, la imprudencia de los turistas, que son mayoritariamente gente joven, que se suben a todos estos hierros oxidados, supone un riego que por lo menos nosotros, lo percibimos como algo innecesario que podría, como mínimo, estropearte el viaje.
 


La siguiente parada, la hicimos en algún punto justo a la entrada del Salar, donde un señor nos explicó como extraían la sal y la trataban para hacerla apta para el consumo humano.
Mientras traducíamos la explicación del señor a nuestros compañeros, nos rencontramos con Sara, una canadiense que viajaba con una amiga, con la que habíamos coincidido en el barco que nos transportó por el lago Titicaca, y en Copacabana, justo antes de llegar a La Paz, y a pesar de que no habíamos cruzado muchas palabras hasta ese momento, se mostró muy amigable con nosotros.




A la noche volveríamos a verla por última vez al coincidir su grupo con el nuestro en el lugar donde nos alojaríamos, y charlaríamos agradablemente un ratito. Le dimos nuestra dirección web, así que si nos visita algún día, le mandamos su correspondiente saludo y mención por haber participado también, aunque fuese de manera testimonial, en nuestra vivencia por estos lugares del mundo.
A la salida de la fábrica extractora de sal, el señor que nos dio la charla, pidió su correspondiente aguinaldo, pero salvo nosotros, nadie más se lo dio.

El Salar de Uyuni.

 
Continuamos nuestra ruta a bordo del jeep de Hilario, para pisar ya de lleno el blanco y fantasmagórico paisaje del Salar de Uyuni.





































Ya he comentado anteriormente que habíamos acabado en Bolivia, solamente por mi expreso deseo de visitar este lugar, pero como siempre suele pasar, cuando tienes muchas expectativas depositadas en un sitio, nunca lo encuentras como lo esperas.



No es que no fuese un sitio digno de admirar, de hecho no fue una decepción, pues el paisaje que vimos fue fascinante, pero yo esperaba encontrar otra cosa, algo no tan turístico quizás, y no fue así.
En la árida y enorme extensión blanca, que atravesamos hasta hacer la primera parada dentro del Salar, eché de menos, los dibujos hexagonales de sal en el suelo tan característicos que habíamos visto en televisión. Por lo visto, esas formaciones, las producen los vientos solamente cuando el salar está en su temporada más seca.

 



Antes de llegar para visitar uno de los extravagantes hoteles construidos con bloques de sal que hay en la zona, hicimos varias paraditas para contemplar escenas cotidianas allí de la extracción tradicional de la sal, consistente en ir apilándola en montones, para que el agua se evapore más rápidamente y facilitar así el transporte hasta las fabricas que la tratan y empaquetan, para poder destinarla a la venta.

 




Aprovechamos, como no, para sacar las típicas fotografías del turista, en las que se puede aprovechar el efecto que produce la yerma extensión blanca de sal, para jugar con las distancias entre los sujetos a fotografiar, que dan como resultado divertidas instantáneas.
  El hotel-restaurante donde paramos, igual que todos los jeeps cargados de turistas, el Hotel Playa Blanca, fue la típica parada “chorra” que se hace para intentar endosarte algún suvenir.

No hay nada especialmente interesante que ver, si acaso, fijarse en que el material con el que se ha construido, que son bloques en los que se observan diferentes tonalidades por las varias capas de sal, y dentro lo han adornado con mesas, sillas, alguna figura-escultura del mismo material.

La isla Incahuasi.

La siguiente parada que hicimos, fue el uno de los puntos estrella del Salar de Uyuni, La isla Incahuasi.


Aunque nuestro amigo Hilario, nos tuvo confundidos por un tiempo, pues su infinita sabiduría como guía turístico, le condujo a decirnos que nos encontrábamos en la Isla del Pescado.
En nuestras posteriores investigaciones por la red, nos hemos encontrado con que en la primera, la Incahuasi, es donde se lleva a los turistas ya que esta situada en el centro del Salar y que se encuentra de paso por las rutas turísticas, mientras que su vecina, la del Pescado, se encuentra situada en el borde norte y no tiene ninguna infraestructura turística. Aun así, por lo visto, son muy parecidas, ya que en ellas lo único que hay, son unos enormes e impresionantes cactus, que pueden llegar a medir más de 10 metros de altura.
     
Marijose y yo nos dedicamos a dar un paseo por los senderos de esta “isla”, y recorrerlos entre los enormes y centenarios cactus, hasta llegar a la cima, mientras que nuestros acompañantes se quedaron en el jeep, donde Hilario se quedó preparando el almuerzo.


Nosotros no estábamos allí, pero nuestros compañeros nos “chivaron” que realmente se comportó como un autentico borde con ellos, propinándoles alguna respuesta bastante fuera de tono y de lugar.
El paisaje que se puede observar desde la cima de este islote marrón en medio de la nada, es de lo más curioso, pues más allá dela estampa de los innumerables cactus que quedan bajo los pies, al alzar la mirada y encontrar la silueta de otras islas y de cadenas montañosas en el horizonte, la sensación que recibes, es la de estar en una verdadera isla rodeada por un mar de color blanco, que es surcado por jeeps y autobuses en lugar de barcos.
    Al volver de nuestra  pequeña excursión por los senderos entre los cactus, almorzamos junto a nuestros compañeros los bistecs de alpaca que Hilario nos había preparado con la ayuda de su camping-gas, y después continuamos nuestra ruta durante unas horas, siguiendo las huellas de color negro que las gomas de los jeeps han dejado marcadas en el salar. Cuando el sol comenzó a caer, fue cuando el duro paisaje blanco se tornó más hermoso, e hicimos parar varias veces el jeep a Hilario, para tomar las mejores fotografías que conseguimos del lugar.

A punto de oscurecer, llegamos al borde del salar, y encontramos allí el primero de los alojamientos que usaríamos en la altiplanicie. Un básico (y cutre) “hotel”, construido con bloques de sal y techos de uralita.

Por suerte, nuestra habilidad regateando con las señoras en la agencia del pueblo de Uyuni, hizo que consiguiéramos la única habitación individual de ese alojamiento (y eso que curioseando un poco, descubrimos que habíamos pagado mucho menos que el resto de nuestros compañeros), que al día siguiente descubriríamos que estaba regentado por la familia de Hilario. Otra cosa era el baño, que inevitablemente tendría que ser compartido, ya que no existían habitaciones con baño privado.
Eso, motivó al día siguiente, un enorme “tirón de orejas” a nuestro guía-conductor, que contaremos en el siguiente artículo…

 


Al caer el sol por completo, la limpieza del cielo a esa altitud, provocó que éste tomara unos tonos rojizos-azulados preciosos, que contrastaban con los colores marrones y blanquecinos (por la sal) del suelo.
Salimos a tomar alguna fotografía y a charlar con nuestros compañeros, pero el frío por momentos se hacía insoportable, así que nos volvimos rápidamente hacia dentro el “hotel”, donde habían llegado nuevos grupos de turistas, y las mesas de sal, se llenaron de jóvenes extranjeros que charlaban animadamente en varios idiomas.
 
Nota: habrán observado que a nuestra “parejita amiga de Navarra”, no hacemos mención de sus nombres. Esto es porque, pidiéndoles un millón de disculpas, no los anotamos y en el momento de escribir estas líneas ya hemos realizado otro viaje, por lo que tenemos en la cabeza una confusión con sus nombres y los de otros chicos españoles que conocimos. Por favor, si nos leéis, que creemos que sí, mandadnos un e-mail a viajeroschicharreros@gmail.com

 Nuestra recopilación de 111 mejores fotografías en el Salar de Uyuni: