miércoles, 1 de junio de 2112

Nuestra ruta de Perú a Bolivia.

Antes de comenzar la acción, les mostramos un pequeño resumen en vídeo de nuestra "ruta Inca por Perú y Bolivia".



Como siempre, nuestro objetivo es que puedan disponer de la información que humildemente les podamos ofrecer de cada destino de los que hemos visitado, y para que el que quiera, pueda viajar de algún modo, con nosotros dos.

Para seguir este viaje en orden cronológico, sólo hay que ir picando ordenadamente en el índice que aquí les dejamos.

Indice:
2. Lima.
4. Paracas.
8. Arequipa.
9. Vídeo resumen de Arequipa.
10. El Cañón del Colca.
11. Vídeo resumen en el Cañón del Colca.
12. El Cuzco (y sus alrededores).
13. Vídeo resumen del Cuzco.
14. El Valle Sagrado, camino del Machu Picchu.
15. El Machu Picchu.
16. Video resumen del Valle Sagrado y el Machu Picchu.
17. La Ruta del Sol. De Cuzco a Puno.
18. Video resumen de la Ruta del Sol.
19. El lago Titicaca.
20Vídeo resumen en el lago Titicaca y sus islas.
21. La Paz, Bolivia.
22. El Salar de Uyuni. La altiplanicie boliviana (1ª parte).
23. La Ruta de las lagunas. La altiplanicie boliviana (2ª parte).
24. Video resumen por el altiplano boliviano.
25. Rurrenabaque. Camino a la Amazonía boliviana.
26. Las Pampas del Yacuma. La Amazonía Boliviana.
27. Vídeo resumen en las Pampas.
28. Desde la jungla amazónica hasta las faldas del Teide.

jueves, 20 de diciembre de 2012

De la jungla amazónica hasta las faldas del Teide.

Por suerte para nosotros, no hubo ningún retraso, cosa habitual debido al clima de la selva, y nuestro avión salió puntual, dejándonos a media mañana en la ciudad de La Paz.
El Mirador de los amantes, Miraflores, Lima.

Con un taxi nos desplazamos hasta la terminal de autobuses y una vez en ella compramos billetes para el autobús que hacía el mismo recorrido de regreso a Puno, Perú, que el que habíamos tomado para venir hasta aquí. Teníamos por delante unas cuatro horas de espera, pues nuestro transporte no partía hasta el mediodía.
Ya con la mente y la preocupación puesta en alcanzar el objetivo de Lima en los pocos días que nos quedaban, y como la conexión gratuita a Internet de la estación de autobuses ese día no funcionaba bien, decidimos dar un último paseo por el centro, y allí, se nos ocurrió acercarnos hasta el hotel en el que nos habíamos alojado las veces que habíamos hecho escala en La Paz antes de partir hacia los dos puntos que habíamos visitado en Bolivia, el hotel Majestic, para pedir el favor de que nos dejaran usar su conexión, para buscar vuelos desde las cercanías de Puno hasta Lima.
Las Islas Ballestas, Paracas.

Ese día, el recepcionista era un hombre joven, de ascendencia indígena, al que no habíamos conocido en las otras ocasiones, y al pedirle que nos dejara subir a la cafetería para conectar nuestro pequeño portátil a su red, se negó con rotundidad, alegando que el wifi era sólo para clientes.
- Nos hemos alojado en varias ocasiones aquí, míralo si quieres, y son solo unos minutos…
Nada, no hubo manera de convencerlo.
Su actitud obtusa y su arrogancia fueron tales, que justo cuando me iba a enfadar, me lo pensé mejor, y sobre la marcha, organicé en mi cabeza la revancha…
Le dije a Marijose, que estaba completamente indignada por la chulería de este individuo, que se tranquilizara, y le pedí que nos saliésemos del hotel. En la mismísima puerta, nos sentamos y sacamos nuestro mini computador, que desde allí recibió la señal del wifi, y como ya teníamos grabada la contraseña, accedimos a Internet. Tranquilamente comenzamos a “rastrear” vuelos en distintas compañías y en los buscadores.
Unas cuantas veces salió el recepcionista, con cara furiosa, a ver qué es lo que estábamos haciendo, y yo, provocativamente le mostraba la pantalla del ordenador y le sonreía saludándole levantando el dedo pulgar: - Hola, ¿Qué tal…? – y se volvía dentro, más enfadado aún. Quedó como un tonto, por tonto…
Las dunas en el oasis de Huacachina.

No encontramos ningún vuelo al alcance económico que nos conviniese, y después de un rato, nos volvimos a la terminal, para tomar nuestro transporte a Puno.
El camino de vuelta, como ya comentamos, fue exactamente el mismo que al venir, pero esta vez, cruzamos el curioso estrecho de Tiquina de día, el paso fronterizo a media tarde, y arribamos a Puno ya de noche.
Al salir de la estación de autobuses, con nuestras mochilas a la espalda, caminábamos en dirección al hotel Arequipa, donde nos habíamos alojado la última vez, pero un señor nos abordó por el camino ofreciéndonos el suyo. Regateamos y conseguimos un precio un poco inferior al que ya teníamos y aceptamos ir a verlo sin compromiso.
El hotel Gran Puno Inn, estaba en la misma calle, y justo enfrente del Arequipa que ya conocíamos, y a pesar del aspecto poco agraciado de la entrada, por dentro tenía un patio interior realmente bonito y agradable, además la habitación que nos proporcionaron, era de muchísima más calidad que la del otro hotel, o sea que por 10 Soles menos por noche, salimos ganando.
 El Mirador de Carmen Alto, Arequipa.

Después de la ducha correspondiente, salimos a la calle peatonal principal, Jirón Lima, en busca de nuestro restaurante favorito donde cenamos pizza y al terminar, preguntamos en un par de agencias de turismo por billetes de avión. Estaban carísimos.
Preguntamos también por los autobuses nocturnos, como último remedio para subir hasta Lima, pero nos enteramos que para mañana mismo, había prevista una huelga con manifestaciones de profesores, y sobre todo de mineros, que estaban cortando las carreteras, y habían muchas revueltas con la policía, por lo que se nos estaba complicando un poco más si cabe el retorno con esa segunda opción, ya con tan sólo dos días.
Al día siguiente, nos levantamos temprano y localizamos antes incluso de que éstas abrieran al público, las oficinas de la compañía aérea LAN. Por sorpresa, tanto para nosotros que habíamos indagado ya por Internet y no habíamos encontrado nada para esos días, como para la chica de la agencia, que supuso que alguien había renunciado a esas plazas, para esa misma tarde, tenía dos plazas desde el aeropuerto de la próxima ciudad de Juliaca, a un precio según ella, normal. En realidad, 200 Dólares por persona, caro para nuestros bolsillos, era lo más barato que habíamos visto por los vuelos internos en Perú, que siempre, mientras estuvimos buscando allí, nos parecieron exorbitados, y ante la convulsa situación del lugar, decidimos pagarlo y tener más margen de maniobra por si acaso…
El Mirador Cruz del Condor, cañón del Colca.

Antes de pagar los billetes de avión, la chica de la agencia, nos recomendó que pasásemos por la oficina de una agencia que se dedicaba a hacer transportes al aeropuerto, Rosy Tours, para asegurar nuestro traslado, y así lo hicimos.
La trabajadora de esa agencia, hizo sus oportunas llamadas y quedó en que un microbús, pasaría a recogernos sobre las 12:00 del mediodía directamente en nuestro hotel…
Mientras paseábamos en el camino de vuelta al hotel para informar de que dejábamos la habitación y nos íbamos, nos encontramos con grupos de manifestantes, y con muchas pancartas de protesta ante los recortes en educación que quería imponer el gobierno de ese país, y nos dijimos a nosotros mismos que habíamos hecho bien en pagar los caros billetes de avión para asegurarnos por lo menos, el llegar a tiempo de tomar nuestro avión de retorno a casa.
Las Ruinas de Saqsayhuamán, alrededores de Cuzco.

Lo que pasó, es que ese bus nunca llegó, así que después de más de una hora de espera, tomamos un taxi y nos presentamos en la oficina, donde otras cuatro personas esperaban al transporte. Marijose, exigió que la empleada de la oficina, pagara el taxi, y así se hizo.
Mientras que las otras personas esperaban tranquilamente sin inmutarse por la tardanza, nosotros nos pusimos un poco bordes con la chica de la agencia, que tampoco parecía muy preocupada del asunto. Tanto le dijimos, sobre todo Marijose, que le explicaba de malos modos que si perdíamos este avión, perderíamos el de retorno a España y que entonces los haríamos responsables a ellos, que al final, se decidió por fin a tomar el teléfono y llamar al conductor.
Pendientes de la conversación telefónica, agudizando el oído, nos quedamos con la boca abierta cuando oíamos lo que se decían. El chófer, por lo visto, se había ido a su casa a almorzar, y se había dado una siesta de homenaje, y si la “sangre de horchata” de la agencia no lo hubiese llamado, no se hubiese despertado…
El Valle Sagrado.

Apareció por fin nuestro transporte. El conductor, con cara de haberse despertado hacía cinco minutos, con su cara dura, comenzó a meternos prisa y una vez a bordo, comenzó a circular como si de una carrera se tratase, y cuando casi choca con otro vehículo, ya no me pude contener y le dije: - ¡Vete a chocar ahora para que lo arregles ya bien! –
Él se intentó excusar, alegando que se nos había hecho tarde y que tenía que ir rápido para que llegásemos a tiempo al aeropuerto, a lo que Marijose le contestó contundentemente:
- ¡Entonces haber llegado hace dos horas, que es cuando teníamos que haber salido, en lugar de acostarte a dormir y poner ahora nuestras vidas en peligro…! ¡Y como no lleguemos te vas a enterar…! –
Al aproximarnos a la ciudad de Juliaca, el panorama que nos encontramos fue dantesco.
El Machu Picchu.

Las carreteras, estaban completamente llenas de obstáculos, enormes piedras, bidones incendiados, latas y demás basuras, que daban fe de una enorme revuelta entre manifestantes y policías, y precisamente, un control policial, informó a nuestro conductor que debería tomar un desvío para poder llegar hasta el aeropuerto, ya que el centro de la ciudad estaba totalmente bloqueado por este motivo.
Con la enorme tensión de ver que se nos estaba haciendo tarde, nuestro conductor conducía dibujando eses, esquivando los artefactos arrojados a la calzada, hasta que en un cruce nos quedamos bloqueados por unos coches que estaban obstaculizando el tráfico.
Los hasta ahora impasibles viajeros peruanos que nos acompañaban en el transporte, también se pusieron nerviosos, y uno de ellos, llegó a bajarse del microbús para encararse los conductores de esos vehículos, quienes después de unos minutos de discusión, se apiadaron y se apartaron para que pudiésemos continuar nuestra vertiginosa contrarreloj.
El Lago Titicaca.

Con gran fortuna, como unos meses atrás, cuando casi perdemos el vuelo de Hanoi a Bangkok, llegamos hasta la facturación de nuestro vuelo, corriendo como posesos por el aeropuerto, justo cuando las azafatas de tierra estaban cerrando, y gracias a la excusa de las manifestaciones, tuvieron la diligencia de dejarnos facturar y embarcar.
Misión cumplida, y nos sobraba todo un día en Lima, para recorrer nuevamente alguno de los lugares de la ciudad por donde habíamos paseado al principio de esta aventura.
Nos alojamos nuevamente en el Hostal José Luis, en la zona de Miraflores, donde la simpática y amable dueña, nos reconoció nada más vernos entrar por la puerta. A pesar de que estaba a tope de clientes, se las ingenió para darnos una pequeña habitación para la primera noche y otra para la segunda que en principio tenía también reservada, pero alguna gestión hizo que le agradecimos para no tener que estar buscando otro lugar.
El Salar de Uyuni.

Volvimos a pasear el centro de Lima, su bonita plaza de Armas y descubrimos los alrededores que se nos habían escapado la primera vez que estuvimos allí, almorzamos de menú, temprano y bien en un modesto restaurante para trabajadores, integrados ya como dos peruanos más, y después de asistir a otro cambio de guardia, cansinamente fuimos bajamos hasta las playas de la zona de Miraflores, donde dejamos pasar el tiempo hasta que cayera el sol, para acabar el viaje un poco nostálgicos.
Otra historia fue el cómo no, que raro, retraso en el vuelo de nuestra compañía española, de unas cuatro horas, lo que nos obligó a tener que retrasar también nuestro vuelo para volver desde Madrid a Tenerife…pero es que lo spanish is diferent…
La laguna Colorada, Altiplanicie boliviana.


Una vez más, tengo que dar las gracias a mi compañera de viaje, tanto de estos como del viaje más largo, el de la vida, a Marijose, por tener tanta determinación, por tener el don de saber imponerse cuando tiene que hacerlo, por saber llevarme en las circunstancias difíciles que siempre surgen en este tipo de viajes. Por saber sufrir y por saber hacerme disfrutar compartiendo cada rincón del mundo que descubrimos juntos, sea bonito o no, pues como dice ella, qué más da que lo sea, lo importante es que no lo conocías y ahora estás viéndolo con tus propios ojos, sin necesidad de que venga nadie a decirte si vale o no vale la pena, pues cada cual, tiene sus propias experiencias y conclusiones.

 

Las Pampas, la amazonía boliviana.
 
Realmente nos gustó mucho este viaje, más de lo que yo pensaba al principio.
Y eso que antes de realizarlo di mucho “la lata” con que quería volver a Asia.
Pero es que, como también dice Marijose, hay tanto mundo que ver y es tan poco el tiempo del que disponemos….

Nos gustaron las personas, las ciudades, la gastronomía, la cultura, tanto la Inca y sus vestigios como la pos hispánica, los extraordinarios paisajes bajo un clima durísimo, y como no, la impresionante naturaleza y su hermosa fauna.
Para nosotros, Perú y Bolivia, dos personas modestas, dos viajeros modestos, nacidos en una pequeña isla turística al otro lado el mundo, Tenerife, cuyos lugareños somos apodados cariñosamente como “chicharreros” por los habitantes de las otras islas de nuestro archipiélago, Canarias, por un pez, familia de las sardinas, que se da en nuestras aguas, el chicharro, han sido dos países de dimensiones y de contrastes épicos, que recomendamos fervientemente, y para ello, les dejamos nuestro “granito de arena”, compartiendo la narración de nuestra experiencia, anécdotas, fotografías y vídeos caseros… y, para que si por lo que sea, no pudieran o no quisieran ir en persona, lo puedan revivir junto a nosotros.
Sólo con eso, ya somos felices.
¡Saludos, viajeros!


martes, 18 de diciembre de 2012

Video resumen de Las Pampas del Yacuma.

Llegamos ya al último y más esperado (hasta por nosotros) vídeo resumen de esta ruta que nos trazamos nosotros mismos, sobre la marcha, en junio de 2012 por los países de Perú y Bolivia.
Las Pampas del Yacuma fueron sin duda alguna, uno de los sitios más hermosos que hemos visitado jamás, y vivimos entre los animales salvajes, una de las mejores experiencias de nuestra vida. Por tanto, les recomendamos con todo cariño, que revivan con nosotros en formato de vídeo casero, nuestra aventura de esos días.
Son diez minutos de imágenes entre las que destacamos con más grato recuerdo, las últimas secuencias, en las que descubrimos, por fin, al defín rosa de río, aventurándonos a bañarnos con ellos, en las oscuras aguas de la Amazonía, infestadas de caimanes, pirañas...

Coom siempre, nos reimos un poquito de nosotros mismos, y en nuestro habitual tono de humor, hacemos un guiño a nuestro añorado Félix Rodriguez de la Fuente, a quien nuestra generación, debe en gran medida el amor a los animales y a la naturaleza.



miércoles, 12 de diciembre de 2012

Las Pampas del Yacuma. La Amazonía boliviana.


Por la noche había llovido, así que cuando emprendimos el camino hacia la selva a bordo del jeep, nos encontramos con que la carretera, no era sino una pista de fango, una trampa, donde habían caído atrapado los vehículos que nos encontrábamos por el camino.

 
A duras penas, los todoterrenos podían seguir avanzando. 
 
De cuando en cuando nuestro conductor tenía que parar el jeep, y nos hacía bajar para poder sortear algún obstáculo peligroso, ya que los grandes camiones atrapados ocupaban toda la pista, teniendo que caminar llenándonos los pies de barro sin más remedio.
Era una situación dura por el calor, la humedad, el barro… pero al mismo, tiempo estábamos alucinados, casi no nos creíamos aún que estuviésemos allí.




Aunque de momento, no habíamos interactuado mucho, nuestro grupo abordo del jeep, estaba formado por Gilbert, nuestro conductor, Sergio, nuestro guía, una pareja de alemanes, Maike y Johannes, un japonés simpatiquísimo, Shuhei, y una joven norteamericana, que no se involucró nada, por lo menos con nosotros. Tan discreta fue su andadura esos días entre nosotros, que no supimos como se llamaba porque casi ni nos enterábamos de que andaba por allí.


El trayecto fue una autentica aventura de unas cuatro horas, en las que Gilbert lograba a duras penas sortear todas las dificultades que nos ponía la carretera, mientras que nosotros íbamos dando votes en nuestros asientos dentro del jeep.




Por supuesto, con el idioma de aliado, con Gilbert y con Sergio nos entendimos a la perfección, ambos nos cayeron muy bien.

Como guía, a Sergio, lo recomendamos absolutamente, fue el mejor de todos los que conocimos en este viaje, tanto por su simpatía como por sus conocimientos de la selva.
La pareja alemana, formada por la rubita Maike y el larguilucho Johannes, chapurreaba unas cuantas palabras en castellano, con eso más nuestro “inglés de garrafón”, nos apañamos la mar de bien para entendernos.
Shuhei, fue uno de los gratos descubrimientos de este viaje. Un japonés de casi treinta años de edad, que trabajaba y vivía en un circo de Chile desde hacía un año, así que defendía nuestro idioma con suficiencia, y aunque a veces no nos entendiésemos del todo, su “buen rollo” y su encantadora sonrisa cautivó a todo el grupo, nosotros dos incluidos.

A los lados de la carretera de barro y del tendido eléctrico que la flanqueaba, ya no había vestigio de civilización, solo vegetación y enormes charcos de agua empantanada, y de vez en cuando nos llevábamos alguna sorpresa descubriendo algún ave enorme, alguna serpiente, y por primera vez, pudimos ver con nuestros ojos, el enorme tamaño de los capibaras, que desaparecían en la maraña cuando nos aproximábamos.

Sobre las doce del mediodía llegamos al pueblo de Santa Rosa, donde almorzamos mientras bromeamos un poco con las señoras del restaurante, confirmando una vez más la afabilidad de la gente de este lugar.
En restaurante, aparecieron dos jóvenes norteamericanos algo extraviados, que se unirían al grupo unas horas más tarde.

Allí mismo, pagamos el boleto de entrada al Área Protegida Municipal Pampas del Yacuma, de Santa Rosa-Beni, 150 Bs, antes de dirigirnos al embarcadero en el que tomaríamos el curioso y larguísimo bote de madera provisto de un motor fuera borda, en el que nos moveríamos esos días entre los humedales y los estrechos canales de agua del río Beni.
Desde el mismo instante en el que comenzamos la navegación por el río, el paisaje que surgió ante nuestros incrédulos ojos, fue sencillamente espectacular.
 
 
El cielo estaba inmaculadamente azul, rasgado por las nubes que habían descargado el agua de esos días, el verde intenso y brillante de la vegetación, el agua tan oscura que parecía té… y los sonidos estridentes de los animales que lo inundaban todo… y los olores de la tierra húmeda y de las plantas...




Comenzamos a divisar aves preciosas.
Las había a cientos, de todos los tamaños y colores.
No somos nada entendidos en la materia, pero en los días que estuvimos por allí, pudimos identificar entre otras, algunas tan grandes y espectaculares como el jabirú y la garza morena.



Otras tan curiosas como el Pato cuervo, el Martín pescador, el Loro hablador, la Paraba azul y amarilla, el Serere

muchas rapaces como por ejemplo el Caracara carcaña

vamos, que los amantes de las aves, aquí se darían un festín fotográfico.

 
Salieron a nuestro encuentro los primeros animales que viven entre la vegetación además de las aves. Un grupito de graciosos monos amarillos, llamados aquí Chichilos, surgió de entre las ramas para curiosearnos, mientras Sergio, nos acercaba a ellos, metiendo la canoa literalmente dentro de los arbustos por donde ellos se asomaban.

Nos pasó en varias ocasiones, y es que como nos agenciamos los primeros asientos de la embarcación, cada vez que nos acercábamos a la orilla para observar lo que fuese que apareciese en ese momento, éramos los que se llevaban los raspones de las ramitas, pero valió la pena.

 


Otros primates que pudimos observar por durante la navegación por los humedales, fueron los espectaculares monos aulladores.

En nuestra ruta de esos días, nos encontramos diseminados por el camino algunos aulladores de pelo negro y de pelo rojo.


 





De cuando en cuando, se nos aparecía en la orilla, algún ejemplar del roedor más grande del planeta, el capibara, a veces alimento de las anacondas, que parecía no temernos demasiado, por lo menos, mientras no nos acercásemos demasiado.
Cuando lo hacíamos, tranquilamente, se levantaban y se ocultaban a paso lento entre la maleza.
También fue impresionante la cantidad de reptiles que pudimos observar.
Las tortugas tomaban sol tranquilamente en las orillas, hasta que aparecíamos en nuestra embarcación y saltaban al agua como posesas. Algún caimán también se ocultaba despacio en las orillas mientras nos miraban inquisitivamente con sus ojos de periscopio…

 
Pasamos la tarde anonadados, exclamando de admiración cada vez que aparecía un nuevo animal a proa de nuestro bote en aquel idílico escenario, pero había algo que yo estaba deseando ver más que nada en el mundo, y lo buscaba todo el tiempo con el rabillo del ojo.

Me había quedado una profunda tristeza no haber tenido ni rastro de ellos en China, probablemente ya extinguido de las aguas del río Yangtzé, pero aquí, afortunadamente, todavía los hay.
Como si fueran fantasmas, de vez en cuando, daban señales de su presencia mediante fuertes chapoteos sorpresivos en el agua, pero cuando nos volvíamos, solo podíamos ver las ondas del agua agitada… aquí los llaman Bufeos, son los delfines rosados de río.

Así se nos pasó la tarde, y poco antes de que anocheciera, la caprichosa climatología de la selva, nos la jugó.



Sin previo aviso, en una zona del río donde no pudimos refugiarnos, descargó sobre nosotros un fuerte aguacero que nos caló hasta los huesos.

Lo único que pudimos hacer fue parar la canoa en la orilla, y dejar que la lluvia nos empapara hasta que decidiera aflojar un poco y pudiésemos continuar.

Es muy curiosa la temperatura del agua de lluvia en los humedales. Es tibia, por lo que no resulta muy desagradable el mojarse.



El problema para nosotros dos, fue que habíamos venido tan ligeros de equipaje, que con la humedad tan grande, esa ropa mojada, ya no se nos secó, y como dos extranjeros locos, tuvimos que hacer el resto de la travesía con ropa poco, más bien nada, apropiada para deambular por la selva, con el coste que eso conlleva.
A punto de oscurecer, arribamos a una zona del río Beni, donde las diferentes agencias de turismo, tienen montadas sus cabañas para alojar a los turistas.


Como a todo el mundo, aunque nadie o pocos lo reconozcan, nos han “estafado” alguna vez. Nosotros recordamos por ejemplo en Camboya, el excesivo precio que nos hicieron pagar por llevarnos hasta el poblado flotante de Kompong Phhluk, en el lago Tonlé Sap, pero por esta vez, sí que podemos presumir un poquito de lo bien que nos había salido la jugada cuando negociamos. Puede que en un futuro cercano o ya hoy mismo, haya más alojamientos privados en esta zona, pero en el momento de nosotros ir, ninguna agencia lo ofrecía. Es más, la cabaña que nos proporcionaron, la estábamos estrenando, ya que era la única que estaba terminada de las dos que estaban construyendo.
Nuestra cabaña privada, con un caimán negro de vecino.
Paramos en las cabañas principales, donde se iban a alojar nuestros compañeros y donde tenían acondicionado un pequeño comedor para que cenásemos. Después de comer con nuestros compañeros, Sergio, nos transportó en la canoa unos cien metros río abajo, donde estaba nuestra cabaña privada, apartada del resto de los campamentos.
Nuestros vecinos, los monos aulladores de pelo rojo.

Al llegar a ella, nos encontramos una familia de monos aulladores de pelo rojo, que “cantaba” amenazándonos, justo encima del que iba a ser nuestro techo esos días.
El sonido que emitían era alucinante, parecía que hubiese cien monos gruñéndonos, cuando en realidad no había sino tres ejemplares adultos.
Después de una ducha reparadora, y de un pequeño descanso tumbados en nuestra hamaca, disfrutando de la soledad de nuestro paraíso, oyendo los espectaculares sonidos de los animales de la jungla, Sergio, volvió con nuestro grupo a buscarnos para la siguiente actividad organizada para el día de hoy, buscar caimanes en la oscuridad.
Ojos del caimán, observándonos en la noche.


Lo único malo, a parte del clima selvático, y de lo que la memoria rápidamente se olvida al recordar tanta belleza, son los mosquitos.

Tanto a Marijose como a mí, nos dejaron “hechos unos coladores”, sobre todo, culpa de habernos quedado sin la ropa adecuada.
Solo con pensar como teníamos las piernas cuando llegaban las noches de las picaduras, que llegaron a atravesar incluso pantalones y camisas, se nos ponen los pelos de punta. ¡Hay que ver lo que dolían!
Si teníamos que haber enfermado de alguna cosa rara, esa tenía que haber sido la ocasión.
Comandados por Sergio, que dirigía magistralmente la canoa entre los estrechos canales que se abrían entre la espesa vegetación, navegamos a oscuras durante un rato, en busca del caimán negro y del yacaré, para alumbrarlos con nuestras linternas y observar el curioso efecto que se produce en sus ojos cuando atrapan la luz.

Los ojos del caimán, se vuelven puntos rojos en la oscuridad, por lo que la sensación es la de sentirse observados por ellos, en lugar de al revés. No localizamos a demasiados, pues cuando realmente se pueden apreciar en todo su esplendor es en la temporada más seca, en la que al no haber tanta agua en la zona, tienen menos refugio, pero como curiosidad, estuvo más que bien.

Al retirarnos nuevamente a nuestra cabaña para pasar la noche solos, la sensación de la jungla por la noche es casi terrorífica.
En una oscuridad impenetrable, los sonidos de los enormes insectos y de los animales nocturnos se multiplican, pudiéndolos oír saltando de rama en rama sobre tu cabeza, chapoteando en el agua, gritando, etc. Es una auténtica maravilla.
Marijose, como es habitual, dándome envidia, enseguida se durmió, pero yo me quedé pendiente, fascinado, un buen rato a oscuras, agudizando el oído y la vista desde la ventana que teníamos en el cabecero de nuestra cama, por si podía ver algo. Y es que a veces sentía como si algo o alguien, estuviese caminando agazapado, observándome a poca distancia, pero por más que apretaba los ojos, era imposible ver nada a más de un metro de distancia.

A media noche, cayó el diluvió.
Nos despertó la tromba de agua y nos pusimos a bromear macabramente, con que a lo mejor, si aumentaba por la noche el nivel del río, pereceríamos, como esos turistas que tantas veces vemos en las noticias y que criticamos, porque pareciera que se buscasen el peligro ellos solitos…
Desde que amaneció, nuestra vecina familia de monos aulladores, nos despertó con sus “cánticos”, así que hasta que Sergio nos vino a buscar para llevarnos a desayunar, pasamos unas horas explorando los alrededores de nuestro “hogar”. Había dejado de llover, pero todo estaba húmedo y el suelo embarrado. En nuestra exploración del entorno cercano, descubrimos a un nuevo vecino.
A dos metros de nosotros, en la orilla del río, un precioso y enorme caimán negro, dejaba sus ojitos fuera del agua observándonos con curiosidad. Con todo el respeto que hay que tenerle siempre a este tipo de animal, nos fue muy sencillo acercarnos y observarlo con todo lujo de detalles.
Cuando Sergio apareció en su canoa, hubo algo que le llamó la atención.
-¿Señor Pedro, ve eso que hay en el suelo al lado de su ropa? – me gritó señalando y refiriéndose a la ropa mojada que habíamos dejado tendida por fuera de la cabaña – Sí…caca de algún animal…- le devolví en grito, y saltando de la canoa a tierra, se acercó a ella, buscó un palito en el suelo, se agachó y empezó a desmenuzarla – Es fresca… ¿ve los huesitos de pájaros dentro de ella señor Pedro? - me inquirió nuevamente – sí, los veo…- asentí, mientras él prosiguió ilustrándome – ¡anoche, recibieron ustedes la visita del jaguar! – afirmó contundentemente con una sonrisa en la boca. Entonces recordé la sensación que había tenido mientras miraba por la ventana en la oscuridad, y me sonreí a mi mismo, pues no fueron sólo imaginaciones mías. Al otro lado de la ventana, como en las películas de suspense, había un poderoso animal, un jaguar nada menos, observándome cara a cara, y yo, aunque lo presentía, no pude ni verlo…y encima el tío, va y se caga en mi ropa…
- ¡Se cagó en su ropa porque le gustó su olor señor Pedro…! - dijo burlonamente Sergio. – Entonces, es que era UNA jaguar – le contesté devolviéndole la broma, mientras él se doblaba por la risa.
Después del desayuno en compañía de nuestros compañeros, salimos nuevamente a surcar los rincones más recónditos del río Beni. La actividad propuesta por Sergio para hoy en la mañana era… ¡encontrar anacondas!

El día estaba muy gris, amenazaba lluvia, pero ni un ápice de viento.
Un arcoiris fantástico adornaba el cielo, y se reflejaba en el agua, completamente quieta, como un espejo.



Las aves emitían sonidos espectaculares, y pronto encontramos más animales en los árboles.
Un enorme mono aullador negro nos miró con curiosidad desde la atalaya de su árbol.

Nos tropezamos con muchísimas más aves, Caracaras, Jabirús, Garzas negras, que huyeron de nosotros, y ante mi insistencia, Sergio nos llevó hasta un remanso que los locales apodan como la piscina de los bufeos, pero ni rastro de ellos.


 


Llegamos al lugar propicio para encontrar la anaconda, justo en el momento que comenzó a llover nuevamente.

Aun así, todo el grupo bajó de la canoa y comenzó a caminar lentamente por el enorme humedal.

El terreno que pisábamos, de barro y juncos semisumergidos, era durísimo de solventar.
A pesar de que nos habían prestado botas de agua, pronto se nos inundaron por dentro, lo que hacía más incómodo caminar por allí.




Para colmo, la fina lluvia acrecentó el calor, y los mosquitos no tuvieron piedad de nadie, menos de mi, que ese día tuve que estar en pantalones cortos, ni de Marijose, que a pesar de que llevaba puesto unos pantalones largos, eran elásticos, y se las ingeniaron para atravesar la tela.

El destrozo que le causaron en sus piernas, aún me pone la carne de gallina.  

No encontramos anaconda alguna, si acaso algún rastro de ellas como alguna caca y un cadáver de garza.

Sí que vimos de cerca un jabirú al que sorprendimos al salirle de entre los juncos, y cuando agitó las alas para huir, nos dejó impresionados por su enorme tamaño.
A pesar de no avistar a la serpiente más grande del mundo, la excursión de esa mañana, quitando lo agotadora que resultó por el esfuerzo que requirió y lo sanguinario que fueron los mosquitos, fue muy muy divertida. Todavía hoy en día vemos las fotografías y no nos creemos que hayamos estado de paseo por allí, ¡como si tal cosa…!

La lluvia comenzó a apretar a medio día, por lo que decidimos volver al “campo base” para almorzar.


 Después de una ducha y una siesta, apareció Sergio nuevamente a buscarnos con el resto del grupo, proponiéndonos una nueva actividad, pescar pirañas a cordel…
Una piraña atacando el cebo de mi anzuelo.
  
Vamos a ser serios, lo que hicimos, no fue pescar pirañas, lo que realmente conseguimos fue alimentarlas.

Con unos anzuelitos y unos trozos de carne de res que Sergio nos proporcionó, estuvimos una hora más o menos intentando pescarlas, pero éstas eran tan menudas, que mordisqueaban la comida y la “robaban” sin llegar a picar.

El único que logró sacar una, de un tamaño minúsculo, tanto que aquello pudo ser delito por lo de las tallas de los “pezqueñines”, fue Shuhei, que montó un alboroto que casi nos hace volcar por cachondeo que nos pillamos.

Cuando a la noche en la cena, vi que se la habían servido frita junto con arroz, tuve guasa hasta que nos despedimos.
Un delfín rosa se sumerge después de salir a respirar.

Cuando retornamos de fracasar, tanto buscando anacondas como pescando pirañas, en el camino de vuelta, por fin vimos con nuestros ojos algunos delfines rosa.

No los vimos sino salir a respirar, y cuando nos acercábamos a ellos, nos esquivaron burlonamente.
Ya desde el tinglado de madera, que tenían montado los de la agencia Dolphins en las cabañas, antes de la cena, con la última luz del día, pudimos observar a un grupo de Bufeos, que descendían el río mientras jugaban y cazaban peces, asonando sus cabezas y colas, chapoteando en el agua.

 


También descubrimos como los caimanes se han acostumbrado tanto a las personas, que  paseaban tranquilamente a unos metros por debajo de nuestros pies, sin inmutarse.
Lo que vimos ese día fue fantástico, pero lo mejor, como todo en este viaje, lo teníamos reservado para el día siguiente, el último en las Pampas.
Acostumbrados ya al sonido de la jungla por la noche, fuimos felices en nuestra cabaña.
Dormimos como osos, y eso que media noche, volvió a llover tan duramente como la anterior.
Ese día, Sergio nos vino a buscar muy temprano, sobre las 5:00 am, pues uno de los objetivos de hoy, era ver el amanecer desde el río, en lo más profundo de la selva.

A pesar de que el cielo continuaba muy cubierto de las caprichosas nubes, el despertar del día desde donde lo vimos, fue un sueño hecho realidad.

Las tonalidades rojizas de la jungla al asomar el sol, y la actividad de las aves y otros animales, que a esas tempranas horas montaban su escándalo particular, fueron uno de los mejores recuerdos que nos traemos a casa de este viaje.

Volvimos a desayunar a nuestro “campo base” y de allí, salimos nuevamente a intentar ver a mis anhelados delfines rosa de río.

Como suele pasar en la selva, cuando vas concentrado en ver una cosa en concreto, te maravillas de lo que no esperas, y es que la cantidad de aves, monos, caimanes y otros animales que nos tropezamos por el camino, no tuvieron desperdicio.
 
Sergio nos volvió a llevar al remanso, del que dicen que es una piscina para los delfines, y aunque se hicieron derogar, un grupo de ellos apareció, por fin, jugueteando delante de nuestras narices.
No me lo pensé dos veces y me lancé al agua tras ellos.
Sergio, nos había explicado, que a pesar de que en esas aguas abundan los caimanes y las pirañas, cuando pasan los delfines, éstos se retiran, y la verdad es que no pensé en ellos, hasta que me vi nadando en aquella agua tan cargada de taninos, que no ves nada, ni siquiera tu propia mano a unos centímetros de profundidad.

Fuera como fuera, no iba a desaprovechar la oportunidad de estar cerca de aquellos animales a los que intenté perseguir a nado, cosa que me fue imposible, a pesar de ser buen nadador, pues no contaba con la pesadez del agua dulce, que nada tiene que ver con la salada en la cuestión de la flotabilidad.

Los delfines desaparecieron sin dejar rastro, y Sergio me pidió que me sujetara a la barca para movernos hasta otro rincón donde él pensaba que habría más.

Sujeto de esa manera tan absurda al bote, recorrimos un buen tramo de río, hasta que encontramos más delfines.
Era casi imposible verlos a nivel del agua por la oscuridad de ésta, pero Marijose me iba avisando de que estaban al lado mio, a menos de un metro.

Cuando los veía aparecer saliendo a respirar por mi izquierda, se sumergían ante mis narices, y de repente Mari me gritaba: - ¡está detrás de ti! – yo me giraba en su busca, y lo volvía a ver desaparecer.
Así estuvo un rato uno de ellos, como burlándose de mí, incluso me rozó en los pies antes de marcharse.

Shuhei, animado al verme, también se lanzó al agua, pero la angustia de estar nadando en aquél sitio le pudo enseguida, bastante más rápido que a mi, que me convertí en el “pesado” del grupo.
Y es que costó alguna hora y varias inmersiones más en diferentes lugares, antes de sacarme del agua definitivamente.
De vuelta por última vez al “campo base” para almorzar e irnos ya, Marijose no hacia sino repetirme lo loco que estaba de no pensar que me podía haber comido algún caimán, pero yo le contestaba que había valido la pena. Por fin había cumplido un sueño, ¡nada menos que nadar en las aguas de la Amazonía, y junto a los delfines rosas de río!
Después del almuerzo, volvimos tranquilamente navegando hasta el punto donde habíamos embarcado tres días atrás.


Salió el sol, y lo iluminó todo, resaltando los bonitos colores de la jungla.


Divisamos más bufeos durante el trayecto, y Mari me tuvo que retener el impulso de volver saltar al agua a nadar con ellos.

Incluso un ejemplar enorme nos sorprendió a todos dando un impresionante salto justo al lado nuestro, como despidiéndose.
Nos despedimos de Sergio, a quien saludamos desde aquí. Nos regaló su email por si algún día regresamos, y con buena gana lo haríamos ahora mismo si pudiésemos.
Tuvimos que esperar a que apareciera Gilbert, que llegó bastante tarde, pues las carreteras hasta aquí habían empeorado por las lluvias.
Mientras esperábamos, en la orilla, aparecieron más delfines, y anonadados, nos quedamos todos observando sus jugueteos…  

Desgraciadamente, por que con gusto nos hubiésemos quedado a vivir allí, apareció Gilbert, que nos devolvió a Rurrenabaque, después del trámite de unas interminables horas de dura carretera, en la que nos volvimos a encontrar con las dantescas imágenes de los vehículos y enormes camiones atrapados en el barro.

Shuhei, Marijose, Pedro, Johannes y Maike.
 
En el pueblo, organizamos una cena de despedida en un restaurante italiano del pueblo, con Maike y Johannes, y con Shuhei, con quienes seguimos manteniendo contacto y ojalá volvamos a cruzar nuestros caminos algún día.
Les dejamos el enlace al blog de Maike y Johannes, con su viaje, una espectacular ruta que empezó en la selva africana y continuó por la sudamericana:

http://johmai.blogspot.com.es/

 
Ya ni nos acordábamos de las fechas en las que estábamos, pero dado que aquí tienen el mismo calendario festivo-religioso que en España, por sorpresa, descubrimos que estábamos de lleno en la noche de San Juan, por lo que asistimos en la plaza de la iglesia del pueblo, al lado de nuestro alojamiento, a las celebraciones de los habitantes de Rurrenabaque, que nos recordaron a nuestra infancia aquí en casa. Niños jugando con bengalas, hogueras, una orquesta local…
¡Una grata despedida!




















A la mañana siguiente, muy a nuestro pesar, tuvimos que volver al singular aeropuerto de Rurrenabaque, para tomar nuestro avión fóquer de 18 plazas y retornar hasta La Paz, ciudad a la que tanto a Marijose como a Maike les daba pereza regresar, ya que recordaban lo mal que lo habían pasado con el problema de la altitud, y desde donde tendríamos que emprender una angustiosa y vertiginosa ruta de vuelta hasta Lima, en Perú, en sólo tres días para no perder nuestro vuelo de vuelta a casa.

¿Conseguiríamos llegar a tiempo? Lo contaremos en el último capítulo de este viaje...       

Secuencia de 154 fotografías de nuestro paso por las Pampas del Yacuma.