Como resultado de que se adelantara la salida del autobús la noche anterior, llegamos muy temprano al pueblo de Uyuni, sobre las 5:30 am, y aún no había salido el sol en la gélida mañana que nos recibió.
El frío, la incomodidad del trayecto, y la altitud que nos traía medio enfermos, hacían que Pedro tuviera una cara de “mala leche” de cuidado. Las legañas y el peinado matutino debido a la falta de ducha mañanera, lo exageraban aún más.
Como sospechábamos, a la salida misma del bus, ya había unos cuantos captores de turistas para ofrecer excursiones con las que visitar el Salar, así que hablamos con uno de ellos.
Mientras nos congelábamos esperando a que el individuo con el que habíamos contactado consiguiera algún pasajero más de los otros autobuses que llegaban, se nos acercó una bajita y redondita señora, que muy simpáticamente nos invitó a ir a su oficina para ofrecernos sus servicios, que según ella, serían más baratos y mejores de lo que nos iba a ofrecer el otro señor, y además así, estaríamos a refugio del frío en su oficina. Aceptamos y la seguimos por las callejuelas del pueblo hasta su modesto local, donde nos mostró unos folletos con las diferentes opciones que ofrecía para irnos de uno a tres días a bordo de un jeep a recorrer varios puntos interesantes de la altiplanicie.
Eran exactamente las
mismas excursiones que ofrecían desde las turoperadoras de La Paz, pero nos resultó bastante molesto, que la señora, se nos
descolgara con unos precios bastante más caros de lo que nos habían ofrecido en
la anterior ciudad, y que no habíamos aceptado por caros, al dar por supuesto
que negociando directamente aquí, en Uyuni,
las encontraríamos mucho más económicas.
Con mi cara de sueño
y con tono de muy mal humor, le espeté a la señora:
-¡Vamos a ver! No
compro las excursiones en La Paz
porque seguro que allí se quedarán con comisiones y a ustedes les darán una
porquería, ¿Y ahora tú me vienes a “sablear” con un precio mucho más alto de lo
que allá me ofrecieron?-
-Es que si lo compras
en las agencias de allá, a nosotros nos dan una miseria…- Nos contestó. –
Correcto – repliqué - ¿Y? ¿Por eso me vas a cobrar más? – Bueno, a lo mejor te
podría igualar la oferta que te hicieron allá….- balbuceó en voz baja. –
Déjalo, no quiero hablar más contigo – le contesté con el mismo destemple que
sufríamos en esa mañana.
Nos levantamos, cargamos nuestras mochilas y nos largamos de allí, dejando a la señora casi con la palabra en la boca. Desde la puerta de su oficina, divisamos un pequeño bar-cafetería abierto, y pusimos rumbo a ella para pedirnos algo de desayuno y estudiar qué es lo que íbamos a hacer.
Nos levantamos, cargamos nuestras mochilas y nos largamos de allí, dejando a la señora casi con la palabra en la boca. Desde la puerta de su oficina, divisamos un pequeño bar-cafetería abierto, y pusimos rumbo a ella para pedirnos algo de desayuno y estudiar qué es lo que íbamos a hacer.
Marijose, que no había abierto la boca desde que habíamos llegado,
ni siquiera intervino cuando discutí con la señora, pues tenía aún peor
sensación en el cuerpo que yo, por toda la mezcla de circunstancias de esa mañana
post-paliza del bus barato. Según daba sorbitos a su matecito, fue entrando en
calor y comenzó con su particular y típica burlita hacia mí: - ¡Ños loco,
chiquita mala hostia…si te vieras peleándole a la señora con esa cara y con
esos pelos que tienes…! –
Aparte de nosotros
dos, en el bar solo se encontraba la chica que trabajaba allí, que estaba
sentada detrás de la barra jugueteando con su teléfono móvil. Le preguntamos
por las agencias y nos dijo que en una hora comenzarían a abrir todas, y nos
indicó que justo en la puerta de al lado del bar, había una que trabajaba bien,
así que pedimos dos matecitos más de coca e hicimos tiempo.
Cuando abrieron las
agencias, preguntamos en unas cuantas, hasta que conseguimos una, en la que
después de regatear un poco con las señoras, nos hizo un precio algo inferior
al que nos habían ofrecido en La Paz,
por el recorrido de tres días y saldríamos hoy mismo, sobre las 10:00 am.
La parte cómica de la negociación, fue que nos pusimos de majaderos con que queríamos pagar con tarjeta para no gastar bolivianos, ya que cada vez que cambiábamos moneda, tanto aquí como en Perú, con las abusivas comisiones, se pierde una buena cantidad de dinero, y las señoras, se volvieron locas usando el datafono más arcaico, prehistórico y lleno de polvo que habíamos visto jamás. Ninguna de ellas parecía saber usarlo, y tuvieron que llamar varias veces por teléfono, lo que durante un tiempo nos dejaron con la incertidumbre de si nos habrían cobrado bien.
Pasamos el tiempo
paseando por la fría y triste ciudad de Uyuni,
donde no hay mucho que ver. Quizá, lo más interesante para nosotros dos, fue
encontrar algunos puntos, que habíamos visto en nuestro programa de televisión
favorito de viajes.
Puntuales estuvimos
en la puerta de la agencia a esperar nuestro transporte, al contrario que éste,
que apareció con una hora de retraso, y allí tuvimos nuestro primer
encontronazo con Hilario, nuestro
conductor guía, que pretendía mandarnos, empleando un tono que no nos gustó en
absoluto, para la parte trasera de su Toyota Land Cruiser, a lo que me negué en
rotundo: - A ver, yo soy el más alto de todos los ocupantes que traes, ¿no?
pues yo voy delante y ella – por Marijose
– irá sentada detrás de mi -.
Él puso muy mala cara
y con el mismo mal tono despectivo que empleó de entrada, intentó negarse a mi
exigencia, pero no le quedó otra que callarse y aceptarlo, pues esa mañana,
aunque no sea mi estado natural, que suele ser dicharachero, (según Marijose, más bien de payasete) no
había nadie allí con más malas pulgas que yo.
El cementerio de trenes.
Así pues, comenzamos
la ruta en el jeep, junto a un simpático japonés, a un encantador australiano-canadiense,
y una joven parejita de Navarra.
Queremos que todos ellos, reciban un afectuoso saludo nuestro desde aquí.
Pronto, en la primera
parada que hicimos, en el cementerio de
trenes, descubriríamos que Hilario
no hablaba ni “j” de otro idioma que no fuera el suyo, así que para que Henry y el japonés (que no tenemos ni
idea de cómo se llama debido la dificultad de su nombre cuando nos lo
pronunció) se enteraran de algo, a Mari
y a mi, nos tocaría hacer de intérpretes.
Esta gran explanada donde se han abandonado las locomotoras y vagones de los trenes de vapor que funcionaban a carbón de hace unos cien años, aproximadamente, no es si no una enorme chatarrería, que se ha convertido por arte de magia, en una atracción para los turistas que llegan hasta esta zona del mundo, porque realmente, no tiene un gran interés. Además, la imprudencia de los turistas, que son mayoritariamente gente joven, que se suben a todos estos hierros oxidados, supone un riego que por lo menos nosotros, lo percibimos como algo innecesario que podría, como mínimo, estropearte el viaje.
La siguiente parada, la hicimos en algún punto justo a la entrada del Salar, donde un señor nos explicó como extraían la sal y la trataban para hacerla apta para el consumo humano.
Mientras traducíamos
la explicación del señor a nuestros compañeros, nos rencontramos con Sara, una canadiense que viajaba con
una amiga, con la que habíamos coincidido en el barco que nos transportó por el
lago Titicaca, y en Copacabana, justo antes de llegar a La Paz, y a pesar de que no habíamos
cruzado muchas palabras hasta ese momento, se mostró muy amigable con nosotros.
A la noche volveríamos a verla por última vez al coincidir su grupo con el nuestro en el lugar donde nos alojaríamos, y charlaríamos agradablemente un ratito. Le dimos nuestra dirección web, así que si nos visita algún día, le mandamos su correspondiente saludo y mención por haber participado también, aunque fuese de manera testimonial, en nuestra vivencia por estos lugares del mundo.
A la noche volveríamos a verla por última vez al coincidir su grupo con el nuestro en el lugar donde nos alojaríamos, y charlaríamos agradablemente un ratito. Le dimos nuestra dirección web, así que si nos visita algún día, le mandamos su correspondiente saludo y mención por haber participado también, aunque fuese de manera testimonial, en nuestra vivencia por estos lugares del mundo.
A la salida de la
fábrica extractora de sal, el señor que nos dio la charla, pidió su
correspondiente aguinaldo, pero salvo nosotros, nadie más se lo dio.
Continuamos nuestra
ruta a bordo del jeep de Hilario,
para pisar ya de lleno el blanco y fantasmagórico paisaje del Salar de Uyuni.
Ya he comentado anteriormente que habíamos acabado en Bolivia, solamente por mi expreso deseo de visitar este lugar, pero como siempre suele pasar, cuando tienes muchas expectativas depositadas en un sitio, nunca lo encuentras como lo esperas.
No es que no fuese un sitio digno de admirar, de hecho no fue una decepción, pues el paisaje que vimos fue fascinante, pero yo esperaba encontrar otra cosa, algo no tan turístico quizás, y no fue así.
En la árida y enorme
extensión blanca, que atravesamos hasta hacer la primera parada dentro del Salar, eché de menos, los dibujos hexagonales
de sal en el suelo tan característicos que habíamos visto en televisión. Por lo
visto, esas formaciones, las producen los vientos solamente cuando el salar
está en su temporada más seca.
Antes de llegar para visitar uno de los extravagantes hoteles construidos con bloques de sal que hay en la zona, hicimos varias paraditas para contemplar escenas cotidianas allí de la extracción tradicional de la sal, consistente en ir apilándola en montones, para que el agua se evapore más rápidamente y facilitar así el transporte hasta las fabricas que la tratan y empaquetan, para poder destinarla a la venta.
Aprovechamos, como no, para sacar las típicas fotografías del turista, en las que se puede aprovechar el efecto que produce la yerma extensión blanca de sal, para jugar con las distancias entre los sujetos a fotografiar, que dan como resultado divertidas instantáneas.
El hotel-restaurante donde paramos, igual
que todos los jeeps cargados de turistas, el Hotel Playa Blanca, fue la típica parada “chorra” que se
hace para intentar endosarte algún suvenir.
No hay nada especialmente interesante que ver, si acaso, fijarse en que el material con el que se ha construido, que son bloques en los que se observan diferentes tonalidades por las varias capas de sal, y dentro lo han adornado con mesas, sillas, alguna figura-escultura del mismo material.
No hay nada especialmente interesante que ver, si acaso, fijarse en que el material con el que se ha construido, que son bloques en los que se observan diferentes tonalidades por las varias capas de sal, y dentro lo han adornado con mesas, sillas, alguna figura-escultura del mismo material.
La isla Incahuasi.
La siguiente parada que hicimos, fue el uno de los puntos estrella del Salar de Uyuni, La isla Incahuasi.
Aunque nuestro amigo Hilario, nos tuvo confundidos por un tiempo, pues su infinita sabiduría como guía turístico, le condujo a decirnos que nos encontrábamos en la Isla del Pescado.
En nuestras
posteriores investigaciones por la red, nos hemos encontrado con que en la
primera, la Incahuasi, es donde se
lleva a los turistas ya que esta situada en el centro del Salar y que se encuentra de paso por las rutas turísticas, mientras
que su vecina, la del Pescado, se
encuentra situada en el borde norte y no tiene ninguna infraestructura turística.
Aun así, por lo visto, son muy parecidas, ya que en ellas lo único que hay, son
unos enormes e impresionantes cactus, que pueden llegar a medir más de 10
metros de altura.
Marijose y yo nos dedicamos a dar un paseo por los senderos de esta “isla”, y recorrerlos entre los enormes y centenarios cactus, hasta llegar a la cima, mientras que nuestros acompañantes se quedaron en el jeep, donde Hilario se quedó preparando el almuerzo.
Nosotros no estábamos allí, pero nuestros compañeros nos “chivaron” que realmente se comportó como un autentico borde con ellos, propinándoles alguna respuesta bastante fuera de tono y de lugar.
El paisaje que se
puede observar desde la cima de este islote marrón en medio de la nada, es de
lo más curioso, pues más allá dela estampa de los innumerables cactus que
quedan bajo los pies, al alzar la mirada y encontrar la silueta de otras islas
y de cadenas montañosas en el horizonte, la sensación que recibes, es la de
estar en una verdadera isla rodeada por un mar de color blanco, que es surcado
por jeeps y autobuses en lugar de barcos.
Al volver de nuestra pequeña excursión por los senderos entre los
cactus, almorzamos junto a nuestros compañeros los bistecs de alpaca que Hilario nos había preparado con la
ayuda de su camping-gas, y después continuamos nuestra ruta durante unas horas,
siguiendo las huellas de color negro que las gomas de los jeeps han dejado
marcadas en el salar. Cuando el sol comenzó a caer, fue cuando el duro paisaje blanco
se tornó más hermoso, e hicimos parar varias veces el jeep a Hilario, para tomar las mejores
fotografías que conseguimos del lugar.
A punto de oscurecer, llegamos al borde del salar, y encontramos allí el primero de los alojamientos que usaríamos en la altiplanicie. Un básico (y cutre) “hotel”, construido con bloques de sal y techos de uralita.
Por suerte, nuestra habilidad regateando con las señoras en la agencia del pueblo de Uyuni, hizo que consiguiéramos la única habitación individual de ese alojamiento (y eso que curioseando un poco, descubrimos que habíamos pagado mucho menos que el resto de nuestros compañeros), que al día siguiente descubriríamos que estaba regentado por la familia de Hilario. Otra cosa era el baño, que inevitablemente tendría que ser compartido, ya que no existían habitaciones con baño privado.
Eso, motivó al día siguiente, un enorme “tirón de orejas” a nuestro guía-conductor, que contaremos en el siguiente artículo…
Al caer el sol por completo, la limpieza del cielo a esa altitud, provocó que éste tomara unos tonos rojizos-azulados preciosos, que contrastaban con los colores marrones y blanquecinos (por la sal) del suelo.
Salimos a tomar alguna fotografía y a charlar con nuestros compañeros, pero el frío por momentos se hacía insoportable, así que nos volvimos rápidamente hacia dentro el “hotel”, donde habían llegado nuevos grupos de turistas, y las mesas de sal, se llenaron de jóvenes extranjeros que charlaban animadamente en varios idiomas.
Nota: habrán
observado que a nuestra “parejita amiga de
Navarra”, no hacemos mención de sus nombres. Esto es porque, pidiéndoles un
millón de disculpas, no los anotamos y en el momento de escribir estas
líneas ya hemos realizado otro viaje, por lo que tenemos en la cabeza una confusión con sus nombres y los de otros chicos españoles que conocimos. Por favor,
si nos leéis, que creemos que sí, mandadnos un e-mail a viajeroschicharreros@gmail.com
Nuestra recopilación de 111 mejores fotografías en el Salar de Uyuni:
Hola! Me encanta como cuentas tus historias. El tour que contrataron era de tres días o solo de uno??
ResponderEliminar¡Hola Graciela! ¡Muchísimas gracias! Hicimos tres días y dos noches en la altiplanicie (más las dos de autobús nocturno hasta La Paz).
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